capítulo 10

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El sol se filtraba por el ventanal que quedaba al pie de la cama. Louisa se
desperezó lentamente con una sonrisa en los labios. De pronto, dándose cuenta de que debía ser muy tarde para que el sol hubiera alcanzado aquella altura, se incorporó de un salto. El brusco movimiento le hizo sentir leves dolores en todo el
cuerpo. Tres días actuando de esclava sexual de Harry empezaban a pasarle
factura. Con una sonrisa, enumeró cómo había transcurrido el tiempo: haciendo el amor, comiendo, haciendo el amor en la playa, haciendo el amor…
Las únicas interrupciones de aquel programa se producían cuando Harry
acudía a la villa familiar durante un par de horas cada mañana para ponerse en contacto con el mundo exterior.
El mundo real, se corrigió al tiempo que salía de la cama en aquel mundo de fantasía creado por ellos dos.
Hasta su hermano había sabido interpretar su papel, apareciendo lo menos posible y pasando la mayoría del tiempo con Pietros mientras ellos se comportaban como un par de adolescentes sin pasado.
¿Y cómo habían llegado a aquel punto? Porque ella había consentido que Harry adoptara el papel dominante y autoritario y decidiera cada uno de sus sentimientos y de sus acciones, porque…
Una vez más se atascaba al llegar a aquel «porque…», pensó con un suspiro de resignación mientras se metía en la ducha. Aquel «porque» se había quedado atascado en su mente y sólo en aquel instante, tres días después de que sucediera por
primera vez, encontró la respuesta: porque amaba a Harry, porque seguía
amándolo y probablemente nunca dejaría de hacerlo. Formaba una parte tan integral de ella que era como un virus, tenaz e imbatible.
Y aquel mismo día, llegaba el ferry.
Salió de la ducha, se envolvió en una toalla y se sentó en el borde de la bañera.
Había llegado la hora de tomar una decisión. ¿Se marcharía en el ferry o se quedaría?
Con él.
¿Con qué excusa? ¿Aduciendo que podía estar embarazada?
Tomó aire y exhaló lentamente. Harry no había vuelto a mencionar el tema.
De hecho, después de la pelea inicial no habían vuelto a hablar de nada. Harry no
le había preguntado por su vida en Londres ni por Max. Tampoco habían
mencionado a sus correspondientes familias.
Ocasionalmente adoptaba una actitud seria y distante, casi siempre cuando
acababa de volver de la villa familiar y parecía esforzarse por salir del papel de ejecutivo. En esas ocasiones incluso su rostro cambiaba y daba la impresión de llevar una máscara que ella no conseguía atravesar.
Entonces y sin que Louisa supiera cómo o porqué, él mismo la destruía y, tomándola en brazos, la llevaba a la cama o, si la encontraba en la playa, se desnudaba para bañarse con ella y luego ir a la cama…
Las dos caras de Harry Styles pensó divertida. La severa y la juguetona,
las dos demasiado atractivas como facilitar la decisión que debía tomar.
Fue al dormitorio y al ver sus bolsas en el suelo pensó que eran un símbolo más de la naturaleza temporal de aquellos días. ¿Qué sucedería cuando tomara esas dos
maletas y saliera de aquella casa?
Imaginarse a Harry partiendo en una dirección y ella tomando la contraria le produjo un escalofrío. Se cubrió con la toalla. Su vida transcurría en Inglaterra. La de Harry, en Grecia. Ella ya no era la jovencita que había jugado a esperar a que su
esposo volviera de sus viajes como Penélope a Ulises. Era una mujer, con un buen trabajo y una seguridad en sí misma que no quería perder.
Frunciendo el ceño, buscó algo que ponerse, se vistió y se secó el pelo.
Acababa de entrar en la cocina cuando el sonido de una moto acuática le hizo mirar por la ventana a tiempo de ver a su hermano derrapar con maestría y dejar el
vehículo en la orilla. Moreno, mojado por la espuma del mar, caminó hacia la casa.
—Hola —saludó al entrar en la cocina. Luego miró a su alrededor—. ¿Dónde
está Harry?
—En la oficina de la villa —replicó ella.
—Me alegro. Cada vez que menciono a tu jefe se queda de piedra.
—No tenías por qué nombrar a Max —dijo Louisa en tono recriminador.
—Ya. Pero al principio me divertía hacerle sufrir —dijo Jamie con una picara
sonrisa—. La cuestión es que estoy aquí por Max. Ha llamado esta mañana al hotel
para hablar contigo. No le ha sentado nada bien saber que estabas aquí —sacó un papel del bolsillo y sedo tendió a Louisa—. Quiere que le llames. Es urgente.
Louisa lo desdobló: ¡Enciende el maldito móvil! ¡Tengo que hablar contigo!, había
escrito Jamie copiando literalmente las palabras de Max.
—Pero si sabe que apago el móvil siempre que vengo a la isla… —dijo Louisa, desconcertada.
Jamie se encogió de hombros.
—Parecía muy enfadado.
Con gesto de preocupación, Louisa fue hacia el dormitorio preguntándose qué podía haber sucedido para que Max estuviera de tan mal humor. No era propio de él actuar así. En los cuatro años que llevaba trabajando para él, jamás había perturbado
sus vacaciones.
Jamie la siguió y, esperando con curiosidad a saber cuál era la causa de tanta urgencia, se apoyó en el marco de la puerta mientras Louisa buscaba su teléfono en el
bolso y lo encendía. Al instante se oyó la entrada de numerosos mensajes de texto y de voz… y todos eran de Max En lugar de escucharlos, Louisa marcó su número. Antes de que sonara la señal,
la voz de Max le estaba quemando los oídos.
—¿Qué demonios está pasando, Louisa? —preguntó, furioso—. Creía que no había nada entre tu ex y tú.
—Max, no sé de qué…
—Estoy siendo acosado personal y profesionalmente. Mi vida privada es objeto de investigación por parte de… ¡Harry Styles!
Louisa cerró los ojos y se dejó caer sobre la cama.
—Tiene que haber un error, Max. Harry no…
—Está aireando mi vida privada y me amenaza con acudir a los periódicos si no te despido, así que no intentes convencerme de que es inocente. ¡Lo que me gustaría saber es por qué actúa así!
Louisa apoyó la cabeza en la mano.
—Te aseguro que no lo sé —susurró.
—Desde que trabajas conmigo no habías vuelto a mencionarlo, y cada año acudes a la isla en peregrinaje. Está claro que en esta ocasión has decidido disfrutar
de un íntimo reencuentro con él, ¿no es cierto?
Louisa se puso en pie de un salto.
—¡Te equivocas, Max!
Jamie se puso alerta.
—Entonces, ¿qué ha pasado? —continuó Max—. ¿Has decidido darle celos con nuestra relación y el canalla ha decidido vengarse arruinándome?
—¡Sabes perfectamente que tú yo no tenemos ese tipo de relación! —protestó
Louisa—. Igual que sabes que ni un solo periódico se atrevería a publicar nada contra ti, Max. Después de todo, eres dueño de casi todos ellos. Dame un par de horas. Te llamaré en cuanto averigüe qué está sucediendo.
Apagó el teléfono con dedos temblorosos.
—¿Qué pasa? —preguntó Jamie.
Louisa estaba pálida.
—¿Puedes pedirle a Pietros que me lleve a la villa Styles? —preguntó.
—Claro —su hermano pulsó un botón del móvil—, pero me gustaría que me
dijeras qué pasa.
—Te lo diré cuando lo sepa.
Louisa dio media vuelta. La mente le funcionaba a toda velocidad intentando construir un rompecabezas del que le faltaban piezas. La imagen de Harry serio y
circunspecto cada vez que volvía de la villa despertaba sus sospechas y le provocaba un escalofrío.
Pero se negaba a creer que Harry fuera capaz de actuar de aquel modo. Sólo su familia haría algo así, y ese pensamiento, que le libraba a él de responsabilidad, la tranquilizó.
Para cuando subió al coche de Pietros se había convencido de que acudía a ver a Harry para darle la noticia de que su familia estaba jugando sucio con Max.
Kostas se asomó al porche de la elegante mansión. Louisa se despidió de Pietros
y se quedó parada, contemplando un edificio al que hubiera preferido no volver. A regañadientes, dejó que los pasos la condujeran hasta la escalinata de mármol, en lo
alto de la cual esperaba un sonriente Kostas.
—¿Está Harry? —preguntó al viejo sirviente.
—Se encuentra en el despacho —dijo él, echándose a un lado para dejarle
pasar—. Es una placer verla aquí, kyrya —añadió, afectuosamente.
Louisa se limitó a sonreír y a cruzar un vestíbulo en el que no había cambiado ni un solo detalle desde la última vez que lo había visto.
La puerta del despacho estaba cerrada. Con la inquietante sensación de que estaba a punto de enfrentarse a su verdugo, Louisa se secó las sudorosas manos en el
vestido antes de abrir la puerta.
Como la entrada, el despacho parecía idéntico a como lo recordaba. Aquella
habitación, elegante y funcional, constituía el centro de poder de los varones Styles cuando estaban en Aristos. En ella estaban los ordenadores, las impresoras
y la más sofisticada tecnología. Una fila de pantallas de ordenador exhibía el resultado de las bolsas de distintas partes del mundo. Todo parecía tan tranquilo en el contexto del agitado mundo de las finanzas, que Louisa se relajó parcialmente.
Harry, de pie, apoyaba las caderas en un escritorio de cedro sobre el que
había varias carpetas con documentos. Hablaba por teléfono en griego y aunque Louisa había llegado a dominar la lengua en el pasado, en aquel momento no entendió lo que decía.
Además, estaba demasiado ocupada observándolo como para prestar atención a sus palabras.
Incluso vestido informalmente con pantalones y camisa de lino blanco,
proyectaba la imagen de un magnate. Tenía la cabeza inclinada y el sol arrancaba destellos azulados a su cabello azabache. Era el epítome del varón dominante en actitud relajada y Louisa pensó que dispararía las ventas de cualquier revista que lo
eligiera como protagonista de su portada. Era irresistiblemente guapo, y el húmedo calor que notó entre las piernas le recordó que era el único hombre que la hacia
sentirse de aquella manera.
Harry alzó la mirada y, al verla, se llevó tal sorpresa que pareció haber
perdido la voz.
—Hola —sonrió ella—. Siento molestarte, pero…
—Me encanta que me molestes —dijo él, colgando el teléfono y separándose del escritorio precipitadamente. Sus movimientos reflejaban tensión y la forma en que se detuvo delante de Louisa despertó en ésta la sospecha de que intentaba bloquearle el
acceso al escritorio.
Cuando Harry hizo ademán de darle un beso ella dio un paso atrás. Algo no
iba bien.
—No me toques todavía —dijo con un nudo en el estómago—. Tengo que
preguntarte algo…
Harry la miró fijamente y dejó caer los brazos con los puños apretados.
Simultáneamente su rostro adquirió una expresión inescrutable.
—¿Qué quieres saber? —preguntó, airado.
Y Louisa lo supo. Lo pudo leer en su lenguaje corporal, en los puños cerrados, en el rictus de sus labios. No había sido su familia, sino él.
Temblorosa, estremeciéndose, dio otro paso atrás. Desvió la mirada y, dando un paso hacia un lado, pasó junto a él y se acercó al escritorio.
Se produjo un profundo silencio mientras deslizaba su espantada mirada por los documentos que había en la superficie, cada uno de ellos marcado con el nombre
de alguna de las compañías de Max. También vio su nombre de soltera, Louisa Jonson, en una carpeta.
El teléfono sonó con insistencia en el tenso silencio. Harry no contestó.
—Creía que había sido tu padre —dijo Louisa con un hilo de voz cuando el
timbre cesó—. No podía creer que tú… —se volvió con el rostro desencajado—. ¿Por qué? —gimió.
La indiferencia con la que Harry se encogió de hombros le resultó más
dolorosa que la más cruel de las respuestas.
—Landreau es tu amante.
Louisa lo miró de hito en hito sin saber qué decir. Harry parecía tan
tranquilo, tan convencido de tener la razón que no estaba segura de que tuviera sentido defenderse.
—¿No tienes nada que decir? —preguntó él con una sonrisa acusatoria—. Me parece muy bien —añadió. Y se acercó al escritorio con movimientos pausados y
elegantes, en completa posesión de sí mismo.
Tomó la carpeta que llevaba el nombre de Louisa.
—Supongo que debo agradecerte que hayas tenido la cortesía de usar tu
nombre de soltera, yineka mou —continuó— mientras viajabas por Europa haciéndote pasar por la ayudante de Landreau —pronunció el nombre apretando los dientes—.
Si embargo, si a mí me ha costado tan poco esfuerzo recopilar esta documentación
tan íntima sobre tu relación, me preguntó cuántas más cosas podría averiguar un periodista curioso.
—¿Has venido aquí cada día para hacer averiguaciones sobre mí? —a pesar de
que tenía ante sí todas las pruebas, Louisa no quería creerlo—. ¿Puedes explicarme por qué?
—Porque debo estar preparado cuando salte el escándalo de que la amante que
Landreau tiene instalada en su casa es mi esposa.
Louisa contuvo el aliento.
—No soy la amante de Max.
—Entonces, ¿qué eres?
—Su ayudante personal —repitió Louisa—. Me ocupo de organizar su vida social y personal, pero no me acuesto con él.
—Es curioso… —dijo Harry con desdén mientras se apoyaba en el escritorio y alargaba las piernas en actitud relajada—. Vives en su casa…
—¡No es verdad! —negó ella—. Alquilo un apartamento que está sobre su garaje.
—Vives en su casa —insistió él—. Allí tienes tu dirección permanente y también tienes asignado un camarote permanente en su yate. Y vas con él a todas partes, como si fuerais siameses.
El tono de Harry se había endurecido con cada acusación que añadía a la
lista. Abrió la carpeta con brusquedad y fue dejando caer fotografías sobre el
escritorio.
—Tú —describió—, en biquini, apoyándote en él en una fiesta en su yate. Tú —
continuó— con el vestido más corto que he visto en mi vida, luciendo un collar de
diamantes junto a él en una fiesta de beneficencia en su casa. También tenemos la fiesta en una playa en el sur de Francia, donde lo usas como almohada mientras él te
protege los ojos con un sombrero. ¡Y tú te ríes! —exclamó, como si reírse fuera un pecado—. ¡Y él esta desnudo!
—Lleva bañador —dijo ella titubeante.
—¡Pero no se tapa ese torso de bronce en el que tú pareces tan cómoda!
Harry tiró las fotografías al suelo de un manotazo y Louisa, estremeciéndose ante aquel arranque de violencia, se quedó mirándolo en silencio. Era verdad que viajaba con Max y que vivía en su casa. Y no podía negar que las fotografías admitían
interpretaciones erróneas.
—No duermo con él —fue todo lo que dijo.
—¿Quién habla de «dormir»? —gritó Harry, colérico—. Ese tipo se te declaró en lo alto del London Eye delante de miles de personas, ¡he visto el vídeo en Internet!
La forma en que sus dedos temblaron al pasárselos por el cabello estuvo a
punto de despertar la compasión de Louisa, pero la grosera expresión que dejó escapar a continuación la hizo reaccionar con gesto airado.
—No eran más que seis personas y se trató de un truco publicitario —le
corrigió, sin molestarse en explicar cuánto le había enfadado y la discusión que había
tenido con Max por no haberla avisado—. ¡Max trabaja en los medios de comunicación!
—Y mi esposa no se separa de él ni a sol ni a sombra. ¿Se supone que eso debe hacerme feliz?
—¿Cómo es posible que no vieras lo del London Eye en directo? —replicó ella, enfurecida—. Dio la vuelta al mundo cuando sucedió, así que dime, ¿dónde estabas el año pasado en junio? ¿Escondido en tu refugio con una de tus fulanas?
—¿Habrías preferido que lo viera? —preguntó Harry, en actitud retadora.
Louisa lo miró boquiabierta.
—Alto, moreno, atractivo, un poco mayor que yo, asquerosamente  rico––
enumeró cada una de las características de Landreau como si fueran puñetazos—.
¿No será, agapi mu, que le has estado utilizando durante estos cuatro años como cebo, para que yo acudiera a reclamarte?

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