Capítulo 1: El Chico del Bar

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Lo único que me apetece después del largo viaje y de pasar el resto del día de turismo con mis padres, es beber, así que salgo del motel donde nos estamos quedando y miro en el GPS del teléfono hacia dónde tengo que ir. Lola me ha mandado la ubicación de un bar en el que estuvo cuando visitó Madrid y que, según ella, es de los mejores de toda la capital.

Me miro en el reflejo de un escaparate, y me sonrío a mí misma. Este vestido naranja chillón me queda genial gracias a lo bronceada que tengo la piel. Me queda de infarto. Me acomodo el pelo y el flequillo y estiro los dedos de los pies dentro de las converse.

Miro de nuevo el teléfono y suspiro. Son tres kilómetros. Ni de coña voy andando. Y si tuviese que ir andando, llegaría apestando a sudor y tampoco me apetece.

Acabo llamando un taxi porque paso de caminar tanto. Ya me duelen los pies después de haber recorrido el Parque del Retiro Dios sabe cuántas veces.

Al rato ya estoy frente al bar. Parece lujoso, pero según Lola no es caro. Entro en él y suspiro. Hay poca gente. Aunque es temprano. Sólo hay un grupo de chicos en la barra. Yo me siento también en la barra, pero manteniendo las distancias. Me pido una cerveza y le sonrío al apuesto camarero que me la da casi al segundo.

Disfruto de la tranquilidad lo máximo que la pandilla de chicos me lo permiten, puesto que no paran de reír y de decir gilipolleces. Bueno, uno de ellos es bastante calladito. Y muy mono. Me muerdo el labio mirándolo. Tiene unos brazos...

Cruzo las piernas y me acabo la cerveza.

- Perdone - llamo al chico que me atendió antes y este se acerca a mí. - Póngame otra, y... A ese chico de allí, el del polo azul, ponle una de mi parte.

El hombre se ríe y asiente.

- ¿Le digo que es de tu parte? - Pregunta divertido.

- Claro, así se liga, ¿no? - Replico sonriente.

Él asiente y agarra dos cervezas. Les quita las chapas y me deja una a mí. Camina hasta el otro lado de la barra y le entrega la otra al guapo castaño del polo azul. Parece tan tímido que me resulta adorable. El camarero me señala disimuladamente, y todos los chicos giran la cabeza hacia mí. No pierdo mi sonrisa socarrona y les guiño un ojo. Empiezan a armar jaleo y a darle codazos al que parece el más pequeño de todos. Al que le he puesto el ojo. Me mira y sus ojos marrones me dejan algo embobada.

Es estúpidamente guapo.

Le hago un gesto para que se acerque y él agarra el botellín antes de levantarse de su taburete para caminar hacia mí. Me pongo nerviosa al instante. La primera parte siempre es fácil; he llamado su atención, y ahora toca lo complicado.

- Normalmente es al revés - es lo primero que me dice, sentándose en el taburete que hay a mi lado, señalando su cerveza y dándole un trago.

- Honestamente, no tenía ganas de que llegara otra y te seduciera antes que yo - bromeo divertida.

- ¿Conque eres de esas que son atrevidas? - Se ríe él.

- Soy de esas que van con la verdad por delante - le corrijo dándole un trago a la bebida. - ¿Qué hace un sevillano en Madrid? - Pregunto directamente.

Él abre los ojos mucho. Es monísimo, Dios.

- ¿Cómo sabes que soy de Sevilla?

- El acento - respondo airada. - Yo soy de Huelva.

- ¿Todas allí son así de guapas? Debería pasarme más por Huelva...

- Y parecías tímido - me burlo.

Nos sonreímos y casi a la vez damos otro trago.

- Las apariencias engañan - señala con una sonrisa taimada.

Imprudente // Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora