Yoongi es un simple chico de preparatoria que sufre de acoso escolar de parte de algunos estudiantes por el simple hecho de ser un chico callado y desinteresado. A pesar de eso, no se deja intimidar.
Jin, mejor conocido como "El demonio de 1992" es...
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Se lanzó sobre su cama luego de llegar a su casa. Sus mejillas dolían un poco por causa de la sonrisa que venía sosteniendo hace una hora luego de ese beso. Es que simplemente no podía evitar aquello que quemaba su pecho, recordaba los labios del pálido y todo su cuerpo explotaba de felicidad.
¿A dónde había ido el Seokjin que todos conocían?
¿Todos lo conocían?
Encendió la luz de su velador y sentándose al borde de su cama, leyó la hoja que traía entre sus manos y había evitado leer en todo el viaje.
"Muéstrame, un espejismo de esa noche, de un beso perdido en la pista y tres pasos que me llevaron hacia ti, una línea que se rompió y me llevó a pensarte.
Delirando, creo que te veo tras la cortina estrellada de la medianoche y una camisa negra que se balancea con la danza del viento.
Una mirada filosa, una mano que me suelta entre la multitud y unos labios que no dejo de recordar."
Dejó caer un largo suspiro de sus labios. ¿Por qué su cabeza tan sólo quería pensar en sus labios? Todo se reducía a ese momento, a un beso que hubiera deseado y fuera interminable, una respiración compartida por milímetros y pequeñas sonrisas que sentía sobre sus labios.
Podía jurar que aquel chico jamás iba a dejar de detestarlo simplemente por existir pero repentinamente y con mucha paciencia, había logrado comenzar a calentar su pequeño corazón. Aquello deseaba pensar.
Su teléfono sonó.
Min 1993: Sunhee te vió.
Kim 1992: Lo lamento. Supongo que veníamos muy entretenidos y no pudimos escondernos.
Min 1993: No.
Kim 1992: ¿No?
Min 1993: Dijo que la próxima vez seas un poco más caballero y que acompañes a la gente hasta la puerta. No le hagas caso, es una mujer grande. ¿Puedes devolverme mis hojas, luego? Las necesito para la próxima clase cuando vayamos a corregir.
Seokjin sonreía enternecido. Podía imaginarse al pálido balbuceando tras la pantalla, había notado que solía hacerlo con frecuencia.
—Supongo que tendrás que venir a buscar tus hojas si estás muy apurado. Sabes donde vivo.
Al enviar la nota de voz, bloqueó su teléfono dejándolo sobre la mesa y continuó paseando sus pupilas por la hoja, diciendo en voz alta cada palabra como un bobo. Su pantalla no paraba de iluminarse, el muchacho estaba desesperado y avergonzado por aquel poema que obviamente hablaba de aquella noche.
