VI

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Lo primero en lo que se había fijado Camila de Lauren era su inteligencia, su autenticidad y su ingenio. Respetaba a Lauren más que a ninguna otra mujer que hubiera conocido y su personalidad la atraía, no había vuelta de hoja. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba cerca de Lauren, más atracción física sentía y empezaba a notarse obsesionada con tocarla. Lauren no tenía ni idea de lo sexy que era. Camila no pensaba disculparse por desearla, pero la regla que mantenía su relación a nivel platónico obstaculizaba ligeramente sus anhelos.

Pablo y Lucy ya se habían marchado y Camila estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para no mirarle el culo a Lauren mientras esta se aclaraba el pelo en el lavabo. Los tejanos bajos le quedaban mejor que a ninguna otra mujer: no eran demasiado ajustados —sencillamente marcaban lo bastante como para insinuar el misterio sobre el que reflexionaría por la noche, mientras se quedaba dormida— y eran lo suficientemente anchos como para no romper con el aire recatado que la caracterizaba y que a Camila empezaba a volverla loca de deseo.

Deseaba a Lauren.

Dios, cómo la deseaba.

El peinador de plástico negro se le había abierto y dejaba al descubierto la fina cintura de Lauren. En la parte baja de la espalda tenía algo de vello finísimo y casi invisible y Camila se descubrió con ganas de acariciarlo, de pasarle las manos alrededor del suave vientre plano y estrechar a la atractiva profesora entre sus brazos. De frotarse contra Lauren hasta que entendiera lo mucho que la deseaba y lo cachonda que la ponía.

—¿Bueno, lo ves bien?

Camila apartó la mirada lujuriosa de golpe.

—¿Qué?

Lauren levantó la cabeza, envuelta en una toalla como si fuera un turbante. Tenía las mejillas ligeramente sonrojadas.

—El berenjena —explicó, como si fuera algo obvio—. ¿Estoy ridícula? Dime la verdad.

Camila tragó saliva, aunque notaba la garganta seca y agarrotada. Lo que deseaba beber no le pertenecía. Por lo que había visto, el baño de color le había quedado brillante e intenso, a Lauren le iba a encantar, pero Camila tenía la cabeza en otra parte y en ese momento la traía sin cuidado.

—Antes de nada, tenemos que peinarte, pero te prometo que no estás ridícula. ¿Por qué no vas a por el secador? — sugirió, mientras se volvía para organizar sus suministros.

Se tomó su tiempo, con la esperanza de que la mirada de deseo que llevaba escrita en la cara se desvaneciera y pudiera pensar con claridad. Camila no estaba segura de cuánto tiempo más podría sobrellevar lo de ser solo amigas. Joder, la deseaba. ¿Tan malo era? ¿Es que el destino iba a negarle la posibilidad de tener una relación más profunda con aquella mujer sorprendente solo porque habían empezado con mal pie? Camila quería cortejarla y seducirla, mirarla a los brillantes y amables ojos mientras le hacía el amor y conectaban de la manera más intensa posible, creando un vínculo que nadie podría reemplazar.

La putada era que Lauren ni siquiera pretendía atraerla, pero su candidez no hacía más que intensificar los sentimientos de Camila. Le gustaba todo de Lauren: desde su seriedad a su ingenio, lo limpia que tenía la casa, lo importante que eran sus amigas para ella y la sólida educación que le habían dado. No se parecía a nadie que hubiera conocido antes. Claro que quería ser su amiga, pero también quería más. Mucho más.

Había ido a Colorado siguiendo un impulso, en busca de una mujer que la intrigaba, pero lo que había encontrado era una mujer a la que sabía que con el tiempo podía llegar a amar con toda su alma.

Joder, daba mucho miedo. No sabía si sería capaz de ser el tipo de mujer que Lauren se merecía.

«Vale, respira hondo.»

Una mentira sin importancia (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora