Prólogo

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- ¡MIIIIRIAAAAAM!

Siempre es un placer despertarme con el sonido estridente de la voz de mi madre. Sí, uno de los mayores placeres de la vida.

- ¿QUÉ QUIERES? - Chillo en respuesta, frotándome los ojos e intentando abrirlos (sin éxito).

- ¡Ya vamos tarde por tu culpa! - Bufa entrando en mi cuarto, y yo murmuro algo en respuesta que poco le importa. - Venga, que a tu padre le va a dar un jamacuco como todo no salga tal y como lo ha planeado.

- Ya lo sé, ya voy...

Ella sale de mi habitación y yo me levanto como buenamente puedo. Me estiro, y el crujir de mi espalda es tanto que cualquiera podría pensar que tengo los huesos de una señora de ochenta años. Me acerco a la ventana entreabierta y respiro bien el aroma del campo. Dejo que el sol me bañe el rostro y me ayude a despertarme, con el sonido de los establos repiqueteando en mis oídos. Bostezo una vez más antes de dirigirme a mi cómoda y coger la ropa que dejé preparada anoche para ponerme hoy. El viaje será en coche, pero cuando lleguemos a Madrid quiero que mi look sea medianamente presentable. Tampoco es que me haya complicado; me pongo unos pantalones vaqueros cortos y una blusa blanca arremangada junto con unas converse de imitación.

Bajo las escaleras mientras reviso mi teléfono. El chat de grupo que tengo con mis amigas está rebosante de mensajes, puesto que anoche me acosté súper pronto y ellas estuvieron hasta bien entrada la noche hablando. No lo leo y apago el teléfono, prometiéndome a mí misma que en el coche lo leeré todo tranquilamente. Aunque seguramente se me olvide, como siempre.

Llego a la cocina y sonrío al ver a mi padre revisando todas las maletas y asegurándose de que no falta nada.

- ¿Cuántas veces las has revisado ya? - Pregunto con una pequeña sonrisa.

- Ni idea... Anda, Miri, date prisa por favor - me ruega con tanta ansiedad y tanto nerviosismo que resulta incluso adorable.

- Que sí, pesado - me río y le doy un beso en la mejilla, haciéndolo sonreír. - Pero cálmate, que sino te va a sangrar la nariz.

Él se ríe por nuestra pequeña broma personal y yo voy al único cuarto de baño de la pequeña casa. Cuando me veo en el espejo, me doy vergüenza a mí misma. Pareciera que tengo un jodido nido en la cabeza. Agarro el cepillo y el peine y me encargo de desenredar mi pelo negro como el carbón. Apenas me llega a los hombros, así que no tardo mucho en quitarme los tirones y en peinarlo decentemente. Me echo agua en la cara para quitarme las legañas y espabilarme un poco y luego ni siquiera me maquillo. Total, ahora seguiré durmiendo en el coche o algo así.

Cuando salgo del baño me río otra vez, esta vez porque pillo a mi padre metiendo dos o tres camisetas del Real Madrid (que no son precisamente su talla) en las maletas.

- Papi...

- Shh, te callas.

Ruedo los ojos y niego con la cabeza. Loco como él sólo. Aunque no me reiré de él. Cada uno tiene sus gustos. A él le gusta el fútbol, y a mí leer, ir de fiesta y la música. Y a mi madre le gustan esas novelas turcas tan malas. Pero como dice mi amiga Ariadna: Pa' gustos, culos.

- Creo que ya está todo - declara mi madre llegando hasta donde estamos. - ¿Las maletas?

- Sí - respondemos mi padre y yo a la vez.

- ¿Las mochilas?

- Sí.

- Pues está todo listo. Venga, Manolo, que se nos hace tarde.

Él agarra un puñado de maletas, mamá otras pocas y yo llevo las mochilas.

- ¿Has avisado a Paco de que ya salimos? - Pregunta mi padre nerviosamente.

- Sí, tú tranquilo, que la granja se queda en buenas manos - responde mi madre.

- No sé, Pepi... Tu hermano es un poco cabeza loca. ¿Y si se olvida de darle de comer a las gallinas o de ponerle agua a los caballos?

- Le hemos dejado una lista, no se olvidará - insiste ella.

Él sigue erre que erre conque no se fía y mi madre busca todas las formas posibles de convencerle de que no pasa nada mientras metemos las cosas en el maletero, y yo no hago más que reírme por las cosas que dice uno y otro. No tienen remedio esos dos.

Me pongo los auriculares y me siento en la parte de atrás. Pongo mi playlist, que es un caos. Lo mismo está sonando reggaetón, que se pone una de pop, una rock, una balada, una country... Me gusta prácticamente todo, así que no tengo especial fijación por nadie. Suena una de esas románticas, de las que sus letras son para dedicarlas, y sonrío cerrando los ojos y apoyando la cabeza en la ventanilla del coche.

A veces, sólo a veces, me pregunto cómo será sentir lo que dicen las letras. El dolor y la alegría. Las mariposas y las risas tontas. Tengo 18 años y aún no he conseguido enamorarme, y me desespera. Mis amigas tienen a sus novios y han tenido sus rollos, ¿y yo? Pues le he gustado a muchos chicos, pero no ellos a mí. Y a ver, que no soy virgen, que nadie se confunda, pero me da algo de envidia no saber qué es hacer el amor con la persona que realmente amas. Que no sea un chico casual en una discoteca.

Yo qué sé. Paso. Yo sola me lío y me complico las cosas. Estoy bien sola, y ahora que voy a entrar a la universidad lo último que necesito es una distracción.

Novios, ¿quién los necesita? Yo no.

Aprieto los labios. Esto me pasa por oír mierdas románticas. Mejor poner reggaetón que es casi todo pornografía en audio y a tomar por culo el amor.

Me froto los ojos y paso la canción. Suena una de rock, una que me gusta y no habla de amor. La dejo y aprieto los ojos con más fuerza, como si así fuese a dormirme más rápido. Quién sabe, igual funciona. Subo las piernas al asiento y casi me acuesto totalmente en los asientos de atrás.

El sueño no tarda en caer sobre mí, y antes de quedarme dormida, no me pierdo el amanecer, que pinta el cielo de naranjas, violetas y rosas.

Madrid, allá vamos.

Imprudente // Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora