Capitulo 8: "El gran herido"

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Los niños me saludaban y gritaban con felicidad, exclamaban que los cargara o abrazara con sonrisas inocentes en sus bocas, de repente el rostro de uno se deformó, miraba algo detrás mío, yo giré para ver, Trece, que de la nada era muy grande a mi lado tenía un gesto que no podría describir, mirándome, asustado, ¿espantado?, con terror, miré a su pecho, una gran mancha roja en su blanca camisa, miré nuevamente su rostro y me topé con que solo tenía huecos donde deberían estar sus ojos, quise gritar pero la voz no salía de mi boca, el hombre cayó a mi lado, como un tronco, miré a mi al rededor, todos se quedaron paralizados, pausados, extraños, no entendía lo que sucedía, pero tenía mucho miedo y quería despertar...

Escucho a mi puerta, el sonido me atrajo de nuevo a la realidad, Marianne estaba terminando de alistarme, me colocó el último cabello en su lugar y se adelantó a abrir la puerta.

— Princesa Elena, su majestad la Reina espera verla en 30 minutos, en el salón de audiencias.

El chaperón hizo una inclinación para después dar la vuelta sin más y salir de mi habitación, Marianne y yo miramos mis ropas y después a nosotras mismas con sorpresa, al parecer ambas pensamos lo mismo, no estaba en las vestiduras correctas para ver a su majestad la Reina.

Después de vestirme con un vestido más adecuado a la ocasión salimos de mi habitación para encaminarnos con la Reina, al dejarme ahí Marianne se fue pues debía servir mi desayuno.

Al entrar al salón de audiencias esperé a que me llamaran, lo cual fue justo a la hora exacta en que me habían pedido estar, me abrieron las dos grandes puertas de par en par, miré a la Reina, estaba frente a mi, con su bastón y una grande sonrisa, no tan radiante pero ahí estaba.

— ¡Elena Borbón! ¡Ahí estás cariño!

Saludó como si tuviéramos años de convivencia y confianza encima, claramente alguna impertinencia por la edad.

— Majestad.

Me mantuve en mi posición formal, no debía perder la compostura, una cosa era ella y otra era yo.

— ¡Pero mírate! ¡toda una princesa!, he de confesar que vi las ropas con las que llegaste, tan informales y sin clase, ¡estas me gustan más!

Me miró de arriba a abajo, a pesar de su tono de voz amistoso, en su mirada podía notar el ojo crítico que tenía puesto sobre mi y ni hablar de que los años pasaban factura sobre su memoria, justo en este momento no recordaba cuando me vio en mi cumpleaños.

— Gracias, majestad, es todo gracias a usted.

Claramente tenía que ganármela, si logramos convertirme en reina podríamos ser más que una alianza por papel.

— ¡Oh basta!, ¡por cierto!, casi lo olvido, me enteré de lo sucedido ayer en la marcha real, no me gustó para nada.

— Ayer fue una catástrofe al final, pero todo el recorrido antes de eso fue mágico, pude conectar con el pueblo y hasta parecía que me admiraban.

— ¡Deberían!, eres una princesa, y no solo eso, ¡una que se convertirá en reina!

La Reina tomó un sorbo de su té.

— He pedido que vengas porque el atentado de ayer sólo significa una cosa.

— ¿Qué cosa, majestad?

— ¡Están desesperados!, se atrevieron a dispararle a una protegida de la Reina, hirieron pueblo inglés y podrían haber causado una guerra si mataran a alguno, sea noble o plebeyo.

— Disculpe, ¿desesperados por matarme?

— ¡Pero claro niña!, ¿qué parte no has entendido?, tienes un año aquí, en fin, si están tan desesperados sólo puede ser por una cosa... el Rey Felipe ya está grave, no falta mucho para que muera.

Heredera de BorbónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora