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— Está por terminar mi turno —sonrío, viendo el reloj de pared y luego volviendo a mirarlo a él. Tamborileo los dedos sobre la mesa, inquieto—. ¿Quieres salir a algún lado después de esto a dar un paseo, o...?

— Estoy cansado, ¿está bien si hoy nos quedamos aquí? O vamos a mi casa, no sé —contesta desde su posición, recostado en la pared junto a la puerta.

— Claro, claro —miro al reloj nuevamente. Faltan dos minutos, y me empiezo a impacientar. Ni siquiera hay ningún cliente en la panadería en este momento, ¿no puedo adelantarme y dejar el delantal y...?

La campana de la puerta suena y bajo la cabeza, rendido. Escucho a Aiden reír ante mi reacción.

Volteo hacia la entrada, forzando la sonrisa de bienvenida. Generalmente no se me complica, pero ahora realmente estoy apurado y un cliente llegando a último minuto no me hace precisamente feliz.

El chico que entró nota a Aiden junto a la puerta gracias a su carcajada. Lo mira extrañado, con disgusto, pero Aiden no se encoge ante su desagrado como es lo usual; en cambio, le sonríe a él y asiente, como saludo. El gesto me causa gracia.

Desconcertado, el joven avanza hacia el mostrador. Ahora que me doy cuenta, es el mismo que miró de arriba abajo a Aiden el primer día que estuvo aquí conmigo en la panadería.

El intercambio se hace más rápido de lo usual, debido a que estoy poniendo prisas. Una vez se retira, esta vez sin mirar mal a Aiden, él se acerca al mostrador y ve las monedas en la mesa. Esboza una media sonrisa burlona.

— Te pagó la mitad.

— ¿Qué? —miro al efectivo sobre la madera, percatándome de que me dio la mitad del precio por la cantidad de panes que le di. Me golpeo la frente con la mano— Mierda.

— Sabes decir groserías —alza las cejas, sarcástico. Río ante su comentario y niego con la cabeza.

— Lo que sea. No creo que se den cuenta —deshago el nudo en mi espalda y me despojo del delantal, colgándolo en el gancho de la pared. Dirijo la mirada hacia la puerta de la cocina, dando golpecitos leves de impaciencia en la mesa—. No viene mamá...

— Puedes escaparte —sonríe él, desafiante—. Ya terminó tu turno, después de todo.

Miro al reloj de pared y luego lo miro a él de vuelta. Me contagia su sonrisa.

— Me gusta tu forma de pensar, Aiden Fox.

— ¿Al chico correcto de mamá y papá le gusta la forma de pensar de un rebelde? —pregunta, apoyando las manos sobre la madera e inclinándose hacia adelante, con una ceja alzada.

— Hay cosas de mí que no sabes —me cruzo de brazos, con una sonrisa que enseña los dientes, inclinándome un poco de igual manera.

Me mira de arriba abajo con los ojos entrecerrados, y entonces recién caigo en cuenta del tono del asunto. Trago saliva y siento el rostro arder, pero intento disimular el nerviosismo.

Rodeo el mostrador, cruzando la puertecilla de madera que separa ambas secciones y aproximándome a la puerta, con Aiden atrás de mí. Escucho que se detiene y volteo a verlo.

— ¿Pasa algo?

— ¿Seguro que tus padres están siquiera ahí? —pregunta, mirando a la puerta de la cocina.

— Estoy casi seguro de que los vi ahí hace rato.

Pasa la mirada desde la puerta de la cocina hasta la puerta que da al interior de la casa, luego me mira a mí. Parece a punto de decir algo, pero el sonido del pomo de la entrada a la cocina lo sobresalta y acelera el paso hasta la salida, tomándome del brazo y jalándome hacia fuera, risueño.

Una vez fuera, se asoma por una de las ventanas disimuladamente, viendo el interior de casa.

— Tu papá casi nos atrapa —dice, entretenido.

— ¿Nos atrapa en qué? —pregunto, alzando una ceja. Queda en blanco y voltea hacia mí, notando que aún tiene mi brazo aferrado. Lo suelta rápidamente, algo avergonzado.

— Haciendo el tonto, yo distrayéndote del trabajo, tú dejándote que los clientes te roben —rueda los ojos. Le doy un golpe leve en el brazo, haciéndolo reír—. Entonces, ¿vamos a mi casa?

— No lo sé, fuiste tú el que me arrastró fuera de la mía. Supongo que ya tomaste la decisión por los dos —meto una mano en el bolsillo, inseguro de qué hacer con ella una vez Aiden la hubiera soltado.

— Spring, tus padres me caen bien, pero a veces me da miedo la idea de que pueden estar escuchándonos a través de las paredes —sonríe sin mirarme directamente. Siento las mejillas tensas—. Me gusta pasar tiempo contigo, a solas.

Ahora la razón por la que tengo las manos dentro de los bolsillos es porque empezaron a sudar.

Aiden por fin posa sus ojos en mí, dándome una visión más amplia de su sonrisa sutil, de sus pecas ligeramente ruborizadas, de sus ojos miel.

Y reitero... no, no solo reitero. Afirmo lo que le dije a Meg el otro día.

Estoy en problemas.

   

— Va y viene —explica, sentado en el borde de la cama—. A veces llego del trabajo y está dentro de casa, no sé cómo entra.

El gato se recuesta junto a mí y me reacomodo en el lecho para poder acariciarlo más apropiadamente. A los pocos segundos empieza a ronronear.

— Puede que haya encontrado aquí un hogar. Las personas no suelen ser muy dóciles con los gatos negros —menciono, viendo cómo se acuna en mi mano—. Y a pesar de que no ha sido bien recibido, es muy cariñoso y amigable.

— Le faltaba solamente encontrar a alguien que lo hiciera sentir querido y seguro para mostrar su lado dulce —añade, desplazándose de sitio para estar más cerca de nosotros. Observo a Aiden, enternecido.

— Me recuerda a alguien. ¿Hablando por experiencia? —mi comentario llama su atención y me mira a los ojos, no tan sereno como antes, pero aún sonriente. Suspira.

— Sí.

redhead || foxtrap fnafhs.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora