Dracarys

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Tras horas de intensa conversación y negociación, Alyssane y Aemond llegaron a un acuerdo que, si bien precario, les permitiría mantener su relación a pesar de la guerra que los separaba como enemigos. —Nos encontraremos una semana al mes— declaró Aemond, su voz firme, pero con un brillo de duda en sus ojos. —Y haremos lo posible por evitar enfrentarnos en batalla.

Alyssane asintió, aunque su mirada estaba cargada de incertidumbre. —Pero si no hay forma de evitarlo...— empezó a decir, incapaz de concluir la frase. Ambos sabían lo que implicaba. Si el destino los ponía uno frente al otro en el campo de batalla, no podrían prometer misericordia. La lealtad a sus respectivas familias prevalecería, pero había algo más importante que aún querían proteger.

—Lucharemos, pero sin matarnos— concluyó Aemond, con una seriedad que hizo que las palabras quedaran suspendidas en el aire, pesadas, como una sentencia que ninguno deseaba cumplir.

En el lugar donde estaban, alejados del caos que azotaba los Siete Reinos, parecía posible una tregua, un espacio donde no existían bandos, ni títulos, ni guerra. Solo ellos dos, aislados del resto del mundo, tratando de mantener viva una conexión que estaba condenada desde su origen.

Alyssane miró a Aemond con una expresión mezcla de amor y preocupación. —¿Crees que podremos cumplirlo?— preguntó, mostrando la vulnerabilidad que rara vez dejaba entrever. Sabía que la realidad de la guerra era implacable, y las promesas hechas en la intimidad de esa noche podían desmoronarse ante la crueldad del conflicto.

Aemond la miró profundamente antes de inclinarse y besarla con una ternura que contrastaba con la dureza de su carácter. —Eso ya lo veremos— respondió, su voz baja y cargada de melancolía. —Es hora de que regreses— añadió, un deje de tristeza oscureciendo su tono.

Con una última mirada, Aemond la acompañó hasta las afueras de Montedragón. Montaron juntos en Vhagar, el enorme dragón cuya sombra se extendía como una advertencia sobre las tierras que sobrevolaban. Durante esos momentos, mientras surcaban los cielos de Poniente, los dos se permitieron olvidar la guerra, la sangre y el dolor que los esperaba en sus respectivos destinos. El viento que desordenaba sus cabellos les daba una ilusión efímera de libertad, de estar por encima del conflicto que los devoraba. Cada mirada que intercambiaban era un recordatorio de lo que habían decidido luchar por mantener, aunque ambos sabían que las sombras de sus familias se cernían sobre ellos, amenazando con aplastarlos.

Pero como todo, aquel momento también debía terminar. Cuando la bruma matutina comenzó a disiparse, Alyssane supo que era hora de regresar a la realidad. Se despidió de Aemond con una mirada larga y cargada de promesas silenciosas, antes de adentrarse de nuevo en Montedragón. Mientras se dirigía a las cuevas volcánicas, un inquietante pensamiento comenzó a nacer en su mente: la fragilidad de su pacto. ¿Cuánto tiempo podrían sostener aquel acuerdo sin que la guerra se lo arrebatara todo?

El sonido del viento y el fuego llenaba el aire a medida que se adentraba en las profundidades del volcán. Allí, entre las sombras, se encontraban los dragones salvajes que habitaban Rocadragón, criaturas indomables que no respondían a ningún jinete. Fantasma Gris, su favorito, permanecía en las cercanías, pero algo estaba mal. Alyssane recorrió con la vista la inmensa cueva, buscando la silueta imponente de Vermithor en su lugar de descanso, el legendario dragón apodado "La Furia de Bronce", que el Rey Jaehaerys I solía montar en tiempos de guerra.

—No está aquí...— murmuró para sí misma, sintiendo cómo la inquietud se instalaba en su pecho. La ausencia de Vermithor solo podía significar una cosa: su padre, Daemon, lo había despertado de su largo letargo. La bestia, que dormía profundamente desde hacía años, había sido convocada, y eso solo podía significar que la guerra estaba a punto de escalar a un nuevo y más peligroso nivel.

Sangre de dragón (Aemond Targaryen fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora