Capítulo 8: Comer Es Vivir

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Frunce el ceño cuando abro la despensa y le muestro los pocos resquicios de comida que quedan en esta casa. Supongo que él tiene una dieta más sana que pizza, Yatekomo, cereales y bocadillos de mortadela y paté. Yo, sinceramente, vivo perfectamente feliz con eso. Pero el señor culé no.

- ¿Cómo es que no te mueres comiendo sólo esa basura? - Inquiere cogiendo un bote de azúcar glas.

- Soy como las cucarachas. Cuando explote el mundo, sólo quedaremos ellas y yo - bromeo quitándole el bote y dejándolo en su sitio.

- Doy fe - se ríe él mirando al fondo de uno de los armarios. - ¿Está todo vacío?

- En la nevera hay leche, cerveza, más pizza, agua, y... Algún paquete de esos de ensalada medio hecha - respondo abriéndola. - También hay salchichas - murmuro cogiendo el paquete.

- Me quedo la ensalada, es lo más sano que hay aquí.

Ruedo los ojos y le lanzo el paquete que quiere.

- Pues hala, tú te las apañas solito - digo cogiendo las salchichas de nuevo. - Y ahora, reza para que no explote la cocina.

Él se ríe mientras rebusca en los muebles un bol y yo enciendo la hornilla, sacando una sartén y buscando el aceite. Normalmente es Laura la que hace de comer, así que ella es la que sabe dónde está todo.

Cada uno cocina lo suyo en relativa paz y en silencio, y al rato ambos estamos sentados a la mesa, él con su ensalada y yo con mis salchichas y mi mayonesa.

- ¿Cuánto tiempo estarás aquí? - Pregunto inevitablemente, cortando mi comida.

- Tres días - murmura pinchando un tomare cherry. - Me quedaré en casa de mis padres.

- ¿Y no viven lejos de aquí?

- Un poco - se encoge de hombros y mastica. - Pero no pasa nada, sólo iré con ellos a dormir - me sonríe y yo me llevo un trozo de salchicha a la boca.

- Puedes quedarte aquí, así te ahorras tantos viajes - digo sin mirarlo. - Aunque tendrías que dormir en el sofá - advierto bebiendo un poco de agua.

- Me parece bien. Le diré a mi madre que traiga mi maleta, entonces - asiente felizmente. - Así puedo ayudarte con el trabajo.

- Me parece bien - le sonrío y me echo hacia atrás en la silla. - Aunque tengo la semana llena de exámenes...

- Pues te puedo ayudar a estudiar.

Le miro extrañada y sorprendida a partes iguales.

- ¿Tienes unos días libres y quieres desperdiciarlos conmigo? - Pregunto directamente, frunciendo el ceño. - No sé... Descansar, no hacer nada, dormir 12 horas seguidas, salir de fiesta, aprovechar tiempo en familia... - propongo con añoranza.

Esas son las cosas que yo quisiera poder hacer, en realidad.

- Estar contigo no es un desperdicio - replica casi ofendido. - Además... Uso mis días libres para hacer lo que me gusta y lo que me apetece - se lleva el tenedor a la boca y cuando traga, lo deja en el bol y lo aparta, apoyándose con ambos codos en la mesa, acercándose hasta que tengo su cara bastante cerca de la mía. - Y lo que me gusta y lo que me apetece, es estar contigo - dice en apenas un susurro.

Maldigo el día en que decidí que era buena idea invitarlo a una copa.

Siento cómo me arden las mejillas y no pasa desapercibida la bandada de mariposas que revolotean bruscamente en mi estómago. Aparto la mirada, incapaz de sostener la suya, que es demasiado intensa ahora mismo para aguantarla. Bueno, él al completo es demasiado.

Imprudente // Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora