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—¿Púrpura?

—¡Sí!

—¿Que Camila dijo que iba a teñirte el pelo de color púrpura y tú sencillamente le hiciste ojitos y dijiste que sí? ¿Estás loca? —exclamó Alexa, incrédula, al otro lado del teléfono.

Lauren se volvió y miró el apartamento por la ventana, con el ceño fruncido.

—No, no estoy loca y no le hice ojitos. Yo no le hago ojitos a la gente, ya lo sabes. Sencillamente no supe qué decir. Al parecer me cuesta articular frases inteligentes cuando estoy cerca de ella. Alexa gimió.

—Chica, me estás volviendo loca a mí. Respira hondo y empieza desde el principio. ¿Qué te dijo exactamente?

Lauren se encajó el teléfono entre la mejilla y el hombro y se puso a vaciar el lavavajillas para mantener las manos ocupadas. Hacía una semana que Camila le había señalado a las tres mosqueteras exóticas en el Chapultepec. Tanto había afectado a su determinación, que Lauren le había dado largas durante varios días, pero el día anterior Camila había dinamitado sus defensas. Le había sonreído hasta que se le marcó el hoyuelo, la había llamado querida y le había preguntado cuándo quería ponerse manos a la obra.

—¿Qué tal mañana por la mañana? —había soltado Lauren sin más, porque estaba ansiosa por pasar tiempo con ella. Estúpida, estúpida. «Mañana» se había convertido en «hoy» y ya no había vuelta atrás.

—No dijo exactamente púrpura. Dijo color berenjena, que es aún peor. Por Dios, berenjena. No sé si puedo hacer algo tan drástico, Alexa —confesó, mientras guardaba un cuchillo de sierra en el cajón—. Pareceré una adolescente emo, lo sé.

—Oh. —Alexa suspiró y habló en tono más suave—. Así la cosa cambia. Es un color bastante popular, Lau, y no queda púrpura para nada, sobre todo si tienes el pelo oscuro como nosotras. Queda bien. Berenjena no es más que el nombre, ¿sabes? ¿Ya ha llegado?

Lauren echó un vistazo por la ventana para ver si detectaba movimiento en el apartamento.

—¿Estaríamos teniendo esta conversación si hubiera llegado?

—Cierto.

Lauren se apoyó en el borde del fregadero y agachó la cabeza. Aún no las tenía todas consigo sobre teñirse el pelo del color de un fruto bulboso que, siendo sincera, le gustaba a muy poca gente como no fuera frito y bañado en salsa.

—¿Seguro que quedará bien?

—Dile que te lo haga como baño de color en lugar de tinte permanente si te preocupa mucho. Yo creo que quedará bien —Alexa titubeó—. Oye, Lau, quería hablar contigo sobre todo esto.

—¿Qué pasa? Alexa suspiró. —Si quieres cambiar para quitarte lo de Barry Stillman de la cabeza y lo haces por ti es una cosa, pero si esto es parte de tu absurdo plan de venganza...

—Ay, perdona que te interrumpa, guapa, pero ha llegado Camila —mintió Lauren, que no estaba de humor para charlas. Al parecer sus amigas creían que debería lanzarse en brazos de Camila y olvidarse de Keana. Como si eso fuera a ayudarla a recuperar su dignidad. Como si fuera una opción siquiera, por favor. —Te llamo luego.

—Pero, Lau...

Lauren colgó el teléfono con delicadeza y volvió a mirar hacia el apartamento. ¿Dónde estaba? La expectación hervía en su interior como la lava de un volcán. A pesar de sus reparos por el inminente tinte, Lauren estaba impaciente por pasar tiempo con Camila. Aunque seguían desayunando juntas en el porche como siempre, Camila pasaba la mayor parte del día en su casa, trabajando afanosamente en su nuevo proyecto secreto. Lauren la había vislumbrado en varias ocasiones a través del ventanal de la fachada norte y se sentía algo voyeur, pero al fin y al cabo no era culpa suya que su fregadero diera a casa de Camila. Cuando la sombra de Camila apareció en la puerta trasera, acababa de poner la cafetera al fuego y de sacar un poco de tarta.

Una mentira sin importancia (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora