VII

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Camila se apartó del caballete y estudió el lienzo húmedo con ojo crítico. Por fin había captado la emoción perfecta, porque los cambios que había aplicado eran exactamente los que le faltaban al cuadro. Sintió una oleada interna de placer. Un vistazo a su reloj de pulsera le confirmó que ya casi era hora de ver a Lauren, así que metió los trapos en la cara lata de café manchada de pintura que había heredado del señor Fuentes y la tapó. El olor familiar a aceite de linaza y pintura viscosa le hizo cosquillas en la nariz.

Los pinceles de pelo de mustela y las espátulas estaban desperdigados sobre la mesa de trabajo como si fuera el juego de las pajitas. Ceñuda, se puso a recogerlos. Normalmente no era tan desordenada, pero se había emocionado tanto al averiguar lo que le faltaba a la pintura que había corrido a plasmarlo en el lienzo lo antes posible, antes de que se le fuera de la cabeza. Había hecho casi todo el trabajo y los toques finales podían esperar a que volviera del centro comercial.

Con cuidado de que no goteara mucha pintura, Camila atravesó la habitación, con el suelo cubierto de trapos, y dejó los útiles de pintura en las jarras de aguarrás que tenía alineadas en el mármol de la cocina. El penetrante aroma casi especiado del compuesto llenó la habitación. Había sabido adónde quería llegar con aquella pintura desde el primer esbozo a carboncillo, pero había algo que no acababa de cuadrarle y no había sido capaz de insuflarle vida. Hasta ahora.

Camila se limpió las manos en el desgastado delantal que llevaba y se volvió hacia el retrato de Lauren con una sonrisa.

Sí.

Los ojos eran lo que le había fallado hasta aquel momento, pero no se había dado cuenta hasta la noche anterior, en los columpios. Habían compartido tanto de sí mismas bajo la luna llena de otoño que Camila tenía la impresión de haber visto a Lauren de verdad por primera vez. Había visto su interior. Y cuando Lauren la había mirado de aquella manera había sido... arrebatador.

Le había añadido luminosidad a los ojos en el retrato y más profundidad a su expresión, hasta que al mirarla tuvo la sensación de estar en casa. Seguro que captaba la atención de los galeristas, aunque el retrato no les pusiera a cien. Esperaba que también le gustara a Lauren.

Más que cualquier otra cosa, lo que Camila deseaba era que Lauren se viera a sí misma desde una nueva perspectiva: la de Camila. A lo mejor entonces Lauren reconocería el poder de su feminidad. Puede que entonces sanase la herida emocional que le habían causado las descuidadas palabras de la tía Luz, la arrogancia despreocupada de Keana Issartel y la crueldad de El Show de Barry Stillman.

Camila limpió la paleta de mármol y metió los arrugados tubos de pintura que había usado en un táper. Se fijó que no le quedaba mucho Blanco Titanio ni Verde Veridiano. Mientras metía el táper en la nevera, se hizo la nota mental de preguntarle a Lauren si le importaba aprovechar que salían para hacer una parada en la tienda de arte y comprar suministros. Compraría unos cuantos lienzos nuevos, marcos extra, más yeso y una cubierta de recambio, ya que estaba. Tenía que almacenar material, porque sentía multitud de ideas nuevas arremolinándose en la cabeza. Era increíble lo inspirada que estaba desde que se había mudado allí. Lauren encendía su llama creativa a todos los niveles.

Volvió a mirar la hora. Se estaba quedando sin tiempo. Se quitó el delantal de un tirón y se sacó la camiseta para limpiarse la pintura de las manos y los brazos en el fregadero con jabón Lava. Luego se metió en la ducha. Tenía que llamar para confirmar la cita con el galerista, pero tendría que esperar. Si la noche anterior con Lauren era prueba de algo, era de que seguían una dirección llena de sorpresas y no quería perderse ni un solo momento con la adorable profesora.

* * *

-¿Miau?

Lauren releyó, incrédula, la palabra en el extremo del pintalabios de veinticinco dólares.

Una mentira sin importancia (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora