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Lauren Jáuregui se secó el sudor de las manos en la pernera de los pantalones y se preguntó durante un instante si el traje marrón que sus amigas le habían aconsejado había sido la elección correcta para su primera —y probablemente última— aparición en televisión. Aquella mañana habían estado revolviéndole toda la ropa en la habitación del hotel, mientras ella repasaba sus notas y se reía internamente de lo obsesionadas que estaban con la moda. Suponía que el traje de seda que habían escogido proyectaba una imagen lo bastante conservadora para compensar lo controvertido del tema que iba a tratar: la clonación humana.

Lo único que le faltaba para que la vida le sonriera del todo era poder clonarse en la brillante oradora Maya Angelou para su charla televisiva. Ya era bastante estresante hablar ante la comunidad científica, pero ¿tratar de explicar en qué consistía realmente la clonación al ciudadano de a pie, aclarar malentendidos y disipar los falsos miedos de la opinión pública? A veces no sabía en qué estaba pensando cuando aceptó salir en el programa. Esbozó una sonrisa torcida al echar un vistazo circular por el abarrotado camerino entre bastidores del plató de El Show de Barry Stillman.

Cuatro paredes de color beis adornadas con fotografías de los invitados anteriores rodeaban la butaca de salón de belleza que ocupaba. En una esquina había un archivador y, encima, un puerto para cargar el iPod. A su espalda había un colgador con ruedas lleno de prendas de ropa variopintas, seguramente para los invitados con urgencias de moda de último minuto. Junto a la ropa de emergencia había unos cuantos peinadores con manchas de maquillaje y delante tenía un tocador largo con más potes, frascos y tubos de cosméticos de los que había visto nunca. Encima del tocador había un espejo enorme en donde quedaba enmarcado su rostro desprovisto, como era habitual, de maquillaje alguno.

Las bombillas del marco del espejo se le reflejaban en las lentes de las gafas de montura de alambre y amenazaban con fundir el maquillaje apilado cerca. Si las bombillas de la sala de maquillaje daban tanto calor, no quería ni pensar cómo se sentiría bajo los focos del plató, delante de toda aquella gente. Se estremeció, pero reprimió un nuevo tsunami de nervios. Por lo menos, tanto sus padres como sus mejores amigas, Alexa y Lucy, estarían allí para darle apoyo moral. Se recordó que tenía que buscar sus rostros sonrientes entre el público en cuanto saliera a escena.

Y hablando de rostros, Lauren se subió las gafas a modo de diadema y se echó hacia delante para mirarse el careto con los ojos entrecerrados.
Puaj. Anodino y aburrido, en su opinión. Eran pensamientos superficiales que no la habían preocupado desde hacía décadas, pero, al hacer la prueba de iluminación, el operador de cámara había informado al productor ejecutivo que se la veía «pálida como una muerta». Genial. Justo lo que necesitaba oír para tranquilizarse.

Lauren era la primera en admitir que, cuando habían repartido la belleza, ella se había quedado con lo justo para ser del montón, pero ¿y qué? No tenía ningún problema con su aspecto. Aunque su pelo... Volvió la cabeza a lado y lado y se ordenó los largos mechones con los dedos como buenamente pudo. El estilo de pelo que llevaba le quedaba fantástico a Megan Fox, pero a ella no acababa de sentarle igual de bien. Se echó hacia atrás contra el respaldo de la butaca hasta que su reflejo se tornó un manchurrón borroso por culpa de la miopía. Tanto analizar con lupa su apariencia la ponía... nerviosa. No estaba acostumbrada, porque nadie esperaba que las científicas estuvieran cañonas y, por mucho que el estereotipo la fastidiara por principios, lo cierto es que a Lauren la traía sin cuidado. Aquello no quería decir que no agradeciera que un profesional fuera a maquillarla para el programa, ni que fuese para evitar salir «pálida como una muerta» y para serenarse un poco. Se pondría en sus manos, solo por aquel día. Una mujer tenía derecho a mostrarse coqueta una vez en la vida, ¿o no?

Echó un vistazo al reloj y se preguntó dónde estaría el maquillador milagroso. La productora había asomado la cabeza hacía un rato para anunciar que Lauren salía a escena en quince minutos. Aquello no les dejaba demasiado margen para insuflar algo de vida a su aspecto.

Una mentira sin importancia (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora