Profecías cumplidas

168 12 0
                                    

Aemond estaba atrapado en una tormenta de emociones tras la humillante pérdida de la Fortaleza Roja. El castillo, que durante generaciones había sido un símbolo indomable del poder de su familia, ahora se erguía como un recordatorio punzante de su fracaso. Cada rincón de aquel bastión caído resonaba en su mente, susurrándole la derrota. El veneno de esa humillación no solo corroía su orgullo, sino que lo dejaba sumido en un abismo de incertidumbre y furia. Pero aún más desgarrador era el creciente distanciamiento de su familia. Los lazos de sangre que alguna vez lo habían unido a los suyos ahora se sentían como nudos de espinas, enredados en traiciones y rivalidades amargas. En medio de este caos, solo Alyssane le ofrecía un respiro, una chispa de luz en un mundo desmoronado.

Alyssane, con su fortaleza tranquila y su inquebrantable lealtad, se había convertido en su refugio. Con ella, Aemond podía quitarse las máscaras que la guerra y la política le obligaban a portar, dejando atrás al príncipe regente implacable, al temido "Matasangre", para ser simplemente un hombre. Pero esa cercanía, ese amor profundo y verdadero, también le desgarraba el alma. Mientras su corazón se aferraba a ella, su mente estaba atrapada en las ambiciones que lo habían definido desde siempre. Alyssane era su luz, pero su familia, su sangre, eran sus enemigos en esta guerra sin tregua que él mismo había contribuido a alimentar.

Cada vez que miraba a Alyssane, el conflicto interno que lo carcomía se intensificaba. Amaba a esa mujer con cada fibra de su ser, pero ella estaba atada a los Negros, a Rhaenyra, la que muchos en su bando llamaban la usurpadora. La misma mujer que había osado alzarse contra el derecho al trono que Aemond creía que le correspondía a su hermano, y por extensión, a él. ¿Cómo podría conciliar esos dos mundos? ¿Cómo podía quererla tanto y, al mismo tiempo, sentir la necesidad de destruir todo lo que ella representaba? Su ambición insaciable lo empujaba hacia el trono, hacia el poder que había anhelado toda su vida, mientras su amor por Alyssane lo arrastraba en otra dirección, una en la que ambos parecían destinados a ser enemigos.

Con cada día que pasaba, el vientre de Alyssane crecía, albergando en su interior una nueva vida, la promesa de un futuro incierto. Aquel bebé no solo era el fruto de su amor prohibido, sino también un símbolo de la complejidad que los envolvía. Un Targaryen de sangre pura, pero nacido de una guerra que lo definía incluso antes de llegar al mundo. Aemond, a pesar de sus dudas, no podía evitar pensar en lo que significaba ese hijo por nacer. ¿Sería una esperanza en medio de la devastación? ¿O una herida más en un mundo que se desangraba por ambiciones y venganzas?

En su mente, la batalla era constante. ¿Podría renunciar al poder, a sus ambiciones, por Alyssane y su hijo? ¿O estaba destinado a seguir el camino del hombre que ella temía, el que estaba consumido por el deseo de venganza y de coronarse rey? Sabía que su amor por Alyssane le ofrecía una salida, un escape a un futuro lejos de la guerra. Pero el llamado de la corona era fuerte, y cada día que pasaba sentía que se alejaba más de la paz que ella le prometía.

Alyssane tampoco estaba exenta de ese conflicto. Aunque amaba profundamente a Aemond, no podía dejar de sentir el peso de la traición que cargaba. Cada vez que pensaba en la guerra, en lo que había dejado atrás, el dolor se hacía más agudo. Su madre, Rhaenyra, jamás comprendería cómo podía amar a un hombre cuyo hermano había usurpado el trono que le pertenecía. Aegon II, el Usurpador. El nombre resonaba en los pasillos de Rocadragón como un eco de todo lo que estaba mal en la guerra. Aegon había arrebatado la corona de su madre y, para empeorar las cosas, ahora estaba desaparecido, dejando a Aemond en el trono como regente, el mismo Aemond al que Alyssane no podía dejar de amar.

La desaparición de Aegon solo añadía más incertidumbre. Nadie sabía con certeza qué había ocurrido con él. ¿Había huido, incapaz de soportar la presión del trono? ¿Estaba muerto? ¿Acaso Aemond podría haberlo matado? ¿O simplemente planeaba algo en las sombras? Los rumores en Rocadragón eran muchos, pero ninguno traía consuelo a Alyssane. Porque, mientras Aegon estuviera fuera de escena, el peso de la guerra recaía directamente sobre Aemond, el hombre que amaba, el mismo que mantenía viva la contienda que la desgarraba por dentro.

Sangre de dragón (Aemond Targaryen fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora