IV

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Camila entendía la necesidad de Lauren de retomar el control y de hacer algunos cambios en su imagen para recuperarse del golpe de El Show de Barry Stillman. Había mucha gente que cambiaba en algo su apariencia después de una situación estresante. Lo que no acababa de entender era por qué Lauren quería resultarle irresistible a una depredadora pomposa y mezquina, cuando Camila, que ya la encontraba más que irresistible, estaba a su lado dispuesta a todo. Mujeres, ¿alguien las entendía?

Observó a Lauren con atención. Aunque su postura relajada hacía pensar lo contrario, justo bajo la superficie estaba tensa como una cuerda. Estirada en la tumbona contigua, delgada y asustadiza como una gacela, pasaría por tranquila para cualquiera que la viera al pasar, pero Camila sabía la verdad. Lauren esperaba su respuesta. Los mechones que le salían por delante de la gorra vuelta le brillaban al sol y se le había secado una gota de pintura justo en la punta de la recta y adorable nariz. Incluso vestida con una camisa de hombre ancha llena de pintura y unos pantalones cortos, Lauren parecía una científica tan brillante como Camila sabía que era.

Entonces cayó en la cuenta.

A lo mejor Lauren quería a aquella zorra de ojos afilados, la tal Elizalde, porque tenían el mismo nivel intelectual. Podía ser que los cuestionables encantos de Camila no tuvieran efecto sobre Lauren, porque en el mundo de Lauren no se medía el atractivo por aquel tipo de parámetros. Al fin y al cabo, Camila no era más que una artista muerta de hambre, con necesidades sencillas. No tenía ninguna posibilidad de estimular el exquisito cerebro de Lauren y seguramente aquella arpía sí podía. Solo de pensarlo, Camila rechinó los dientes.

La Issartel no se merecía a Lauren.

«A lo mejor tampoco la mereces tú, C. Le hiciste daño.»

Una punzada de tristeza la sacudió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. ¿A quién quería engañar? Los hechos estaban claros: Lauren no la quería por lo que había pasado en el programa de Stillman. Lo primero que había hecho nada más conocerla era traicionarla, y había cosas que no podían deshacerse. Haría todo lo que estuviera en su mano para compensarla, incluso dejar a un lado lo mucho que deseaba inapropiadamente a Lauren por el momento: hasta ayudarla con un cambio de imagen que no necesitaba. No tenía sentido intentar convencer a la doctora con dulces palabras, porque con Lauren no iba a colar. Todavía creía que Camila estaba en Denver porque sentía pena por ella.

—¿Y bien? —pestañeó Lauren tras las gafas—. ¿Aceptas todas las condiciones?

«Oh, sí. Mi madre no me ha criado tonta.»

Aceptaría lo que hiciera falta para pasar tiempo con Lauren, hasta la absurda idea del cambio de imagen. Y si Camila tenía sus propias intenciones con respecto al terrible plan, era algo que Lauren no necesitaba saber. Así Camila tendría tiempo de redimirse y después le enseñaría a la adorable doctora Jaramillo que no solo podía excitar sus sentidos, sino también su mente, por muy diferente que fuera su nivel educativo. Por el momento no le entraría demasiado fuerte, porque sacar la artillería pesada no haría más que ahuyentarla. Camila dejaría que Lauren tomara la iniciativa y, con suerte, acabaría por convencerla.

—Claro que sí. Será un placer serte de ayuda.

¿Lauren quería ser explosiva? Camila pondría toda la carne en el asador. Tanta carne que al final Lauren se daría cuenta de que estaba equivocada y acabaría con todo aquello. Funcionaría. Tenía que funcionar.

—Pues trato hecho. Gracias —repuso Lauren, en tono más suave—. Significa mucho para mí.

Le puso la mano en el brazo a Camila y le dio un delicado apretón. A Camila le dio vueltas la cabeza durante un segundo; aquella clase de gratitud era algo a lo que podría llegar a acostumbrarse. Ya encontraría más razones para que Lauren la tocara con aquellas manos aterciopeladas, pero por el momento las gracias le bastaban.

Una mentira sin importancia (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora