capítulo 5

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Louisa aparentó no alterarse.
—Está muy enfadado conmigo —continuó Isabella—. Y por cómo me miras, deduzco que tú también.
Louisa no era consciente de ello, pero era preferible parecer enfadada que
abatida.
—No tenías derecho a intervenir —dijo con calma.
—¿Y quién va a intervenir sino yo? —replicó su suegra, impaciente—. Siempre lo he tenido que hacer. Mientras estuvisteis casados no erais más que dos niños jugando a ser adultos. Necesitabais que alguien os instruyera sobre cómo actuar y a
ser prácticos.
Louisa estuvo a punto de soltar una carcajada. Nunca había habido nada
«práctico» en la irresistible atracción que Harry y ella sentían. Si no habían podido reprimirla la noche anterior, siendo ya verdaderos adultos, ¿quién habría podido detenerla cuando ella tenía diecisiete años y Harry veintidós?
Isabella había razonado con un gran sentido «práctico» que el embarazo no debía llegar a término.
Louisa recordaba bien la desesperación que había sentido ante aquella sugerencia y cómo Harry se había revuelto contra su madre. Más tarde, cuando Nikos nació, Isabella había sugerido ocuparse de él mientras ella concluía sus estudios… en Inglaterra. Una vez más sus lágrimas habían hecho reaccionar a
Harry contra su madre.
—Fui yo quien sugirió que vinieras a ver a Nikos cuando Harry no estuviera en la isla —continuó Isabella, refiriéndose al único consejo con el que Louisa había estado de acuerdo—. Por eso tenía que ser también yo quien decidiera que esta
situación no podía prolongarse.
Apoyándose en el respaldo de su silla, Louisa contempló a la bella y anciana
mujer cuyo dulce aspecto ocultaba un corazón de hierro, y se preguntó qué brillante sugerencia tendría en caso de que su hijo le anunciara que había dejado embarazada
a la mujer de la que estaba separado.
—Los dos necesitáis seguir adelante con vuestras vidas —siguió Isabella, sin tener ni idea de lo que Louisa estaba pensando en realidad—. Y para ello, tenéis que enfrentaros a vuestro pasado.
—¿Por eso decidiste que debíamos encontrarnos cara a cara?
—¡Para que os vierais y os dierais cuenta de que ya no sois los mismos, para que comprobarais cuánto os habéis distanciado!
Louisa recordó como un fogonazo lo íntimo que había acabado siendo aquel encuentro.
––Sabes que llegamos a quererte mucho, Louisa —continuó Isabella en su fingido tono de extrema cordialidad—, y que sufrimos mucho cuando el destino os
golpeó con tanta crueldad a nuestro hijo y a ti. Desearía que volvierais a ser felices con todo mi corazón, que os enamorarais y os casarais de nuevo, y que tuvierais hijos que os consolaran de la pérdida de Nikos.
Tristemente, Louisa no podía estar más de acuerdo con aquel deseo. También ella quería recuperar la felicidad, pero ¿cómo iba a alcanzarla si el hombre del que estaba enamorada desde los diecisiete años seguía teniendo tanto poder sobre ella?
—Es hora de que ambos dejéis el pasado atrás…
El tono en el que Isabella pronunció aquellas palabras puso a Louisa alerta.
—Quieres que deje de venir a la isla —dijo.
Durante unos segundos, Isabella guardó silencio. Luego se levantó, dio un beso
a Louisa y susurró:
—Ya es hora de que lo hagáis —repitió. Y se fue, dejando a Louisa a solas con
aquella cruel verdad.
Harry parecía estar de acuerdo con su madre, puesto que había partido
aquella misma mañana para no volver a coincidir con ella. Isabella había insinuado que prefería que no volviera a visitar la isla…
En lo alto de la colina, sobre el puerto, había una pequeña capilla con un
cuidado jardín donde descansaban los restos de su hijo. ¿Necesitaba Nikos que acudiera a visitarlo? ¿No era cierto que lo llevaba en su corazón y que no necesitaba desplazarse a ningún sitio para estar con él? Así era, pero…
Aquel «pero» se cruzó en su mente con otro pensamiento que la sacudió como una bofetada. La noche anterior había cometido una enorme estupidez cuya consecuencia podía ser un embarazo.
Pálida, recorrió la terraza como si fuera un fantasma. Una hora más tarde, estaba en el pueblo, delante de la farmacia. Tenía los ojos llenos de lágrimas y se tapaba la boca con la mano porque sabía que sería incapaz de hacerlo. Sabía que era incapaz de entrar en la farmacia y pedir una píldora poscoital.
Porque si estaba embarazada, aquel bebé era una parte de Harry, una parte de sí misma y también de Nikos.
Dejaría que la naturaleza siguiera su curso. Dio media vuelta y se fue. Tendría que confiar en que el destino no fuera tan cruel como para volver a dejarla embarazada de Harry.
Pasó los días siguientes en compañía de Jamie. Estaba callada y ensimismada,
pero Jamie estaba demasiado ocupado como para notarlo. Cada mañana la
acompañaba a la capilla de la colina y se quedaba con ella un rato antes de volver al
hotel. Luego, tumbada en una hamaca a la sombra de una sombrilla, Louisa
contemplaba durante horas a Pietros y a Jamie practicar windsurf, o intentar hacer
esquí acuático.Y durante todo el tiempo intentaba no pensar en Harry ni recriminarse en exceso lo que habían hecho mientras intentaba convencerse de que no tendría
consecuencias.
Ocasionalmente, la asaltaba el recuerdo de las duras palabras de Isabella y
necesitaba darse un largo paseo por la playa para recuperar la calma mientras batallaba con la parte de razón que su suegra tenía. Era cierto que tenía que cortar lazos con la isla… que debía dejar descansar a Nikos… y a su padre.
Vestida con una larga falda azul pálido y una blusa blanca, Louisa estaba sentada en un banco de piedra junto a la tumba de mármol de su hijo, que
resplandecía al sol.
Aquel día marcaba el quinto aniversario de su muerte y Louisa se alegraba de
haber convencido a Jamie de que fuera a pescar con Pietros. Necesitaba estar sola.
Apoyó los codos en los muslos y miró a su alrededor a través del filtro
emocional que la unía al lugar que tanto amaba. Para ella no había un lugar más hermoso en el mundo que aquel rincón de Grecia. En el pequeño y cuidado jardín
había una profusión de flores de colores, se oía el canto de los pájaros y el aire estaba perfumado a jazmín; la cúpula de la pequeña capilla se recortaba contra el límpido
azul del cielo.
Allí habían bautizado a Nikos. Allí se habían casado Harry y ella ante las
miradas curiosas de los isleños. Eran tan jóvenes y ella se sentía tan tímida e insegura, tan avergonzada de su estado…
Sonrió para sí. Ya no le importaba lo que otros pensaran de ella. Tenía que
concentrarse en el presente y tomar una dolorosa decisión.
¿Partiría de la isla al cabo de unos días para no volver nunca más?
Ocultó el rostro entre las manos, y el cabello le cayó hacia delante. Todo le
resultaba tan confuso, tan difícil y complicado. Sólo quería pensar en Nikos pero no lograba dejar de pensar en sí misma. ¿Estaría volviéndose loca?
Una sombra se proyectó sobre ella. Alzó la cabeza y entornó los ojos para
enfocar a la figura alta y morena que tenía delante. Aunque no podía ver su rostro porque estaba a contraluz, supo al instante de quién se trataba.
—¿Cuándo has vuelto? —preguntó a bocajarro.
—Esta mañana —respondió Harry—. Tenía que marcharme por un asunto de trabajo que no podía esperar, pero…
Dejó la frase en suspenso como si se arrepintiera de haberla comenzado, y la forma en que se metió las manos en los bolsillos indicó a Louisa que no se sentía cómodo en la capilla, o quizá junto a ella. Deslizó la mirada hacia un lado y observó
algo sobre la lapida de su hijo que no había estado allí el día anterior, de lo que dedujo que Harry había visitado a Nikos aquella mañana. Muy temprano. Para
evitar encontrarse con ella.¿Aun después de cinco años a Harry le costaba estar con ella junto a la tumba
de su hijo?
—Tenemos que hablar.
—Hoy no, Harry —dijo con un hilo de voz.
—Mi madre me ha contado lo que te dijo. Ella…
Isabella siempre interfiriendo.
—Veo que tienes un coche nuevo —interrumpió Louisa.
—No quiero que la escuches. Ella…
—Otro Ferrari —siguió Louisa como si no le escuchara—. Negro. El rojo solía
ser tu favorito.
—No le incumbe a nadie lo que tú o yo…
—¿Te consideras demasiado viejo para el rojo?
Alargando la mano, Louisa tomó el coche de juguete que descansaba sobre la tumba de su hijo y sonrió con tristeza. En cada una de sus visitas, había encontrado un coche nuevo y le había emocionado saber que era Harry quien los dejaba allí, y
que era una reproducción exacta del coche que se había comprado aquel año.
—Me apetecía cambiar, eso es todo —dijo él malhumorado—. ¿Quieres
escucharme de una vez, Louisa? Necesitamos…
—Eres un mentiroso, Harry Styles —dijo Louisa—. Has decidido que los
Ferrari rojos son sólo para jóvenes alocados y que tú eres demasiado sofisticado
como para tener uno. Nikos va a estar muy…
—¡No hables así! —exclamó Harry.
El tono de rabia con el que se expresó sobresaltó a Louisa.
—¿Cómo? —preguntó, temblorosa.
Harry le dio la espalda y se balanceó sobre los pies.
—Como si estuviera vivo.
Louisa se puso seria y dejó el coche en su sitio. Un tenso silencio cayó sobre
ellos.
Louisa comprendía lo que Harry quería decir. Era cierto que tendía a hablar
de Nikos como si viviera, como si estuviera a su lado. A veces ese sentimiento era tan
intenso que verdaderamente llegaba a creer que…
Con un profundo suspiro se puso en pie y recorrió el parterre de hierba mullida que rodeaba la capilla hasta apoyarse contra el muro que la circundaba.
Al cabo de unos segundos, Harry fue hasta ella.
—Lo siento —dijo—. No pretendía gritarte.
Sin volverse, Louisa aceptó la disculpa con un leve encogimiento de hombros.
Su desasosiego no tenía nada que ver con la reacción de Harry, sino que con la carga de emotividad que poseía aquel lugar.
—¿Vienes aquí a menudo? —preguntó con tristeza.
—Siempre que vengo a la isla —respondió él.
Louisa asintió.
—Claro, tú perteneces a este lugar.
Esas palabras no tuvieron respuesta, pero no la necesitaban. Claro que Harry pertenecía a la isla. Ella, por el contrario, no.
Miró al horizonte hasta que sintió la amenaza de las lágrimas.
—Ésta será mi última visita —dijo, expresando en voz alta la decisión que llevaba días intentado tomar.
—¡No digas tonterías! —replicó él—. Estoy intentando decirte que no tienes por qué hacer caso de lo que mi madre diga.
—Pero tiene razón. Ha llegado el momento de romper vínculos.
—¿El momento? ¿Qué momento? ¿Qué significa el tiempo cada vez que
partimos de aquí sabiendo lo que dejamos atrás?
—¿Tú también sientes eso? —preguntó Louisa, girándose hacia él, asombrada.
Un grito quedó sofocado en su garganta al ver un hombre muy distinto del que
esperaba encontrar. Hasta aquel momento no había visto a plena luz el rostro de
Harry, y lo que vio la dejó boquiabierta. El joven del que se había enamorado
había desaparecido completamente. Seguía siendo espectacularmente guapo, pero sus labios habían adquirido una dureza que le heló el corazón, y sus ojos, de un profundo marrón oscuro, le hicieron saber que la pasión a la que habían dado rienda
suelta hacía unas noches era tan excepcional para él como lo era para ella.
—Claro que lo siento —dijo Harry con voz ronca—. ¿Acaso crees que soy de
piedra?
—Sí —se oyó decir Louisa a sí misma.
Estaba comprendiendo finalmente el verdadero significado de lo que Isabella
había querido decirle. Por fin entendía por qué la madre de Harry había querido
que se vieran cara a cara. La vulgar joven inglesa y el poderoso griego pertenecían a
mundos tan distintos que, de haberse conocido en aquel momento, Harry ni
siquiera se habría molestado en dirigirle una mirada.
Abrazándose a la cintura, desvió la mirada no sin antes fijarse en el caro traje que Harry vestía y en la refinada sofisticación con la que lo lucía, propia de quien había conocido el lujo y la exclusividad desde su infancia.
Louisa percibió todo aquello sin lograr comprender cómo no lo había
observado con anterioridad, cómo era posible que, en su momento, no hubiera entrevisto a aquel elegante y distinguido hombre desarrollarse en el interior del joven con el que se había casado.—¿Cómo eres capaz de pensar en abandonar a nuestro hijo? —preguntó él con aspereza.
Louisa tomó aire para ganar tiempo.
—¿No acabas de decirme que no está aquí? —le recordó antes de añadir al ver que Harry la miraba con ojos centelleantes—: Y tienes razón. Nikos partió hace años. No tiene sentido hacer un viaje tan largo para visitar lo que no es más que un monumento en su honor cuando sé perfectamente dónde encontrarlo cada vez que lo
necesite.
—¡Mírame mientras hablas así! —dijo Harry en tono destemplado—.
¡Mírame y di de nuevo que este rincón, que esta isla, que esa pequeña tumba ya no significa nada para ti!
Louisa lo miró con los ojos desorbitados.
—Eso no es lo que he dicho —negó—. ¿Por qué estás tan enfadado conmigo? —
preguntó—. Hasta hace unos días ni siquiera sabías que solía venir.
Harry se puso en tensión.
—Ésa no es la cuestión. No estamos hablando de mis errores, sino…
—¿Eso significa que reconoces haberlos cometido?
Harry se alejó de Louisa pero, una vez más, con una elegancia y un dominio
de sí mismo que no tenía nada que ver con la incontrolable pasión de la que había dado muestras días atrás.
—En cuanto enterramos a Nikos me abandonaste —le recordó, apesadumbrada. Harry apretó la mandíbula.
—Había demasiada gente a nuestro alrededor. Necesitaba… estar solo.
—¿Y yo no?
—Yo soy un hombre. Una mujer puede estar abatida y llorar, pero un hombre debe mantenerse fuerte y servir de apoyo.
Louisa rió con amargura.
—Pues esa asignatura la suspendiste, Harry.
Él sacó las manos de los bolsillos y apretó los puños. Louisa sabía que le había dado un golpe bajo, pero lo peor de todo era que no le importaba. Harry le había
hecho tanto daño al abandonarla que todavía, cinco años más tarde, seguía sin poder perdonarle.
El día que Nikos tuvo su fatal accidente, se habían peleado por teléfono.
Harry había insistido en que debía permanecer en Harry por una importante reunión de trabajo. Ella le había echado en cara que no mantuviera su palabra de ir a
pasar el día a la playa con su hijo. Luego, había colgado el teléfono y había decidido ir sola de excursión con Nikos.
Agachó la cabeza con la mirada perdida y revivió el instante en que Nikos se había soltado de su mano y había salido corriendo por el polvoriento sendero tras un rebaño de cabras. Todavía se oía a sí misma llamándolo: ¡Nikos, cuidado!, y todavía veía con total nitidez a las cabras correr directamente hacia él.
—Me dejaste porque me culpabas de lo que sucedió —susurró.
Harry se volvió bruscamente con los ojos brillantes.
—¡Eso no es verdad!
Louisa lo miró con desfallecida incredulidad. ¿Cómo no iba a culparla si ella se culpaba a sí misma?
—Nunca te he culpado —repitió Harry, sujetándola por el brazo para
impedir que se alejara de él—. Fue un accidente. Sólo un cobarde culparía a alguien de una tragedia.
Con una sonrisa de amargura, Louisa se dijo que ésas eran las palabras de
alguien adulto y sabio, características que ninguno de los dos habían poseído cinco
años atrás.
—¿Dónde fuiste cuando te marchaste? —preguntó después de unos segundos.
Harry le soltó el brazo y suspiró.
—Al apartamento de Atenas. Para cuando volví a la isla, tú te habías marchado con tu familia.
—¡Dos semanas más tarde! —le recordó Louisa—. Esperé dos semanas a que volvieras.
Harry la miró fijamente.
—Sí, agapi mu, no pudiste esperar ni dos semanas a que me recompusiera.
Louisa identificó en su gesto y su expresión al hombre endurecido en el que se había convertido Harry, un hombre con limitada paciencia.
Podía haber dicho más. Podría haber añadido que esperó en vano a recibir una llamada para preguntarle qué tal estaba, cómo había vuelto a las seis semanas a laisla, desesperada, y él ya no estaba allí. Incluso podría contarle que había ido a
buscarlo al apartamento de Atenas y había podido comprobar los métodos que utilizaba para borrarla de su vida.
Pero no tenía sentido remover el pasado cuando la opinión generalizada era que lo mejor era dejarlo atrás. Ya no quedaba nada entre ellos. Hacía cinco años que
no había nada, lo que convertía al ataque de lujuria que habían sufrido en la colina en
un acto vergonzoso del que tendría tiempo de arrepentirse sola si es que llegaba a
tener alguna consecuencia.
Miró el reloj.
—Tengo que encontrarme con Jamie en diez minutos —mintió.
Y se alejó de Harry.

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