III

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Lauren no durmió demasiado bien las dos noches siguientes y se pasó las horas de vigilia contestando las interminables preguntas de Alexa y Lucy sobre Camila. Era una pura tortura, porque no quería enfrentarse a las respuestas. «¿Quién es? ¿Cuándo os conocisteis? ¿Qué hace aquí? ¿Te ha pedido salir?» Y la pregunta maldita: «¿Qué sientes por ella?».

¿Qué sentía por ella? Durante un par de días había estado furiosa con ella y con todo el personal de El show de Barry Stillman, pero ya no era capaz de sentirse igual de enfadada con Camila. Después de todo, le había pedido perdón y Lauren no era rencorosa por naturaleza.

Claro que se sentía atraída por Camila, vaya milagro. También la atraía Angelina Jolie, pero aquello no quería decir que tuviera la menor oportunidad con la actriz ni que fuera a hacer algo al respecto si por una alineación de planetas le surgía la ocasión. Lo que sentía por Camila era tan confuso y la desequilibraba tanto como lo que sentía por sí misma y no tenía pinta de ir a mejor.

Tampoco era de mucha ayuda que, desde la noche del porche, no hubiera vuelto a ver ni saber nada de Camila, así que no podía dejar de preguntarse si ya se le habrían pasado los remordimientos y había seguido con su vida. En su interior, la idea la desilusionaba. Aunque no quería alimentar sus esperanzas ni pasarse el día suspirando por Camila como una coleCamilala obsesa, no podía evitarlo. Camila Cabello había dado con una de las pocas grietas de su cascarón y había invadido su alma. Lo peor era que Lauren ni siquiera saldría con ella, aunque se arrodillara para suplicárselo, porque no podía hacerlo después del fiasco del programa a sabiendas de que para Camila nunca sería más que una cita de compensación. Si se hubieran conocido de otra manera... puede que las cosas hubieran sido diferentes.

Pero no había sido así. Y las cosas eran como eran. Punto final.

En algún momento del segundo día, Lauren decidió que trabajar duro era el remedio perfecto para sus males, así que les pidió a Alexa y a Lucy que la ayudaran con un proyecto que aplazaba desde hacía tiempo: pintar la casa. Y allí estaban, con el sol de la mañana entrando por las ventanas laterales, el pelo metido en sendas gorras y mezclando la pintura. Lauren esperaba que una capa de pintura le daría un poco de alegría a la casa y también a su estado de ánimo. Y, por supuesto, el tema de conversación era Camila, la mujer que estaba siempre presente sin estarlo, al parecer.

-Claro que está interesada en ti, Lauren, no seas cabezona -le decía Alexa, armada con la pistola de pintura como si fuera una ametralladora. Agarraba el cañón mortal del arma con uñas de manicura.

Al contemplarla en posición, Lauren se planteó que quizá había elegido la tarea equivocada para pasar el rato.

-Lo que tú llamas cabezona, yo lo llamo realista, pero no tiene sentido pelearnos por la semántica. Además, ¿quién ha dicho que yo quiera a una mujer en mi vida, para empezar? Y baja ya la pistola de pintura, que me estás dando miedo.

Ninguna de las tres había pintado la fachada de una casa en la vida, pero el viejo edificio clamaba por una mano de pintura desde hacía dos veranos. Si tenía pensado conseguir un alquiler decente por el apartamento de encima del garaje, más le valía adecentarlo un poco.

-En serio, Lau, ¿por qué si no iba a dejar su trabajo, por amor de Dios, y cruzarse el país en coche? -preguntó Lucy.

-La culpa es una motivación poderosa -les recordó Lauren, dándole la vuelta a la gorra para llevar la visera hacia atrás-. Es muy duro vivir con ella.

-Estás escurriendo el bulto.

-Bueno, bulto o no bulto, el caso es que no ha vuelto -apuntó Lauren-. Una mujer como Camila Cabello no basaría sus decisiones vitales en una mujer como yo. Y, de todas maneras, me trae sin cuidado, así que dejadlo ya.

Una mentira sin importancia (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora