X Final

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Lauren se metió en su dormitorio, recitando mentalmente todas las canciones que se sabía sobre estar locamente enamorada. O no estar tan loca, mejor dicho. Sí, Camila Cabello era encantadora, dulce, generosa, divertida, preciosa, sexy, convincente…
Vale, aquello no estaba ayudando.
Se había enamorado de aquella mujer, pero la realidad era la que era: aunque Camila tenía mucha labia y la había dejado preciosa, ya le había hecho daño a Lauren dos veces en el poco tiempo que se conocían. En aquellos momentos no podía permitirse pensar con el corazón si no quería unirse a las huestes de descerebrados que enriquecían a los cantantes de baladas.
«¿Pero acaso ha sido Camila la que te ha hecho sufrir?»
—Ah, basta ya —refunfuñó, dirigiéndose a su obstinada conciencia.
Irguió los hombros, fue al armario y cogió el vestido enfundado. Entonces se detuvo en seco. Estaba acalorada y no pensaba con claridad. Ya que había decidido pasar de las estrechas medias, más le valía ponerse crema en las piernas. Empezó a ponerse nerviosa al pensar en la velada que tenía por delante y su patético plan. A decir verdad, no lo había planeado demasiado. Esperaba recuperar la dignidad que le había robado Keana, pero más allá de aquello no le había dado demasiadas vueltas. Tenía la cabeza… en otra parte. ¿Qué diablos iba a hacer? Se mordió el labio. La tensión y los nervios hacían que le empezaran a sudar las palmas de las manos. En la fiesta todo el mundo sabría lo que había pasado en El show de Stillman. Seguro que estarían pendientes de la actitud de Keana y ella todo el tiempo, conteniendo el aliento. Lauren odiaba ser el centro de una atención tan negativa. Maldita Keana.
Camila le había dicho que no tenía por qué ir.
Que no tenía nada que demostrar.
Ni a la Issartel ni a nadie.
Titubeante, Lauren se rodeó el torso con los brazos y se miró a los ojos en el espejo del tocador, con expresión preocupada. Sí, sí que tenía que ir. Si no por otra cosa, al menos para demostrarles a sus colegas que era una profesional. Era una jornada de la facultad, por amor de Dios. No se trataba de ella. Puede que no tuviera nada que demostrarle a la Issartel, pero sí tenía que demostrárselo a sí misma.
Lauren Jauregui no era la más bella, pero no se retiraba de una batalla con el rabo entre las piernas ni agachaba la cabeza ante la humillación. No pensaba basar su autoestima en la opinión de una zorra arrogante.
¿Pero no era eso precisamente lo que estaba haciendo?
La recorrió una sombra de duda, pero la desterró de su mente.
—Esa no es la cuestión —le dijo a su reflejo—. Keana Issartel se merece…
¿Qué?
No estaba segura y no quería pensar en ello.
«Vale ya.»
Tenía que vestirse. Al volverse hacia la cama sonrió pese a sí misma al ver con cuánto cuidado lo había dispuesto todo Camila. Se sorprendió un poco al darse cuenta de que no había optado por las botas hasta los muslos de prostituta que se había temido. Aliviada, examinó lo que había elegido Camila con atención. Los zapatos de salón de ante color gris perla no eran ni demasiado altos ni demasiado corrientes, sino finos zapatos de tacón de aguja modernos que le harían las piernas muy bonitas. Había unos pendientes de perlas grises y un collar junto a un bolso de mano de ante a juego. Perfecto. Elegante. Exactamente lo que quería. Tenía que admitir que Camila era una mujer sensible y perspicaz.
«Eso sin mencionar encantadora, dulce, generosa, divertida, preciosa, sexy, convincente…»
—¡Vale ya! —murmuró para sí.
Estaba comportándose como una adolescente ridícula e inexperta que se reía como una boba y suspiraba sin cesar en cuanto la chica más guapa del instituto le hacía el menor caso. Aparte, ¿cómo podía Camila decir que la quería haciendo tan poco que se conocían? Aunque, por otro lado, hacía el mismo tiempo que Lauren la conocía a ella y estaba completamente segura de que la quería.
«Pero ¿la rubia quién era?»
Si no la hubiera visto… Si supiera la verdad… Tendría que preguntárselo a Camila y punto…
«Maldición. Basta ya de darle vueltas.»
Ni siquiera tenían veinte años, sino treinta y tantos.
«Esto no tendría que ser tan difícil.»
Pero si la rubia no era nadie, ¿no le habría hablado Camila de ella? ¿No se merecía al menos eso de una mujer que decía amarla?
A lo mejor la rubia era… a lo mejor era… la mujer de la limpieza.
Lauren soltó una carcajada. Sí, claro. Aquella mujer tenía pinta de no saber siquiera que las cosas no se limpiaban solas. No era una criada ni de broma. Tenía que olvidarlo. Al fin y al cabo, Camila no le debía ninguna explicación. Había dicho que quería a Lauren, así que ¿por qué tenía que dudarlo? ¿Por qué? Porque… porque… Mierda. Sencillamente lo dudaba. ¿Por qué iba a quererla Camila? Esa era la cuestión. No quería que le hicieran daño. Nadie, pero Camila menos que nadie. ¿Tan inconcebible era que quisiera proteger su corazón? Empezaba a sentirse frustrada consigo misma.
«Se acabó.»
La rueda de la fortuna estaba en marcha. Iba a ir a la fiesta. Punto.
—Venga, espabila —murmuró.
Se le estaba haciendo tarde, a juzgar por los números verdes del reloj despertador… Y entonces fue cuando vio la rosa. Camila le había dejado una rosa en la almohada.
Era un detalle tan increíblemente dulce que le dolió por dentro. El dolor la recorrió a oleadas, inundándola, ahogándola. Se dirigió lentamente a la cabecera de la cama, se sentó, cogió la flor y la olió. Camila sabía que estaba de los nervios con la fiesta y, en lugar de rogarle que no fuera o reírse de sus motivos, había optado por demostrarle su apoyo y su cariño.
Con una rosa. Sin espinas.
Si la vida fuera igual de amable…
—Ni se te ocurra —se riñó, al notar que se le llenaban los ojos de lágrimas otra vez.
No pensaba dejar que se le corriera el rímel y se le estropeara el maquillaje. Se puso de pie y se percató, divertida, de que llevaba varios minutos enfrascada en una conversación consigo misma. ¿A la gente no les daban favorecedoras chaquetas blancas y bonitas habitaciones acolchadas por comportamientos similares? Risueña, llevó la rosa al lavabo y la puso en una taza con agua. Tras observarla unos instantes, decidió llevársela a la habitación y la puso en la mesita de noche para poder olerla después, mientras se dormía.
Al mirar el reloj de nuevo, se puso las pilas. Tenía que ponerse en marcha de una vez, antes de que volviera a convertirse en una boba que no veía más allá de sus narices.
«Strike tres y eliminada», se recordó.
Volvió a repasarse las piernas para asegurarse de que no necesitaba las medias, torciendo los tobillos a lado y lado hasta quedarse satisfecha. Luego fue a abrir la funda del vestido y se le escapó un respingo reverente. Dentro estaba el vestido de cóctel de seda color ciruela que había estado admirando el día que fueron a comprar maquillaje. Dios, Camila le prestaba mucha atención. Aquel gesto, como el resto de los detalles que Camila había tenido con ella a lo largo del día, le subió muchísimo el ánimo, por mucho que quisiera controlar sus emociones.
Sacó el vestido de la percha con mucho cuidado y se lo puso. Le iba como un guante y le encantaba. La tela le ajustaba en los muslos, hasta justo por encima de las rodillas. Y, por cierto, tampoco las tenía tan huesudas.
Algo mareada, llorosa y peligrosamente cerca de tragarse el orgullo y lanzarse en brazos de Camila, se apartó del espejo y se puso las joyas y los zapatos con manos temblorosas. Metió lo imprescindible en el pequeño bolso de mano y salió del dormitorio a toda prisa. En el umbral, titubeó, pues el espejo la llamaba una última vez.
«Espejito, espejito mágico. ¿Quién es la más bella de todas?»
La respuesta a aquella pregunta nunca había sido Lauren Jauregui. Y a ella siempre le había dado igual, porque estaba concentrada en otras cosas. Sin embargo, apareció Keana y puso su mundo patas arriba. Los pilares en los que había basado su vida se habían desmoronado. Al mirarse ahora en el espejo, vestida con aquel vestido de cóctel tan elegante, con su suave maquillaje y los ojos relucientes de amor, Lauren se sentía hermosa, brillante y poderosa por primera vez. Gracias a Camila.
No obstante, quedaba el pequeño detalle de su dignidad. Necesitaba empezar el semestre con paso firme.
Sabía que Camila estaría esperando que se despidiera de ella, pero si la veía estaría vendida. Antes de que los sentimientos la hicieran cambiar de opinión, apagó la lámpara, bajó las escaleras y se escabulló por la puerta delantera sin hablar con Camila. Iba a ir a la fiesta. Tenía que hacerlo y no esperaba que Camila lo comprendiera.
* * *
Lauren llevaba una hora en la fiesta y aún no se había cruzado con Keana Issartel. El distinguido salón de baile del hotel, iluminado por candelabros de cristal, acogía a los profesores y demás miembros del personal universitario que deambulaban entre risas y conversaciones y disfrutaban de la barra libre y el surtido bufé. El aire estaba cargado de los deliciosos aromas del orégano italiano, la salsa marinera, los espárragos asados y el suculento rosbif. El ambiente era animado y festivo y Lauren ya no se sentía tan angustiada como antes de llegar.
Apuró su copa de vino y la dejó en la bandeja vacía que llevaba un camarero al pasar. Había charlado con varios colegas y, aunque muchos habían comentado lo bonito que era el vestido o le habían preguntado desde cuándo llevaba lentillas, Lauren no tuvo la impresión de que estuvieran pensando secretamente en el programa sobre los ratones de biblioteca mientras le hacían cumplidos. Claro que no, cuanto más pensaba en ello más ridícula le parecía la idea. Era una respetada miembro de la comunidad universitaria y una científica de prestigio a los treinta años, por amor del cielo. La mayoría de la gente de su círculo eran profesionales educados que la respetaban por su inteligencia y sus aportaciones a la universidad. Solo porque la Issartel la hubiera engañado para ir a un programa no quería decir que el resto de sus conocidos le dieran importancia a algo tan superficial como las apariencias.
Lo sabía.
De verdad que sí.
Fue como recibir un puñetazo en el plexo solar.
¿Cuándo se había desviado tanto su perspectiva de las cosas? Lauren cabeceó, agarró el bolso y fue a buscar el tocador de señoras para empolvarse la nariz. Sin embargo, Vernon Schell, uno de los compañeros que estaba por encima de ella en el equipo de investigación, la detuvo cogiéndola del brazo al pasar entre las mesas.
—¡Lauren! —atronó, al tiempo que le daba uno de sus famosos abrazos de oso—. No sabía si vendrías. Me alegro de verte.
—Y yo a ti, Vernon —le sonrió. Se fijó en las manchitas que asomaban bajo el fino cabello blanco que apenas le cubría la bronceada calva. Las arrugas de la risa en torno a sus ojos eran muestra de una vida vivida con alegría—. ¿Qué tal el verano?
—¡Genial! He estado pescando agujones en la costa de Florida y poniéndome al día con mis lecturas —rio él.
Intercambiaron unas cuantas banalidades más antes de que Vernon compusiera una expresión grave en su rubicundo rostro y bajara el tono.
—Llevaba un rato queriendo hablar contigo en privado, Lauren —le dijo en tono contrito, con los labios apretados—. Tendría que haberte llamado.
Oh, oh. Lauren notó que se le helaba la sangre. Hasta el momento había logrado esquivar toda mención a El show de Stillman, pero estaba al caer. Se armó de valor para soportar la compasión de Vernon, levantó la barbilla y se obligó a esbozar una sonrisa.
—Dime.
—El estudio que publicaste en JAMA la primavera pasada, sobre el papel de la clonación en los tratamientos de fertilidad, ha sido nominado para un premio. Estamos muy contentos.
El asombro debió de notársele en la cara, porque el doctor Schell se echó a reír de buena gana y le dio una palmada en el hombro.
—No te sorprendas tanto, doctora. Era una investigación impecable y el artículo estaba perfectamente escrito. La lógica era tan aplastante que hasta nuestros detractores más recalcitrantes tendrán que pensárselo dos veces antes de atacarlo —explicó, radiante. Se llevó un dedo lleno de pecas a los labios mientras la observaba—. Igualmente, eso son las buenas noticias. Las malas son que la rectora querrá que viajes a Washington al poco de empezar el semestre, para presentar los datos a una comisión gubernamental. —Torció los labios—. Eso te va a descuadrar todas las clases, que es por lo que tendría que haberte avisado con tiempo. Mis más sinceras disculpas.
Lauren recuperó su destartalada compostura y le dio un apretón en la mano. Eso le pasaba por creer que el estúpido Show de Barry Stillman era lo que todo el mundo tenía en la cabeza.
—¿Estás de broma, Vernon? —Se llevó una mano al pecho—. No te disculpes. Estoy encantada.
El orondo Vernon se sacudió con otra sonora carcajada.
—Es muy propio de ti adaptarte a las cosas tal como vienen. Deja que te diga una cosa, doctora Jauregui. —Se inclinó hacia ella y arrugó la frente al mirarla por encima de las gafas de media luna que Lauren siempre había creído que le daban un aire de Papá Noel—. Vas a tener que aprender a comportarte como una esnob caprichosa si quieres dejar huella en los anales del profesorado pagado de sí mismo —le dijo, con ojos chispeantes.
Lauren meneó la cabeza, entre risas. Lo que más le gustaba de Vernon era que no se tomaba a sí mismo ni a su puesto demasiado en serio. Si alguien tenía «derecho» a sentirse importante era el estimado profesor Vernon Schell. No obstante, no lo hacía. Podía aprender un par de cosas de él.
—Trabajaré en ello —dijo, en tono de broma.
—Oh, no, doctora, por favor —le suplicó, con un suspiro melancólico—. Ojalá hubiera más como tú.
Se inclinó hacia delante y le dio una palmadita en la mejilla, antes de dejarla y desaparecer entre la multitud. Lauren todavía estaba animada y conmovida por los sinceros halagos de Vernon cuando llegó al tocador de señoras. Al atravesar la antesala, amueblada con refinadas butacas, hacia el área de los lavabos, vio a una cautivadora joven por el rabillo del ojo. Sonrió exactamente en el mismo momento que ella y entonces se quedó helada.
«Dios mío.»
Era su propio reflejo.
Dio un paso inseguro hacia el cristal. El espejo que había a su espalda reflejó la imagen que tenía delante y lo multiplicó hasta el infinito. Aquel tipo de efectos ópticos siempre le habían parecido raros y un poco mágicos, pero aquella vez era diferente. Mejor.
Mareada como una niña en la montaña rusa, Lauren contempló su reflejo. No daba crédito a que la mujer que había vislumbrado, incluso admirado, fuera ella misma. Había sido curioso cómo un simple cambio de perspectiva, verse desde fuera durante una fracción de segundo, le había dejado las cosas más claras que todo el tiempo que había pasado gimoteando sobre su desafortunada aparición en el estúpido Show de Barry Stillman. Qué tonta que había sido. Estaba como siempre. Estaba bien.
¿Y no era eso lo que Camila le había dicho desde el primer momento?
Lauren ni pestañeó ni respiró ni se movió mientras el momento de clarividencia zarandeaba todo su mundo. Camila se había sentido atraída por ella todo aquel tiempo. Desde el principio. Había sido Lauren la que había frenado cualquier avance, la que había salido corriendo del baño después del increíble beso sin dar ninguna explicación. Obviamente, Camila había malinterpretado su arranque de pánico al salir corriendo a buscar a Alexa como… otra cosa. ¿Asco? ¿Arrepentimiento? En absoluto. ¿Pero cómo iba a saberlo Camila?
Claro que se había disculpado; era una dama y no quería romper la regla de Lauren sobre ser solo amigas. Aquello era lo que Lauren había exigido de ella. La profesora bufó. ¿Había perdido la cabeza?
¿Y exactamente qué había querido demostrar enfrentándose a Keana Issartel? ¿Por qué iba a recuperar su teórica dignidad manipulando las reacciones de una mujer a la que no le importaba, en lugar de escuchar a la mujer que amaba? ¿La mujer que la amaba?
Lauren se rio y negó con la cabeza. Con lo lista que era, a veces podía ser muy tonta.
Deslumbrada, Lauren se miró en el espejo que tenía detrás y luego en el de delante. Los reflejos repetidos parecían un corredor que se extendía hacia ninguna parte. O quizá un camino hacia un futuro rico y maravilloso. Todo dependía de la óptica con la que se mirase.
¿Por qué había dudado de Camila?
¿Por qué la había dejado?
De repente, Lauren supo lo que tenía que hacer, como si no hubiera experimentado un momento de confusión en la vida. Camila la quería, de eso no le cabía la menor duda. Seguro que había alguna explicación sobre la rubia, porque, si Lauren había aprendido algo sobre Camila Cabello, era que tenía un sentido del honor inquebrantable y nunca le haría daño a propósito fingiendo quererla mientras se veía con otra mujer. Camila nunca le haría daño a propósito, sencillamente. Le había dado a Lauren la libertad de hacer lo que quisiera aquella noche y Lauren iba a devolverle el favor. Le daría a Camila la oportunidad de explicarse.
Camila la quería y eso era lo único que importaba. Tenía que volver con ella.
Lauren salió a toda prisa del baño y —Ley de Murphy— se dio de narices nada más y nada menos que contra Keana Issartel, que iba a entrar. Las dos trastabillaron y dieron un paso atrás. La expresión de Keana se tocó de sorpresa, incluso de… ¿miedo? Solo de pensarlo, Lauren se echó a reír. La malvada y poderosa doctora Keana Issartel le tenía miedo. ¿Qué creía aquella bruja que iba a hacerle? ¿Clavarle una estaca en el corazón?
Nada hay nada más peligroso que una mujer despechada.
Lauren irguió los hombros y esbozó una sonrisa sincera. De hecho, tendría que haberle dado un beso a aquella arpía y darle las gracias, porque, si no hubiera sido por la treta infantil de Keana en El show de Stillman, nunca habría conocido a Camila. Ojalá aquella egocéntrica supiera que no había sido más que un peón en manos de la fortuna.
—Hola, Keana —la saludó, disfrutando de su incomodidad—. Me alegro de verte.
Keana se alisó el ya extraliso cabello negro.
—¿Te alegras de…? Por supuesto, doctora Jauregui. Yo también de verte a ti —farfulló, echando una mirada fugaz hacia la salida.
Seguramente estaba calculando sus posibilidades de escapar de la punta afilada de la estaca. Se imaginó como Buffy, ejecutando una perfecta patada giratoria antes de clavársela. Y puf: pulverizada. La imagen le hacía tanta gracia que no pudo resistirse a alargar la conversación un poquito más.
—Ya habrás oído que nuestro estudio sobre la infertilidad ha tenido bastante éxito.
Keana tragó saliva lentamente, como si estuviera evaluando la táctica de Lauren. Seguro que la brasileña se preguntaba por qué no estaba moliéndola a palos. Aun así, su respuesta fue:
—Sí, son unas noticias maravillosas. Creo que la publicidad será buena para obtener financiación. Deberías estar… muy orgullosa.
—Lo estoy, gracias —sonrió Lauren. Se sentía poderosa, llena de esperanza. Decidió acabar con aquello, porque era como un gato enorme jugando con un ratoncillo patético antes de devorarlo, con la única diferencia de que ya no tenía sed de sangre—. Bueno, tengo que dejarte. Nos vemos la semana que viene o así.
Pasó junto a Keana, pero esta sacó la garra para detenerla.
—Lauren.
Lauren se volvió y alzó una ceja, interrogativa.
—Estás… estás muy guapa.
—Ah, lo sé —repuso ella, y se ahuecó el pelo. Era la primera vez que lo creía de veras desde el maldito programa de televisión—. Estoy enamorada. ¿Verdad que las mujeres enamoradas están radiantes?
Sin darle ocasión a responder, Lauren se soltó de Keana y se dirigió a la salida. Se iba a casa.
Se iba con Camila.
* * *
La brillante luz de la luna se colaba por los ventanales y arrojaba su resplandor de plata sobre el suelo del apartamento. Camila había acercado una silla a la ventana, porque no tenía ánimos de nada más. Ni siquiera había encendido las luces. El cielo nocturno estaba salpicado de estrellas y habría sido una vista inspiradora si no se sintiera tan desmoralizada.
¿Por qué se había marchado Lauren sin hablar con ella? Camila estaba convencida de que el maquillaje nuevo y la sorpresa de comprarle el vestido que le gustaba habría fundido algo del hielo de su corazón. Creía que podía reconciliarse con ella, pero a lo mejor había cometido demasiadas equivocaciones y ya no tenía arreglo. Le dolía físicamente pensar que había perdido su oportunidad de estar con la mujer más sorprendente del mundo.
En ese momento vio a Lauren rodeando la casa, con los zapatos de tacón en la mano, y la recorrió una oleada de alivio asombrado. Alivio cauto. Al menos había vuelto; la Issartel no se había aprovechado de su vulnerabilidad y se la había llevado a alguna parte. Era algo que la había preocupado desde el momento en que se dio cuenta de que Lauren se había marchado sin despedirse.
Con una expresión adorable de decisión en el fino rostro, Lauren cruzó el patio a toda prisa… hacia el apartamento. Camila respingó. ¿Sería buena señal? Ojalá. En pie con la mejilla contra el cristal, observó a Lauren mientras se acercaba y, cuando estaba a punto de llegar a la puerta, atravesó la casa a oscuras a grandes zancadas. Se recordó que tenía que contenerse, no presionarla, dejar que Lauren tomara la iniciativa. Con un brazo apoyado en el marco de la puerta, agachó la cabeza, cerró los ojos y esperó a que llamara.
Toc toc.
Suave. Igual que Lauren.
Camila no perdió el tiempo con jueguecitos, sino que abrió la puerta para recibir a la mujer que rezaba por que llegara a amarla pese a todas sus imperfecciones. Sin embargo, al verla descalza ante la puerta con la brisa desordenándole los cortos mechones, a Camila se le encogió el corazón y fue incapaz de pronunciar palabra. Era evidente que aquel vestido de seda se había diseñado específicamente para ajustarse a las sensuales curvas de Lauren, y la visión a punto estuvo de tumbarla de espaldas. La nota tímida en la mirada de la científica no era de mucha ayuda, pero pese a todo Camila logró mantenerse en pie. A duras penas. No acababa de leer la expresión de Lauren; no parecía enfadada, ni apática como mientras la maquillaba. Le brillaban los ojos con esperanza y con… ¿era aquello aprensión?
Por amor de Dios, las dos necesitaban dejar de andarse con chiquitas y hablar de una vez por todas. Camila se pasó los dedos por el pelo, nerviosa.
—Has vuelto —soltó sin más.
—Sí. Lauren escrutó el rostro de Camila unos instantes, con los zapatos grises balanceándose en la mano, y luego miró hacia el oscuro interior de la casa. —¿Ocupada?
—Para ti, nunca.
Lauren le regaló una sonrisa leve.
—¿Puedo pasar?
—Por supuesto. Espera un segundo.
Camila la dejó en la puerta y atravesó las sombras para dar la luz. Encendió la lámpara con un chasquido y su luz dorada inundó la habitación, escurriéndose hasta los rincones en penumbra. Cuando se volvió, Lauren lo estaba mirando todo con los ojos muy abiertos, llena de curiosidad por el lugar en donde vivía y trabajaba Camila. Eso sí, se había quedado en el umbral, algo tensa, como si fuera a echar a correr en cualquier momento.
—Pasa, por favor —la invitó Camila, que esperó a que hubiera entrado para preguntar—. ¿Cómo ha ido?
Era como si dieran vueltas la una alrededor de la otra, lentamente, inseguras de las razones de cada una y de cómo iban a reaccionar.
—Ha sido… esclarecedor —contestó crípticamente Lauren, aderezando el comentario con una sonrisa—. Gracias por el vestido.
—Te queda perfecto —le dijo Camila, casi en un susurro.
La brisa nocturna era como un bálsamo, pero tenía la carne de gallina. ¿Por qué tenía la impresión de que aquel momento era la culminación de cada segundo de su vida hasta aquel instante?
—Estás… Dios, Lolo, estás preciosa con él.
Lauren se ruborizó y bajó la mirada un instante antes de mirar a Camila de nuevo.
—No sabía que te habías fijado en él en el centro comercial.
Camila tragó saliva y habló lentamente, temerosa de volver a cagarla. Cuando estaba cerca de Lauren, le costaba mantener la cabeza fría.
—Me importa todo lo que te importa a ti, querida. Claro que me fijé. —Se produjo una pausa tensa, así que Camila cambió de tema—. Has vuelto temprano.
Lauren asintió.
—Quería… quería volver pronto.
Camila fue a tocarla, pero cambió de opinión y dejó caer la mano a un costado.
—¿Qué ha pasado en la fiesta?
Lauren pasó un dedo por la mesa de la cocina que había cerca de la puerta y dejó los zapatos en la silla.
—Bueno, me he enterado de que he ganado un premio —comentó con naturalidad.
—¿Un premio? —Como Lauren se veía de un humor casi juguetón, Camila decidió seguirle la corriente—. ¿A la mejor vestida?
—No.
—¿A la más guapa?
Lauren dejó escapar una carcajada, la miró a los ojos y contestó con la voz cargada de emoción.
—No, ese tampoco. Uno mejor.
El ardor de su mirada hizo que el suelo se moviera bajo los pies de Camila. Sin embargo, había algo más en sus ojos. Incapaz de contenerse, Camila se le acercó tanto que vio que tenía una pestaña en la mejilla; se la quitó con suavidad, le pasó la mano por el pelo y le acarició la mejilla en un único movimiento.
—Cuéntamelo.
Antes de que estar así de cerca, de que quererte tanto, me haga imposible entender una sola palabra que digas. Para sorpresa de Camila, la preocupación ensombreció fugazmente la mirada de Lauren, que se mordió el labio.
—¿Qué pasa?
—Vamos a sentarnos —pidió Lauren, que sacó una silla y se acomodó con un suspiro—. No estoy acostumbrada a llevar tacones; me duelen los pies.
Camila notó la mordedura del miedo como una corriente eléctrica en lo más hondo de su ser. Había algo más, algo malo. Lo presentía, como si se avecinara una tormenta. ¿Había venido a despedirse? ¿Adiós muy buenas? Se sentaron, sin hablar. Camila inspiró hondo y, cuando ya no pudo soportar más el suspense, murmuró:
—¿Qué pasó?
Lauren tomó aire y tardó un segundo en espirar.
—He ganado un premio por un artículo que escribí sobre un estudio que hizo mi equipo. Está publicado en una revista científica. —Alargó la mano, entrelazó los dedos con los de Camila encima de la mesa y se los apretó—. La universidad me envía a Washington dentro de unas semanas para hablar ante una especie de comisión gubernamental.
Camila dejó escapar la respiración contenida y el corazón le saltó de júbilo en el pecho. Meneó la cabeza.
—Eres genial, nena. Me alegro mucho por ti.
—Gracias. La verdad es que es un honor.
Sin embargo, aquello no respondía a su pregunta. Camila quería saber por qué se contenía Lauren. Por qué sus amables ojos parecían preocupados y asustados. Camila todavía lo notaba: había algo que Lauren no le estaba contando. Maldición, ¿y si la Issartel había vuelto a hacerle daño?
—¿Por qué te has ido de la fiesta tan pronto, querida?
—Porque quería verte —contestó Lauren, con los ojos llenos de lágrimas.
Su alarma interna se volvió loca.
—¿Qué pasa? Cuéntamelo. —Camila se levantó de la silla y se acuclilló delante de Lauren, acariciándole las piernas con dulzura, desde la rodilla a las caderas—. Lauren, por favor. ¿Te ha dicho algo la Issartel?
—No. —Lauren se enjugó una lágrima e inspiró por la nariz—. No es eso. Camila apretó la mandíbula.
—La mataré si…
—Cariño —musitó Lauren con sencillez—. No vale la pena. Paso de Keana y de lo que me hizo. Ella no es nadie. Además, en cierta manera estoy en deuda con ella.
Camila entornó los ojos.
—¿Perdona?
—Si no me hubiera engañado para ir al programa, nunca te habría conocido.
Camila sintió una renovada ola de esperanza. ¿Qué quería decir Lauren? No quería dar nada por sentado, pero si se alegraba de que el destino las hubiera unido, entonces significaba…
—¿Qué te preocupa?
Lauren se mordió el labio inferior con tanta fuerza que a Camila casi le dolió al verla.
—Tengo que preguntarte una cosa, Camila. Y… no va a sonar bien. Parece una estupidez, pero lo necesito. Espero que lo entiendas.
—Pregunta, querida. —Camila abrió los brazos y sonrió. El amor que sentía por aquella mujer vulnerable y al mismo tiempo tan fuerte era indescriptible—. Mi vida es un libro abierto para ti. Lauren ladeó la cabeza y miró hacia los lienzos y pinturas que había apoyados en las paredes.
—Ayer, estaba haciendo café.
Tragó saliva varias veces y se enjugó más lágrimas. Camila esperó. Se daba cuenta de que Lauren parecía avergonzada. Casi como si le pidiera perdón.
—Y… y normalmente no… no soy una persona que piense mal, pero es que me-me han hecho mucho daño. No es excusa, lo sé. Dios, no tengo dieciséis años, tengo un doctorado. —Movió la mano levemente—. Bueno, el caso es que te vi. —Arrugó el rostro y el llanto se intensificó—. Salías de casa con… con una mujer y yo…
Al caer en la cuenta, Camila estuvo a punto de echarse a reír por el alivio. ¿Lauren creía que estaba con otra mujer? Como si Camila fuera capaz de mirar a alguien que no fuera la brillante, dulce y generosa Lauren Jaramillo. Eso sí, lo mejor de todo el malentendido era que a Lauren le importaba. Por fin se daba cuenta de lo mucho que le importaba.
—Ah, no, no. ¿Quieres decir por el abrazo?
Lauren asintió, llorosa y avergonzada. Camila se inclinó y le acunó el rostro entre las manos.
—No es lo que crees. ¿Por qué no me lo habías dicho?
Lauren la miró a los ojos y se encogió de hombros.
—¿Quién era?
Camila tenía planeado esperar al momento adecuado para enseñarle el cuadro, pero no se le ocurría una ocasión mejor. En lugar de contestarle, se puso de pie y extendió una mano.
—Ven, te lo enseñaré.
Lauren le sostuvo la mirada y se puso en pie, tambaleante. Camila la cogió del brazo y la atrajo para sí. Juntas, se acercaron al lienzo cubierto que había sobre un caballete y Camila acercó la cabeza a la de Lauren.
—¿Te acuerdas de que te dije que había algunas galerías interesadas en ver mi trabajo, ¿verdad?
Lauren asintió.
—La mujer que viste era Mimi Westmoreland. Su marido y ella tienen una de las galerías más prestigiosas de Denver.
—Sí, la conozco. —Lauren inspiró de golpe y miró a Camila con los ojos como platos—. ¿Y?
Camila sonrió de oreja a oreja, demasiado emocionada y orgullosa como para controlarse.
—Y les gusto mucho. O sea, mi trabajo. Expondrán varias de mis obras en una exhibición privada.
—¡Camila! Eso es maravilloso. —Lauren le rodeó el cuello con los brazos y Camila la levantó en vilo y le dio una vuelta.
Entre risas, Camila la dejó en el suelo, pero no la soltó. Estaban pegadas la una a la otra, desde los senos a las espinillas, y la deliciosa suavidad de Lauren se amoldaba tan perfectamente a su propio cuerpo que Camila empezó a perder los papeles. Le pasó la mano por la espalda a Lauren, hasta la curva de su sexy trasero. Bebiéndose su rostro con ojos enamorados, Camila susurró:
—Es la práctica común de los galeristas visitar al artista en su estudio para ver su trabajo. Cuando me viste, la señora Westmoreland y yo habíamos llegado a un favorable acuerdo de negocios. —Camila aprovechó para darle un beso a Lauren en la punta de la nariz—. Eso es todo.
Lauren gimió.
—Dios, ¡qué idiota soy! Soy una idiota insegura. Siento mucho habértelo preguntado. ¿Por qué no me lo habías contado?
—Fui a decírtelo —dijo Camila, agachando la barbilla—. Pero me encontré con un sobre en la puerta.
Lauren se puso como un tomate.
—Me siento estúpida. Tendría que haberlo sabido. Tendría que haber confiado en ti —farfulló, hundiendo el rostro en la seguridad acolchada del pecho de Camila.
—Nunca te he dado demasiadas razones para que lo hicieras —musitó Camila, dándole un beso en el pelo.
—Tampoco me has dado razones para que no lo hiciera.
—Ahora ya está —susurró Camila—. No te preocupes. Si te hubiera visto abrazando a otra mujer, me habría cabreado tanto que la habría descuartizado.
Lauren levantó la mirada, asombrada.
—¿De verdad?
—No, tampoco soy ese tipo de mujer —le guiñó un ojo—. ¿Recuerdas?
—Sí —rio Lauren con suavidad.
—Pero me habría preocupado.
Lauren exhaló.
—Gracias por decirlo.
—Espera, hay más.
—¿Más?
Camila alzó la mano, retiró la tela del lienzo y dio un paso atrás para que Lauren viera bien la pintura. Fue mirando su perfil y el lienzo alternativamente, con el corazón a cien. Quería que a Lauren le gustara tanto como a ella.
—Dios mío —respingó Lauren, embelesada. Cerró los puños y se los llevó al pecho. Tras observar la pintura boquiabierta durante varios segundos, se humedeció los labios—. Soy yo.
—Sí.
Le brillaban los ojos de pura emoción.
—Estoy…
—Preciosa —susurró Camila, dando un paso hacia ella—. Es como te he visto siempre. Como te verá el mundo entero en la galería Westmoreland, mi corazón.
—Oh, Camila, no… no tengo palabras. ¿Esto es en lo que has estado trabajando tanto?
—Sí, es el cuadro que hizo que Mimi Westmoreland me abrazase.
Camila le recorrió el pómulo a Lauren con la yema del dedo. Tenía la piel sedosa, como los polvos de talco o los pétalos de rosa. Dolorosamente suave y tersa.
—Ya ves, una vez más, todo esto es culpa tuya —murmuró.
Lauren se echó a reír y bajó la mirada a sus pies desnudos. Cuando volvió a alzar la vista, los ojos le ardían. Alargó la mano y le tocó los labios a Camila, que cerró los ojos al notar una corriente de deseo en su interior. Le cogió la muñeca a Lauren y le cubrió la palma de suaves besos.
—Eres muy cariñosa conmigo, Camz.
—Haces que me sienta cariñosa, querida.
—Bueno, tú haces que me sienta perfecta tal como soy. Así que estamos empatadas —suspiró Lauren.
Camila abrió los brazos; Lauren se fundió de buena gana en su abrazo y la estrechó con fuerza a su vez, besándole el pecho a través de la camiseta.
—Lauren, me gusta mucho abrazarte.
—Entonces no me sueltes —susurró ella.
—Te abrazaré todo el tiempo que quieras, nena. Es lo único que quiero. Lauren apoyó la mejilla sobre el corazón de Camila y escuchó su latido.
—Hemos cometido algunos errores, Camila.
—No pasa nada. —Camila le acarició el pelo con la palma de la mano—. Tenemos tiempo para corregirlos. Todos. Lauren levantó la cabeza y estudió a Camila con atención. Se la veía más segura, más atrevida. Infinitamente sexy.
—¿Te acuerdas del beso?
Camila soltó una carcajada suave. ¿Que si se acordaba? La consumía en cada segundo de vigilia y en la mayoría de sus sueños.
—Eh… sí. —Recordarás que nos interrumpieron… —dijo Lauren, dejando la frase colgada.
A Camila la atravesó una flecha encendida de deseo que le prendió fuego desde el corazón hasta el clítoris, en donde el calor se acumuló pesadamente.
—Así fue.
—Bueno… —Lauren se arrimó aún más a ella. Confiada. Enamorada. Le deslizó un dedo por el hueco de la garganta, entre los pechos y el estómago, hasta enganchárselo en la cinturilla del pantalón—. Eso fue un error, ¿no te parece?
—Un error desafortunado.
—Un error desafortunado que creo que deberíamos corregir —susurró Lauren—. Ahora mismo.
Con un movimiento no demasiado sutil contra Camila, Lauren dejó bien claro lo que quería.
—¿Estás segura? —quiso asegurarse Camila, con la voz enronquecida.
—Nunca había estado más segura de nada en la vida. Alexa siempre dice que la mejor prueba de lo bueno que es un vestido de cóctel de seda es lo bien que cae al suelo.
Camila se agachó y cogió a Lauren en brazos para llevarla a la cama, con una sonrisa en los labios. Depositó a su amada sobre la colcha y se le puso encima con delicadeza, con la intención de hacerle el amor toda la noche si Lauren se lo permitía. Diablos, toda la semana. Le lamió el dulce y cálido valle entre los pechos, uno de tantos valles en aquel hermoso paisaje que Camila pretendía explorar con la lengua, las manos y todas las demás partes de su cuerpo. El beso cauto que se dieron se turnó urgente al momento, y a los pocos segundos Lauren le tiraba de los botones de la camisa y de la cremallera del pantalón. Camila le cogió la mano.
—No tan deprisa, amor.
—¿Estás de coña? Con la de tiempo que hace que te deseo, ir más despacio no es una opción.
Camila hizo una pausa y dejó escapar una carcajada seca.
—Somos idiotas, lo sabes, ¿verdad?
—Sí, ¿no es genial?
Se rieron mientras iban quitándose la ropa, prenda a prenda, y dejándola caer al suelo junto a la cama. Pronto apretaron sus cuerpos desnudos, piel caliente contra piel caliente, y solo entonces fueron más despacio. Sus miradas se enlazaron íntimamente y Camila deseó sumergirse en el momento, sin apresurar las cosas, por mucho que su cuerpo clamara lo contrario.
—¿A qué esperas? —preguntó Lauren.
—No… no lo sé. Intento asegurarme de que todo esto es real.
Lauren le enredó los dedos en el pelo y se incorporó un poco para darle un beso apasionado. Cuando se separaron, jadeantes, Lauren le dijo:
—Es real. Estoy desnuda en tu cama, por Dios. Mujer, no me hagas esperar mucho más o te tumbaré de espaldas y tomaré el mando. Solo de pensarlo, Camila se estremeció de placer. Le pulsaba todo el cuerpo al frotarse con Lauren y, al meterle una pierna entre los firmes y aterciopelados muslos, la encontró ardiendo y empapada.
—¿Qué es lo que quieres?
—A ti. Toda tú. Que me toques, que me saborees. Tenerte dentro. Y luego te devolveré el favor. Con creces.
Camila gimió y le besó todo el cuello y el pecho antes de, por fin, cubrirle un pezón con la boca para chuparlo y mordisquearlo. Mientras tanto, con la otra mano le cogió el pecho libre, suave, firme y perfecto. El gemido de placer de Lauren resonó a través de su boca y la animó a continuar. Lauren arqueó las caderas y se frotó contra el muslo de Camila, que, loca de deseo, le rodeó la espalda con el brazo y la arrimó a su pierna con más fuerza. Dominada por el ansia más primaria, le soltó un pecho para dedicarse al otro. Con la respiración cada vez más acelerada, los movimientos de ambas se tornaron frenéticos. A Lauren empezaron a temblarle las piernas y Camila fue cubriéndola de besos en su camino descendente hasta capturar el húmedo calor de Lauren con los labios. Lauren respingó, se abrió de piernas y se apretó contra la lengua de Camila, para que no parase. Camila encontró el punto más dulce de Lauren y se lo chupó, mientras le metía dos dedos y luego tres en el húmedo y apretado centro.
—Sí —susurró Lauren—. Más fuerte.
Camila obedeció de buena gana, atrajo a Lauren hacia sí y le hizo el amor como llevaba tanto tiempo soñando. Cuando Lauren se contrajo en torno a sus dedos, Camila arrugó los labios para hacerle cosquillas en el punto G y, a los pocos segundos, Lauren se arqueó hacia atrás y Camila saboreó su deliciosa humedad en la lengua. Dios, Lauren sabía como los ángeles. Era como si estuvieran destinadas la una a la otra. Camila no quería parar, así que siguió penetrando su dulce cuerpo más y más, hasta que Lauren le agarró la muñeca, riéndose.
—Para, no puedo más.
Camila dejó de mover los dedos, pero no los sacó, porque le gustaba sentir cómo Lauren se estremecía tras alcanzar el clímax. Se limpió la humedad de las mejillas en el interior de los muslos de su amante y luego ascendió beso a beso sobre su cuerpo hasta alcanzar sus labios. Se besaron largamente, hasta que Camila no pudo distinguir el dulce sabor de la boca de Lauren y el sabor erótico de su cuerpo. Finalmente, su respiración se normalizó y le sacó los dedos con cuidado. El gemido de decepción de Lauren la hizo sonreír.
—Hay más de donde ha salido ese, Lolo. Esto es solo el principio.
Se miraron a los ojos y sus almas se enredaron, conectadas. A Lauren se le humedecieron los ojos y suspiró.
—¿Camz?
—¿Sí, pequeña?
—No hemos terminado.
—Gracias a Dios —dijo Camila, que anhelaba mostrarse vulnerable con una mujer por primera vez en mucho tiempo.
Lauren hizo rodar a Camila con delicadeza y la puso de espaldas. Mientras la acariciaba, habló con voz trémula, apasionada y llena de una promesa que Camila había esperado escuchar toda la vida.
—Te quiero, Camila. Te quiero muchísimo. ¿Lo sabes?
—Lo sé, querida —susurró Camila, y alzó los labios hacia Lauren para volver a besarla mientras se abría a ella. Era la mujer que había estado buscando desde siempre—. Lo veo en tus ojos.

Finnnnnnn

Una mentira sin importancia (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora