Louisa sé llevó una mano al pecho alarmada.
—¡Harry! —exclamó—. ¡Me has dado un susto de muerte!
—Lo siento —dijo él—. ¿Qué haces paseando sola a las tres de la madrugada?
—¿Son las tres? Creía que eran las cuatro —dijo ella, mirando el reloj. Seguía sin poder ver la hora, pero dedujo que se había equivocado al adelantar las manillas cuando aterrizó en Atenas.
—¿Qué importa una hora más o menos? La cuestión es que es de noche.
—Quería ver el amanecer —musitó Louisa.
El suspiro que Harry exhaló le indicó que no le parecía una buena respuesta.
Pero a ella siempre le había gustado contemplar la salida del sol y estaba segura de que Harry no lo había olvidado.
—¿Y tú? ¿Qué haces aquí? —dijo abruptamente. De pronto tuvo una
sospecha—. ¿Estabas espiándome?
—Sí, claro —dijo él con sarcasmo—. He esperado fuera del hotel para ver si cometías la estupidez de salir en mitad de la noche.
El comentario alcanzó la diana que buscaba. Louisa apretó los labios y miró al
suelo al tiempo que metía las manos en los bolsillos. La tensión entre ellos podía
palparse.
—He salido a correr —explicó Harry en un tono más conciliador.
Louisa lo miró con desconfianza, pero comprobó que llevaba deportivas y que en su camiseta había manchas de sudor, así como en la zona próxima a las caderas donde…
Al sentir que se le secaba la boca, alzó la mirada. Harry aún jadeaba
levemente por el esfuerzo y Louisa observó entonces que llevaba una camiseta deportiva tan ceñida a su torso como una segunda piel.
—En la playa —concluyó él su explicación.
Louisa, que estaba distraída siguiendo la línea de sudor que rodeaba el cuello de Harry, no percibió su tono de sorna. Inconscientemente, se pasó la lengua por
los labios. Los músculos del pecho de Harry se contrajeron levemente, reclamando su atención.
—Iba camino a casa cuando te he visto tropezar delante de mí… Deja de
mirarme así, agapi mu —dijo Harry de pronto—. Es peligroso…
Sobresaltada, Louisa alzó la mirada hasta su rostro. Harry no había
pretendido ser sarcástico, sus ojos no sonreían. Y cada terminación nerviosa del cuerpo de Louisa se tensó. Al tiempo que suspiraba, sintió el rubor subir a sus mejillas. Quiso desviar la mirada de Harry pero no lo consiguió porque él era la causa de que hubiera tenido que salir a pasear en mitad de la noche. No había
conseguido dejar de pensar en él, imaginándolo a su lado, en la cama. ¿Cómo explicarle eso?
—Será mejor que vuelva al hotel —dijo finalmente, intentando sortearlo para seguir su camino.
—Te acompaño.
—No quiero que lo hagas.
—No era una sugerencia, yineka mou —dijo Harry en tono firme.
—¡No soy tu mujer! —exclamó ella, airada.
—¿Ah, no? Entonces, ¿qué eres?
Louisa pensó, rabiosa, que no tenía ni la menor idea. No era la mujer de
Harry, pero tampoco estaba libre, ni era soltera…
Apretó los labios para no contestar y siguió caminando, demasiado deprisa,
temerariamente. Necesitaba alejarse de Harry antes de decir algo verdaderamente inoportuno.
Él la sujetó por la muñeca y la obligó a detenerse.
—No seas imprudente —dijo ásperamente—. El sendero es peligroso.
Espantada por lo que estaba a punto de suceder por su propia debilidad, Louisa intentó soltarse. Cuando Harry se lo impidió, ella cometió el grave error de girarse
y mirarlo de frente. En una fracción de segundo, su pequeño mundo de seguridad se desmoronó. Sus ojos, su cabello, su imponente físico, su maravillosa boca… Unas gotas de sudor se deslizaban por su mejilla y Louisa se pasó la lengua por los labios
mientras, a su pesar, pensaba cuánto le gustaría volver a probar su salado y limpio sabor…
—Por favor —suplicó en un susurro, sintiendo que la oscuridad la envolvía con un nuevo calor.
—Louisa… —musitó él con la respiración entrecortada—. No me hagas esto. Harry sabía lo que le sucedía a Louisa. Ella lo podía leer en el brillo de sus ojos, en el rictus de sus labios, y con una exclamación ahogada admitió que era
demasiado tarde para evitarlo. No debía haberse vuelto a mirarlo. ¡No debía haberle permitido notar que estaba atormentada!
—Tengo que irme… —dijo con voz quebradiza al tiempo que hacía un nuevo intento de liberarse.
Harry masculló algo en griego y tiró de ella hasta estrecharla contra su pecho.
Louisa alzó la mirada y se sintió atrapada al instante por sus ojos negros y brillantes.
Vio la nuez de Harry moverse al tragar antes de que sus labios se abrieran para
decir algo. Pero Louisa no quería que hablara. Sólo quería…
Con un nuevo gemido, dejó de resistirse y se dejó llevar por sus instintos.
Rodeó el cuello de Harry con una mano y le obligó a agacharse para poder sentir aquellos sensuales labios sobre lo suyos. Porque eso era verdaderamente lo que quería. Y en cuanto sintió su roce, dejó que su cuerpo tomara las riendas y abandonara todo control. Siempre había sido así entre ellos. Siempre había deseado a Harry más allá de cualquier límite razonable. Él había sido su primer y único amor. Y nada ni nadie podría explicar por qué sólo él la hacía sentirse tan vulnerable,
por qué necesitaba aferrarse a él y besarlo frenéticamente con una urgencia que la obligaba a arquear su cuerpo para sentir el máximo contacto posible con él.
Y en aquel instante fue consciente de que habían bastado unos segundos para que volviera la pasión e intensidad del deseo que llevaban cinco años sin experimentar el uno por el otro.
El olor limpio y húmedo de Harry la envolvió. Él deslizó sus anhelantes
manos por su costado y Louisa separó su boca de la de él para poder probar su sudor. Un gemido escapó de la garganta de Harry al tiempo que metía las manos
debajo de la camiseta de ella y, acariciándole la desnuda espalda, la empujaba hacia sí con aún más fuerza. Sus caderas se clavaban en las de ella, obligándola a aferrarse
a él desesperadamente. Louisa no conseguía sentírselo bastante cerca, saciarse de su olor, de su sabor…
—Te deseo —susurró, volviendo a besarlo.
Harry le devolvió el beso y ambos se sumergieron en el placer que sentían.
Sus lenguas se entrelazaban en una frenética danza, la fuerza que los arrastraba, quizá debido a la oscuridad que los rodeaba y que les hacía sentir los únicos pobladores de la tierra, parecía imparable.
Hasta que cesó tan súbitamente como había empezado.
Fue Harry quien lo detuvo, quien se separó de Louisa y le dio la espalda.
—Si lo que quieres es sexo, estaré encantado de proporcionártelo —dijo con aspereza. Se volvió—, pero no aquí, en un camino polvoriento, como un par de cabras en celo.
—¿Por qué no? —dijo ella, jadeante, con una mezcla de vergüenza e
indignación—. Así fue como pasó la primera vez. Entonces no pareció importarte.
Un destello iluminó los ojos de Harry. Por un momento, Louisa pensó que
respondería con desdén, pero al instante se dio cuenta de que había despertado su cólera. Acababa de tocar un punto sensible cuya existencia desconocía. De pronto,
Harry volvió a atraerla hacia sí y exclamó.
—¿Quieres que revivamos la primera vez? —susurró con aspereza—. ¿Quieres que te eche en el suelo y pierda la cabeza, quieres volver a experimentar el sexo con un hombre fuera de control?
—No —dijo ella con un hilo de voz, sintiéndose culpable—. Lo siento… No sé qué me ha pasado…
—¿Qué te ha pasado? ¡Qué has querido comprobar cómo es el sexo con un griego de sangre caliente, eso es lo que te ha pasado! —Harry la miró con desdén—. De lo que deduzco que tus caballeros ingleses no han conseguido satisfacerte en todos estos años.—Si ésa es mi excusa, ¿cuál es la tuya? —replicó Louisa—. ¿Qué querías tú? ¿recordar cómo habías desvirgado a una adolescente? —estaba segura de que iba echarse a llorar en cualquier momento y tenía que evitarlo—. ¿Ninguna de tus
innumerables amantes ha sido tan inocente y pura como para poder entrenarla para ser tu objeto sexual?
—Dudo que tú puedas ser ya descrita de esa manera —dijo Harry despectivo.
Louisa habría querido gritarle que cómo iba a saberlo si ni siquiera se había
molestado en preguntar qué tal le había ido durante los últimos años, pero se limitó a darle la espalda y reiniciar su marcha. Las rodillas le temblaban, el cuerpo le ardía,
sentía el sabor de las lágrimas en la boca. Tropezó con una roca y, al tiempo que emitía un grito de dolor, oyó un juramento a su espalda y sintió un brazo que la
rodeaba por la cintura y la elevaba en el aire. Durante unos segundos sólo fue consciente del ruido de unas zapatillas resbalándose por la arena intentando mantener el equilibrio y de sus propios gritos de rabia y desesperación.
Harry la posó en el suelo y la giró hacia sí.
—¿Es que te has vuelto loca? —gritó con ojos centelleantes—. ¿Cuántos
accidentes tienen que ocurrir en esta familia antes de que…? —calló bruscamente.
Sus labios se contrajeron en una mueca de dolor. Miraba al vació clavando los dedos en los brazos de Louisa mientras la brisa de la noche aullaba las palabras que él no se
atrevía a pronunciar.
Iba a mencionar a Nikos. En su mente estaba la caída que su hijo había sufrido en un sendero como aquél.
—¡Dios mío! —susurró Louisa. ¿Cómo podía haber sido tan inconsciente?—. No me había dado cuenta —añadió en un lamento.
Harry volvió a la vida con una profunda espiración. Sin darse cuenta de lo que hacía, alzó a Louisa hasta que sus rostros estuvieron a la misma altura y atrapó su boca con voracidad. En una fracción de segundo la pasión que habían dejado en
suspenso hacía unos minutos volvió a devorarlos con una fuerza sexual que
desbancaba a la razón.
Louisa ni siquiera supo quién actuó primero. Sólo supo que echó la cabeza
hacia atrás para mirar a Harry a los ojos y que la mente se le nubló ante la urgente necesidad de volver a besarlo que la dominó, como si de ello dependiera su vida.
Lentamente, sin que sus labios se separaran, Harry se arrodilló, llevándola consigo hasta echarse en la hierba que bordeaba el sendero.
Louisa le quitó la camiseta y a ésta le siguió su blusa. Harry dejó escapar un
gemido al sentir sus senos contra su pecho desnudo. Louisa sintió que el fuego la consumía. Se acariciaron torpe y frenéticamente. No hubo delicadeza ni sofisticación,
sólo deseo sexual en estado puro, compulsivo. Se devoraron con las manos y con la boca, exigiendo y entregando sin hacer preguntas. Cuando Harry se retiró levemente para quitarle a Louisa los pantalones, ella observó en su rostro el deseo que lo consumía y contempló admirada su sexo erecto, que ella misma había
descubierto y acariciado hasta hacerle alcanzar ese estado.
—Siempre fuiste una bruja —susurró él, antes de penetrarla de un único y
decidido empuje y absorber en su boca el gemido de placer que escapó de la de Louisa.
Cabalgó sobre ella como un hombre enfebrecido. De no haber sabido que era imposible, Louisa habría creído que era la primera vez que Harry hacía el amor en años. Estaba excitado, tembloroso, ardiendo. Ella se asió a sus hombros y se dejó
llevar por sus rítmicas embestidas. Cuando empezaba a alcanzar la cima, él le rodeó la cintura con los brazos y, atrayéndola aun más hacia sí, aceleró el ritmo. En una espiral ascendente, las contracciones fueron incrementándose, arrastrándolos hasta un orgasmo que los sacudió al unísono y que arrancó gemidos jadeantes de sus gargantas.
La realidad los abofeteó en cuanto remitieron los últimos espasmos. Un
profundo silencio cayó sobre ellos al tiempo que sus cuerpos pasaron de la máxima relajación a una tensión angustiada y expectante.
Harry dejó escapar un juramento e hizo ademán de retirarse al tiempo que Louisa le golpeaba débilmente el torso y le decía:
—¡Quítate!
Con un último estremecimiento, Harry se puso en pie, y dándole la espalda, se subió los pantalones mientras Louisa se vestía.
Cuando ambos concluyeron, volvió el silencio que sólo habían roto sus
movimientos. Era un silencio cargado y Harry no dejaba de preguntarse qué podía decir a la mujer a la que acababa de poseer con una necesidad tan básica y primitiva… A su esposa… A la madre de su hijo…
Girándose solo parcialmente, le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Ella la rechazó y se puso en pie con decisión. Tenía el cabello y la ropa salpicada de
hierba, y temblaba con tanta violencia que estuvo a punto de volver a perder pie.
—Yo…
—¡Calla! —exclamó Louisa con voz temblorosa.
Harry pensó que quizá lo más apropiado era el silencio, que no había
palabras tras lo que acababan de hacer. Sin embargo, en alguna parte de su cerebro,
estalló una risa que no pudo contener:
—Se ve que no hemos aprendido a controlarnos —dijo. Louisa fue a darle una bofetada, pero él le sujetó la muñeca—. No pienso dejar que me abofetees porque pierdes el control cuando estás conmigo, Louisa.
—Te odio —dijo ella, y se soltó para poder darle la espalda al tiempo que se rodeaba la cintura con los brazos como si con ello se sintiera protegida—. ¿Cómo es posible que hayamos hecho algo así? —gimió.
—Siempre nos ha pasado lo mismo —dijo Harry, volviendo a hablar con
aspereza.Louisa se giró para mirarlo.
—¿Crees que ésa es una buena excusa?
Harry se encogió de hombros. Había deseado a Louisa desde la primera vez
que la vio bajar del ferry. E incluso en aquel instante, furioso consigo mismo por la locura que acababa de dejar que lo poseyera, sentía de nuevo el deseo bombear en su interior, como un monstruo atrapado que nunca había conseguido saciarse en ningún
otro lugar.
Lanzó una mirada a Louisa que, con el cabello alborotado y la ropa manchada, con expresión turbada y al borde de las lágrimas, seguía tan hermosa como siempre.
—¿Y si me quedo embarazada? —añadió ella, airada.
Harry la miró estupefacto.
—Sólo dices eso para herirme —dijo con voz ronca.
La forma en que Louisa lo miró fue una respuesta anticipada a un susurrado:
—No.
Harry dejó escapar un juramento que sobresaltó a Louisa.
—Supongo que ese es el resumen de lo que piensas —añadió ella con amargura antes de alejarse de él con los ojos anegados en lágrimas.
Al sentir la presencia de Harry a su espalda, se tensó previendo que intentara abrazarla, pero no lo hizo.
—Sigue caminando —se limitó a decir, tras adelantarla para servirle de guía.
Louisa lo siguió en silencio, con un sentimiento de vergüenza y culpabilidad que se incrementaba con cada paso que daba. Al llegar al hotel, Harry se detuvo y ella pasó de largo. Ninguno de los dos se molestó en ofrecer un hipócrita «buenas
noches».
Louisa se metió entre las sábanas y se cubrió la cabeza con la almohada,
dedicándose improperios hasta que acabó por dormirse, exhausta. Unas horas más tarde, la despertaba una llamada a la puerta.
Salió de la cama medio dormida, pero en cuanto vio la ropa apilada en el suelo, recordó con horror lo sucedido y se quedó paralizada.
—¡Louisa! —llamó de nuevo Jamie—. ¡A desayunar! ¡Estoy muerto de hambre!
—Enseguida voy —dijo ella—. Nos vemos en el comedor.
Metió la ropa sucia en el fondo de su bolsa de viaje como si fuera la prueba de un crimen y con ello pudiera olvidarlo, pero en cuanto fue al cuarto de baño notó dolores y agujetas en puntos de su cuerpo que la hicieron odiarse a sí misma. En cuanto se miró en el espejo tuvo que contener un lamento. Aunque parecía agotada, había en su mirada un brillo especial y sus labios estaban hinchados.
Unos minutos más tarde, duchada y vestida, y sintiéndose mejor, se unió a su hermano en la terraza del hotel, desde la que se divisaba la playa. El sol estaba alto y arrancaba destellos al mar.
Mientras charlaban sobre los planes para aquel día, Louisa se vio
constantemente asaltada por imágenes del encuentro con Harry que la sacudían como oleadas de calor y frío.
En cierto momento, oyó acercarse a alguien desde el lateral del edificio. Cuando dirigió hacia allí la mirada, sonrió con desdén al ver por primera vez en cinco años a su suegra.
—Kalimera, Louisa —saludó cordialmente Isabella Styles —. Jamie, ¡cuánto has crecido desde la última vez que nos vimos!
Jamie se puso en pie y, tras aceptar con indiferencia un beso, se retiró con la excusa de que había quedado con Pietros, el hijo de Yannis, para ir al puerto.
—¡Qué rápido pasan los años! —comentó Isabella, viéndolo partir.
Louisa guardó silencio. Su suegra, tras una leve vacilación, tomó el asiento que Jamie había dejado libre y, mirándola fijamente, añadió con suavidad:
—Harry se ha marchado. Ha ido a visitar a Nikos muy temprano y se ha ido en el helicóptero..