3. Amarillo, amarillo

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Porque no hay heridas que no cure el tiempo,
abrir las puertas quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron.
Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos...
(“No te rindas”, de Mario Benedetti)



Derek se miró al espejo mientras arreglaba su muy llamativo cabello amarillo, no sabía por qué se molestaba si al final de cuentas nadie lo vería. Seguramente terminaría estropeado por sus manos nerviosas al estar cerca de tanta gente o debajo de la capucha de alguna sudadera bastante holgada, una que no dejara ni el menor indicio de su figura real. Hizo una mueca, su cuerpo era el que lo había metido en este lío después de todo. Era seguramente karma o un castigo divino el hecho de que ahora no pudiera soportar que nadie tocara dicho cuerpo.

Suspiró y abandonó su reflejo. Tomó la lencería de encaje amarillo. Esta era su etapa amarilla. Después de lo sucedido, parecía haberse refugiado en los colores. El primero fue el negro, para ese entonces ni siquiera había sido por el significado que pudiera tener, fue solamente porque para muchas culturas representaba el luto, el duelo. Y él sentía como si una parte importante de él hubiera muerto aquel maldito día.

Supuso que este color quedaría mejor en una piel un poco más morena. La suya, tan pálida, parecía insípida. Pero la sensación suave del encaje lo hacía sentir bonito, sexy, deseable. No es que realmente quisiera, o pudiera tener, las manos de alguien sobre él –ni siquiera los ojos–, pero aún así... Era suficiente que él lo supiera, que él pudiera sentirse así.

Acarició una última vez el encaje antes de ponerse unos aburridos jeans negros encima, ocultando perfectamente su lencería sexy. Se puso una camisa, amarilla también, sin mangas. Supo que su día no sería bueno cuando no encontró su sudadera del mismo color. Gruñó, adivinando que seguramente su madre la había echado a la ropa sucia. Dios, sólo se la había puesto una vez durante un par de horas, ¡no estaba sucia! Pero para su madre cualquier cosa fuera de lugar debía ser retirada inmediatamente. Tomó un par de profundas respiraciones tratando de calmarse; no iba a ser negativo, no tenía por qué ser una mala señal, este no sería un mal día. Estaba avanzando, en su última sesión casi había rozado su pulgar con el de Karen y no había entrado en pánico. Eso debía ser bueno, iba mejorando... ¿Cierto?

—Sí —se dijo a sí mismo en voz alta, asintiendo varias veces cuando encontró una sudadera beige. No era amarillo, pero tendría que funcionar—. Sí. Estás mejorando —se repitió después de ponérsela.

Se miró al espejo de nuevo. Su cabello ya no se veía tan bien ahora, pero no importaba. Se encogió de hombros, poniéndose la capucha de la sudadera de una vez. Se puso un poco de labial rosa en los labios, teniendo cuidado del piercing en el inferior. Hizo otra mueca recordando la horrible experiencia cuando se lo había hecho. Su pecho se había sentido como si realmente estuviera teniendo un infarto, aunque fue sólo un ataque de pánico por tener al chico –y sus manos– tan cerca y sobre él mientras le perforada el labio y, después de lo que se sintió como una eternidad, le ponía por fin el aro de metal. Afortunadamente, él seguro había pensado que eran sólo nervios o que era cobarde que no soportaba un poco de dolor; mejor así, Derek prefería ser tachado de cobarde y no de raro. El rarito con hafefobia.

Maldita sea. Quizá era masoquista. Sólo eso explicaba su necesidad de exponerse a situaciones así, que sólo empeoraban su fobia. Golpeó su rostro contra el espejo, haciendo una mueca ante el dolor de su frente. Pero, en realidad, ayudó. El dolor lo hacía sentir vivo, le recordaba que seguía en este mundo. Desde que nadie podía tocarlo, a veces se sentía como si ya no existiera, como si fuera invisible. Como si en vez de simplemente tener hafefobia, en realidad hubiera muerto aquella noche. Sus dientes rechinaron por la fuerza con la que los presionó al recordarlo. Sus manos sobre él, su...su...

Fearless Love (Amor sin miedo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora