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— Disculpa el desorden —entro rápidamente a la alcoba y empiezo a recoger del suelo prendas que me he quedado sin guardar y uno que otro papel regado. Fuera de eso, no está realmente desordenado, aparte de la manta puesta de cualquier forma en la cama. No ordené la habitación esta mañana porque Meg llegó de imprevisto y estaba insistiendo en mi presencia, y cuando ella se pone así es porque hay algún problema y necesita hablarlo con alguien.

Meg y yo somos amigos desde niños. Su madre, una de las costureras del pueblo, era amiga de la mía y empezamos a pasar el rato juntos en medio de sus charlas cuando iban a lavar la ropa al río. Recuerdo que su madre le llamaba mucho la atención porque le gustaba seguirme la corriente en lo que son "juegos de niños", que implica ensuciarnos, pero a Meg no le importó realmente. Siempre fue alguien que no encajaba mucho, y por eso me pareció tan genial. Puede ser algo temperamental y muchas veces desconsiderada, insensible y grosera, pero es una buena amiga. Debería ir a hacer las paces con ella, me buscó esperando apoyo y la terminé dejando plantada por un enojo...

— No te preocupes, está más arreglado que mi casa —dice Aiden, parado en el umbral de la puerta, inseguro de entrar.

¿Sería egoísta si digo que de igual forma no me arrepiento?

Seguramente si no hubiera sido por ese arranque de indignación por sus palabras, no me habría acercado a hablarle a Aiden justo cuando él se dirigía a nada más y nada menos que mi casa. ¡Al diablo los que hablan de mala suerte como su sinónimo! Yo considero esto una fortuna.

— Puedes pasar, siéntate donde quieras si gustas —doblo rápidamente mi ropa y la meto en una de las cajas sin mucho cuidado. Dicho y hecho, él avanza y se sienta en la silla de mi pequeño escritorio. Mira con curiosidad los papiros.

— Dibujas —no es una pregunta, pero igual hago un sonido de afirmación. Él toma con delicadeza una de las hojas, una que muestra el paisaje del río donde lavan la ropa—. Es... muy hermoso. Eres talentoso.

— No es la gran cosa —río con leves nervios—. Gracias, de todos modos.

Vuelve a dejar la hoja en su lugar y voltea hacia mí, mientras me siento en el borde de mi cama. Nos quedamos en silencio un rato. Empiezo a pensar en mi siguiente palabra, pero, sorpresivamente, es él quien inicia la conversación.

— Entonces... querías ser mi amigo desde hace tiempo —dice y siento el bochorno otra vez.

— Perdón, a veces mi mamá dice unas cosas fuera de lugar...

— No, no. Me causa curiosidad. ¿Es cierto eso? ¿Querías ser... mi amigo?

Otra vez me está mirando a los ojos, y a pesar del par de segundos que me lo quedo viendo, no tengo que pensar mi respuesta debido a que no tengo nada que ocultar.

— Sí —sonrío. Ante mi contestación, noto aún más disconformidad en su rostro.

— ¿Por qué? ¿No has escuchado todas las cosas que dicen de mí?

— Sí, pero no me importa. A menos que realmente seas un vampiro, en tal caso tengo que bajar a decirles que no pongan ajo en la comida —bromeo. Por fin sonríe, mirando hacia abajo.

— No soy un vampiro —murmura—, ni un brujo, ni siquiera he visto al diablo en persona.

— Oh, yo sí lo he visto, se llama Meg.

— ¿La chica que tiene el cabello rubio muy, muy claro? —asiento— Gracias por la advertencia.

Ahora soy yo el que está riendo. Lo veo un poco más confiado, y eso me hace feliz. Decido tomar el siguiente paso.

— Entonces, ya he escuchado mucho del Aiden mítico que se rumora por el pueblo. Ahora quiero saber del Aiden real. Háblame de ti.

Cruza los brazos y mira al techo, buscando algo con lo que empezar. Frunce el entrecejo, parece estarle costando. No creo que nunca nadie le haya pedido eso.

— Bueno... me llamo Aiden Fox, tengo veintiún años... me gusta cocinar —dice con un tono distinto, como si al fin hubiera encontrado algo que contar—. No lo sé, no hay mucho especial sobre mí fuera de que soy el pelirrojo del pueblo.

— Eso está por verse —sonrío de lado, y él imita mi expresión, algo abochornado.

— ¿Y qué hay de ti?

— Ethan Spring, veintidós años, lo único que sé hacer en la cocina es pan —se ríe ante mi respuesta—. Prefiero el café antes que el té.

— Yo nunca he probado el café —menciona. Abro los ojos, impactado.

— ¡No te creo! En casa de Meg hacen el mejor café del mundo. Deberías probarlo alguna vez.

Veo su sonrisa desaparecer mientras bufa, mirando sus manos.

— No le caigo bien. Vi cómo me miraba cuando te me acercaste hace rato.

— Es una cascarrabias, seguro una vez te conozca le caerás más que bien.

Suspira.

El siguiente minuto transcurre en silencio, roto finalmente por la voz lejana de mi papá que nos llama a comer.

La cena transcurre bien. Mis padres intentan sacarle tema de conversación a Aiden, y aunque él no siempre se extiende mucho al hablar, se lo ve cómodo y relajado. No puedo evitar mirarlo, y a veces, él también me mira de vuelta, sonriéndome.

Cuando es hora de irse, me ofrezco a acompañarlo hasta su casa, pero se niega.

— Ya han hecho mucho por mí hoy, muchas gracias, en serio —nos mira a los tres, alegre—. ¿Cómo puedo pagarles...?

— No nos debes ni un céntimo —responde inmediatamente mi papá, sin dejarle terminar la pregunta. Aiden se rasca la parte trasera de la cabeza.

— Son muy amables. Muchas gracias.

redhead || foxtrap fnafhs.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora