Las niñas eran muy lindas.
Dulces, con personalidad, y lindas. Y aburridas.
No cuando estaban despiertas, pero cuando dormían y Sarita dormía también, y la casa estaba tranquila, Franco deseaba gritar.
Y se le ocurrió que él era el único que estaba en proceso de adaptación.
¿Era justo? En absoluto, pensó, y no había sido idea suya que Sarita lo apartara de su vida.
Hasta el momento, después de llevar allí treinta horas, había aprendido a bañar a las pequeñas, a programar la lavadora, a darles de comer y a no beber té. Ésa había sido la primera lección y creía que no la olvidaría jamás.
Pero a las once de la noche, cuando normalmente seguiría trabajando tres horas más, Sara se había acostado, las niñas dormirían hasta el día siguiente y él no tenía nada que hacer.
No había nada interesante en la televisión y no podía ponerse en contacto con Yashimoto ni con nadie de Nueva York, a pesar de que sabía que ellos seguirían en la oficina.
Paseó de un lado a otro de la cocina, preparó un té, lo tiró por el sumidero porque había bebido mucho durante el día y pensó en la botella de vino que había comprado en el pub el día anterior. Sólo había tomado un par de copas, así que todavía tenía casi dos botellas.
Pero él nunca bebía solo. Era peligroso. Entonces, pensó en el pub.
Abrió la puerta trasera para dejar salir a Murphy al jardín y, de paso, ver si las luces del pub estaban encendidas. No era así. El pub era una especie de restaurante y cerraba a las nueve. Así que ni siquiera podía ir allí a ahogar sus penas. ¡Y había tanto silencio!
Excepto por el grito que oyó en la distancia. Lo había oído momentos antes y, desde el jardín, volvía a oírlo con claridad. Era un sonido helador. Murphy tenía el lomo erizado y gruñía ligeramente. Franco lo llamó para que entrara y cerró la puerta. Después, subió hasta la habitación de Sara y llamó con los nudillos. Ella abrió momentos más tarde. Estaba medio dormida y llevaba un pijama con estampado de gatos.
—Hay un ruido —dijo él, sin más preámbulos—. Un grito. Creo que están atacando a alguien.
Ella ladeó la cabeza, escuchó y sonrió.
—Es un tejón —respondió Sara—. O un zorro. Ambos gritan de noche. No estoy segura de cuál es cuál, pero en esta época del año probablemente sea un tejón. Los zorros hacen más ruido en primavera. ¿Te ha despertado? —entonces, miró a Franco y suspiró—. Oh, Franco... Todavía no te has acostado, ¿verdad? Tienes que dormir. Estás agotado.
—No estoy agotado. Nunca duermo a estas horas.
—Pues deberías —lo regañó. Después entró de nuevo en la habitación y salió poniéndose una bata—. ¿Quieres un té?
Él no quería té. Lo último que le apetecía era un té, pero habría bebido cualquier cosa con tal de estar en su compañía.
—Suena bien —dijo él, y la siguió al piso de abajo.
No debía de ser fácil para él. Nunca había sido una persona que necesitara dormir mucho, y sin nada que hacer por la noche, más que pensar, debía de darle vueltas y vueltas al tema de las gemelas.
«Bien», pensó ella, «a lo mejor así se da cuenta de sus errores. O quizá vuelva a alejarse de mí».
—¿Hay leña en la chimenea? —preguntó ella. Él se encogió de hombros.
—No lo sé. Había. He puesto la rejilla protectora. ¿Se queda encendida toda la noche?
—Normalmente no la enciendo —confesó ella—. Con las niñas paso la mayor parte del tiempo en la cocina.
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Doble Sorpresa - Sarita y Franco -
Fanfiction𝘢𝘥𝘢𝘱𝘵𝘢𝘤𝘪ó𝘯. 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘱𝘦𝘳𝘵𝘦𝘯𝘦𝘤𝘦