Capítulo 20: El Error

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Miro a Pablo mientras se pone la chaqueta y miro el cielo, donde las estrellas brillan más de lo normal. O esa es la impresión que a mí me da. Mientras observo el firmamento con interés, siento que él me abraza por la espalda, envolviendo mi cuerpo entre sus brazos. La calidez de su cercanía me resulta bastante agradable, y sonrío cuando besa mi nuca.

- Creo que también es el mejor día de mi vida - murmura pegando su nariz a mi cuello. - Hueles distinto.

- Huelo a ti. Se me ha pegado la colonia apestosa esa que te echas - me burlo aguantando la risa mientras él se queja.

- ¿No te gusta mi colonia?

- Es broma, cabezón - me río girándome y besando sus labios castamente. - Si no me gustara cómo hueles no te robaría la ropa, ¿no crees?

- Cierto - me da la razón riéndose. - Vamos al piso ya, que hace frío - susurra teniendo un escalofrío.

- Como usted quiera, señor Páez - me separo de él y empiezo a caminar por el césped, agarrada de su mano.

Me fijo una vez más en la inmensidad del estadio. Y bueno, el campo es gigantesco. No me explico aún cómo se lo recorren de punta a punta tan rápido y con tanta facilidad. Una pequeña y perversa idea cruza mi mente y sonrío sin poder evitarlo.

- ¿Eres consciente de que vas a tener que jugar más veces aquí? - Pregunto divertida.

- Sí... Y me temo que cada vez que pise este césped me voy a acordar de ti y de lo que hemos hecho - dice consiguiendo que yo me sienta orgullosa por algún motivo. - Si me distraigo va a ser tu culpa.

Suelto una carcajada y apoyo la cabeza en su hombro, estúpidamente feliz. Creo que estoy en una nube, y no me apetece que me bajen de ella.

- Cargaré con ese peso en mi conciencia - respondo besando su mejilla.

Suspiro y cierro los ojos, fiándome de que sus pasos sean certeros y me guíen correctamente. Aunque no sé ni por qué dudo de ello. Hace bastante que él es mi guía. Ese faro en la oscuridad del que todos hablan.

Y creo que he encontrado el camino correcto.

★★★

Me río a carcajadas mientras los dos hermanos se pelean. Llevan todo el tiempo discutiendo porque van a jugar al Mario Kart y los dos quieren escoger a Toad. Niego con la cabeza escuchando a los canarios, cosa que he descubierto que me gusta bastante. Su acento y esas palabras típicas de las islas me hacen especial gracia, igual que ellos se ríen de mí y de mi acento onubense.

Miro mi teléfono y escucho la pelea de fondo, como el que se pone música suave para relajarse, sólo que yo tengo a dos inútiles batallando por una estupidez. Me recuerda un poco a las peleas tontas de mis padres, y por un momento los echo muchísimo de menos. Pero no me da tiempo a ponerme triste ni a pensar cuando cierto sevillano de ojos castaños llega al salón, adormilado y con el pijama puesto. Le sonrío enseguida y es Pedri el primero en saludarlo.

- Buenos días, Drácula - dice el canario entre risitas, las cuales acompaña su hermano.

Me río sin poder evitarlo y él me mira confuso, aunque supongo que no tarda en ver el chupetón de mi cuello, porque sonríe y asiente, como si lo entendiera todo. Es todo un vampiro el muchacho, se encargó de dejarme marca.

- Buenos días, panda de mequetrefes - saluda él bostezando.

Aparto mis piernas para que se siente a mi lado y luego las dejo de nuevo en el mismo sitio, esta vez encima de su regazo. Él me sonríe y me da una palmada en el muslo.

Imprudente // Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora