Capítulo 11

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—¡Cómo puedes ser tan maquiavélico! —dijo Louisa con un hilo de voz. Y aun así, ¿en qué medida podía ser verdad la acusación que acababa de hacer? ¿Era
posible que la relación laboral con Max le hubiera servido de sustituto del hombre al que amaba? ¿Habría querido subconscientemente que Harry viera que era feliz
con él? La mera posibilidad de que fuera verdad le resultaba devastadora. De ser así, si llevaba todo aquel tiempo engañándose y huyendo de sí misma, su vida habría
tenido el mismo sentido que si se hubiera hecho adicta a las drogas para contrarrestar la histeria y la hubieran dejado encerrada en la celda de un sanatorio psiquiátrico.
—Ahora que ya me tienes, puedes olvidarte de Landreau.
Louisa estaba paralizada intentando asimilar la imagen de sí misma que
Harry había esbozado.
—Crees que eres mejor que él, pero te equivocas —dijo, estremeciéndose ante la expresión amenazadora con la que Harry la observaba.
—Sé que lo soy —respondió él con arrogancia—. No había pasado ni una hora desde que nos reencontramos antes de que te entregaras a mí como si el tiempo no hubiera pasado —alargó al mano y retiró un mechón de cabello tras la oreja de Louisa, pero el delicado gesto con el que solía pedir mudas disculpas estuvo en esa
ocasión cargado de desdén—. No sé qué te hacía él, pero se ve que no era un buen sustituto del modelo original. Un solo beso en un polvoriento aparcamiento bastó para que perdieras el control.
Concluyó, como si esas palabras bastaran para alcanzar una conclusión, pero estaba muy equivocado. Louisa le quitó la mano de un manotazo.
—Si estás tan seguro de tu poder, ¿qué necesidad tienes de perseguir a Max?––
preguntó, retadora, al tiempo que dirigía la mirada hacia las carpetas que ocupaban el escritorio.
—Por seguridad —dijo Harry—. Por si decide a venir a buscarte si tú te
niegas a aceptar que llevas mintiéndote todo este tiempo. Por cierto —preguntó con curiosidad—, ¿cómo te has enterado de lo que estaba haciendo? Louisa apretó los labios y se cruzó de brazos. Finalmente, admitió que había
recibido una llamada de Max.
—Así que está asustado. Me alegro —dijo Harry con evidente satisfacción––.
Puede que tenga mucho poder, pero también sabe que, si me lo propongo, puedo acabar con él en veinticuatro horas.
Louisa pensó con amargura y sorpresa que Harry no se había sentido nunca ni tan seguro de sí mismo ni tan poderoso.
—¿Y por qué ibas a querer hacer algo así? —preguntó, horrorizada.
Harry torció la boca en una mueca de desprecio.
—Quiero recuperar a mi esposa sin temer un escándalo.
Por fin expresaba el chantaje con claridad, pensó Louisa. Ésas eran sus
condiciones: o se plegaba a sus deseos o Max pagaría por ello.
¿Cómo había sido tan estúpida como para olvidar el espíritu vengativo que lo había poseído cuando habló de hacer pagar a sus familias por los últimos cinco años?
Primero había querido vengarse de sus respectivas familias… Finalmente, había añadido Max a la lista.
Harry no pretendía recuperar lo que había habido entre ellos dos. Lo que
quería era ganar.
Esa revelación hizo que Louisa sintiera un frío helado recorrerle la espalda. Por primera vez sus ojos lo vieron como realmente era y cuánto había cambiado. Su padre debía estar muy orgulloso de él; su hijo se había convertido en un hombre aún
más duro y cruel que él mismo.
—Todo lo que has hecho es una pérdida de tiempo —dijo con voz temblorosa y un profundo sentimiento de amargura—. Has elegido la batalla equivocada, porque
no pienso volver a tu lado —añadió. Y, dándole un empujón, pasó de largo.
—¿Cometes la locura de elegir a Landreau? —Harry la sujetó por la
muñeca—. ¿Crees que tu amante va a aceptarte ahora que lo tengo acorralado? Debías haberte molestado en aclararle a quién pertenecías, Louisa.
Louisa lo miró con ojos centelleantes.
—Max siempre ha sabido de tu existencia —replicó, enfurecida—. ¡Y nunca hemos sido amantes! —gritó con la voz quebrada.
—¿Quieres decir que habéis pasado cuatro años juntos y nunca os habéis
acostado? Estás loca si piensas que voy a creerte —dijo él con tono de suficiencia—.
¿Por qué no puedes decir la verdad y ser sincera?
¿Sincera? Louisa tiró del brazo para soltarse.
—¿Serías capaz de decir con toda sinceridad que no has mantenido relaciones con ninguna otra mujer, Harry?
El aire podía cortarse. Louisa sentía la piel tensa, le temblaban las piernas y le ardía la sangre, pero se negó a apartar la mirada de los ojos de Harry mientras esperaba una respuesta.
—Es evidente que no puedes —dijo finalmente al ver que no llegaba—. Sobre todo porque yo te vi con mis propios ojos con una mujer en nuestro apartamento de
Atenas, en nuestra cama.
Harry se puso pálido.
—No es posible —negó—. No pudiste…
—¿Quién oculta la verdad ahora? —dijo Louisa, dejando escapar una carcajada despectiva antes de añadir––: No es la primera vez que te hablo de ello —aunque era
evidente que Harry tenía una memoria convenientemente selectiva––: Vine a
buscarte a la villa, pero sólo estaban Kostas y tu querido hermano, Alex —tuvo que tomar aire antes de continuar—: Alex me dijo que ni siquiera habías vuelto a la isla.
Yo le pedí que organizara un vuelo, pero él me dijo que no me molestara, que ya formaba parte del pasado, que tú ya no querías saber nada de mí. Yo me negué a creerle e insistí en que preparan el helicóptero, pero debía haberle hecho caso, ¿verdad, Harry? Porque en aquella ocasión, Alex tenía razón.
Harry había ido palideciendo a medida que ella hablaba.
—¿Cuándo sucedió eso? —preguntó con voz ronca.
—Seis semanas después de que me marchara de la isla —estremeciéndose,
Louisa dio media vuelta para no verlo mientras continuaba—. Fui directamente al apartamento y entré usando mi llave. Por el desorden que reinaba me resultó evidente que habías estado pasándolo en grande.
Harry dejó escapar un juramento que reverberó en el cuerpo de Louisa.
—Veo que empiezas a recordar a qué día me refiero… —siguió ella—. A no ser
que celebraras una fiesta cada noche después de abandonarme en la isla, claro.
En aquel momento fue él quien se giró hacia otro lado. Agachando la cabeza, se masajeó la nuca.
—Me fui tan sigilosamente como había entrado —concluyó Louisa—. No me pareció oportuno que tu repudiada esposa se presentara y dijera: «¡Hola, ya estoy
aquí!» No quise despertarte y amargarte los placeres de los que obviamente habías
disfrutado hasta caer rendido.
—No hace falta que sigas —dijo Harry ásperamente—. Ya sé lo que viste.
—Me alegro —dijo Louisa, pero, ¿por qué le dolía tanto que no intentara
justificarse? ¿Por qué deseaba que mintiera para darle una explicación de lo que había visto?
La respuesta era tan humillante que le hizo retorcerse por dentro. Sintió las
lágrimas quemarle la garganta y supo que debía marcharse. Con paso vacilante, fue hacia la puerta.
—¿Adónde vas? —exigió saber él.
—Es evidente: me marcho.
—¿Junto a Landreau?
El tono sarcástico que empleó Harry se clavó en Louisa como un cuchillo.
Con los hombros en tensión, sin poder respirar, con la sangre helada en sus venas, alzó la barbilla y miró a su atractivo marido, que confiaba tan poco en su palabra como ella había confiado en la posibilidad de una reconciliación. Él la miraba con
rabia y desdén.
—Si crees que sólo se acuesta contigo, te engañas. Hay al menos otra mujer que ocupa tu cama cuando tú no estás —añadió con crueldad—. ¿Piensas consentirlo?
—¿Y cuántas amantes han pasado por tu cama, Harry? —replicó ella—.
¿Una, dos…, una docena… cientos?
Harry apretó los labios como si se negara a contestar y le dio la espalda.
Encolerizada, Louisa caminó hasta él y, tomándole por los brazos, le obligó a volverse.
—¿No me has pedido que dijera la verdad? Pues ahora eres tú quien debe contestar.
—¿Cuál es la pregunta? —respondió él arrogante, temblando de ira—. ¿Qué si me he acostado con otras mujeres? Por supuesto. Cinco años es mucho tiempo para permanecer célibe.
Louisa le soltó los brazos como si le dieran asco.
—Así que nos mides con diferente rasero —dijo, apesadumbrada—. Espero que puedas vivir con ello.
Y con esas palabras, se acercó a la puerta combatiendo las lágrimas que amenazaban con desbordarse de sus ojos.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó él, airado.
—¡Tú lo has dicho! —Louisa asió el picaporte y lo miró con destelen—. ¿No creerás que yo, igual que tú o Max, no he tenido amantes?
Louisa vio cómo Harry se quedaba petrificado y su bronceada piel palidecía.
Que fuera capaz de creerla acabó por aniquilar el amor que sentía por él.
—Si estoy embarazada, te lo haré saber —dijo con frialdad—. Si es que, para entonces, quieres saberlo.
No encontró a Kostas ni a Pietros, pero no le importó. Prefería no ver a nadie y marcharse para no volver nunca más. Isabella acababa de lograr su objetivo, pensó con amargura mientras descendía las escaleras de mármol y se exponía al fiero sol
del mediodía.
Tomó una bocanada de aire caliente y echó a caminar sin saber adonde iba.
Evidentemente, no podía volver a la otra casa. Tampoco al hotel, pues le iba a resultar imposible fingir que todo iba bien. Así que sólo le quedaba un lugar en el
que refugiarse, y hacia él decidió dirigirse mientras se decía que no lloraría bajo
ningún concepto.
El ruido de un motor aproximándose desde atrás hizo que se tensara. Alzó la barbilla y aceleró el paso. Un coche descapotable se detuvo a su altura con un chirrido de frenos.
—Sube —ordenó Harry.
Louisa continuó caminando. Oyó un juramento seguido del ruido de la puerta cerrándose y de unos pasos. Harry se le adelantó y le bloqueó el paso.
—Sube al coche, Louisa, o te tomaré en brazos y lo haré yo a la fuerza —repitió. Ella resopló.
—No pienso…
Sin darle tiempo a reaccionar, Harry la levantó del suelo y la dejó en el
asiento. Luego se sentó tras el volante y arrancó.
—Vas a tener que cambiar este estúpido hábito de dejarme —dijo él entre dientes.
—¿Qué yo te dejo a ti?
Sintiendo que la ira la consumía, con el cabello al viento, Louisa se giró con ojos centelleantes, pero lo que vio la dejó helada. Con unas gafas de sol que ocultaban sus ojos, Harry ofrecía el duro perfil de un asesino a sueldo, cruel y sediento de sangre. Y lo peor fue darse cuenta del poder de atracción que ejercía sobre ella
incluso en aquellas circunstancias.
—Los dos tenemos que dejar de huir —corrigió Harry—. Da lo mismo. ¡Sea lo que sea, debe acabar ya!
Las lágrimas nublaron la visión de Louisa.
—¿Para que podamos finalmente enterrar nuestro matrimonio? —preguntó.
Harry detuvo el coche bruscamente en el cruce con una carretera por la que pasaba un viejo camión cuyo motor sonaba como un elefante herido.
—Todavía no está muerto.
Louisa opinaba lo contrario.
—¡No pienso seguir casada con un hombre que no confía en mí cuando digo la verdad! —dijo, optando por olvidar la mentira que había elaborado antes de marcharse.
Cuando el camión pasó, Harry soltó el freno y giró en la misma dirección.
—¡Has tomado el camino equivocado! —protestó ella—. ¡Iba a ver a Nikos!
Harry apretó los dientes y aceleró, Unos segundos más tarde, tomaba un camino que ascendía por la colina hasta pasar las villas de lujo. Consciente de lo que había al otro lado de la colina, Louisa se irguió en tensión.
—¡No! ¡Harry, no puedes hacerme esto!
Harry la miró desde detrás de sus gafas de sol.
—¿Cuándo te vas a enterar que puedo hacer lo que me da la gana?
La frialdad con la que se expresó dejó a Louisa sin palabras. Por primera vez sintió miedo al darse cuenta de que Harry no hablaba metafóricamente.
Tal y como había percibido al entrar en el despacho, era un hombre
completamente distinto al que había creado una fantasía con ella en la casa de la playa. De pronto, la burbuja había estallado y se encontraba frente a un desconocido con una determinación de hierro para alcanzar sus objetivos.
—Quiero ir a ver a Nikos —imploró.
Harry se sacudió como si le hubiera clavado alfileres, pero continuó
conduciendo sin cambiar de rumbo. A los pocos minutos atravesó una verja de seguridad que se abrió automáticamente a su paso.
Louisa se encontró en el helipuerto privado de los Styles. En la pista de
despegue había un helicóptero que los empleados ponían a punto en aquel momento.
Harry aparcó junto al hangar, donde esperaban su llegada el resto de los
empleados.
—¿Cuándo has organizado esto?—preguntó ella con voz temblorosa.
—Antes de salir a buscarte.
Bajó del coche de un atlético salto y rodeó el coche para abrirle la puerta. Al instante, el motor del helicóptero se puso en marcha y las hélices empezaron a girar.
—No pienso subirme ahí —protestó Louisa cuando Harry tiró de ella para que saliera del coche.
Sin soltar la muñeca de Louisa, él se giró para tirarle las llaves del coche a uno de los trabajadores. Ella intentó soltarse, pero no lo logró. Harry volvía a actuar con brutalidad, pero en aquella ocasión no la llevaba a una casa dentro de la isla, sino
que pretendía hacerla subir a un helicóptero para llevarla a donde le viniera en gana.
—¡Escúchame! —gritó desesperada, alzando la mano y quitándole las gafas de sol. La mirada que descubrió le hizo perder toda esperanza de llegar a un acuerdo—.
¡Si crees que me voy a subir ahí sin que me expliques a dónde me llevas es que sufres alucinaciones!
—¿Alucinaciones? Ya veremos si esto es o no una alucinación.
Louisa supo lo que iba a suceder, pero al ver el brillo acerado de los ojos de
Harry supo que no podría hacer nada para evitarlo. En cuanto agachó la cabeza y la besó, el aguijón del deseo se clavó en sus entrañas, haciendo que todo su cuerpo
vibrara hasta alcanzar cada milímetro de su piel. Harry la besó con ferocidad,
llenando aquel beso de todas las frustradas emociones que lo poseían. La besó hasta
que las piernas le flaquearon, hasta que dejó caer la mano en la que sujetaba las gafas
de Harry y elevó la otra para asirse a su cuello. Él la sujetó por las nalgas,
estrechándola contra su ingle, dejándole notar lo que le hacía sentir…
Y todo ello sucedió ante los trabajadores. Cuando finalmente Harry rompió el beso, esperó hasta que Louisa abrió los ojos con la mirada perdida.
—¿Te ha parecido lo bastante real? —preguntó con aspereza.
—Sí —fue todo lo que Louisa pudo decir.
—¿Piensas seguir protestando? —preguntó él. Louisa apretó sus hinchados labios y negó con la cabeza—. ¿Quieres ir andando o prefieres que te lleve en brazos?
—Andando —susurró ella.
Al verla tan abatida y frágil, Harry resopló y dijo, irritado:
—Cambia de actitud. Sabes perfectamente que nunca te haría daño
A pesar de todo, Louisa sabía que podía creerle y optó por subir al helicóptero
sin organizar un escándalo.
Como todo lo que pertenecía a los Styles, el interior del helicóptero era
lujoso y elegante, una muestra más de la riqueza y del poder que poseían, una razón
más para confirmar que Harry y ella pertenecían a mundos muy distintos aunque durante los últimos días no hubiera vuelto a pensar en ello.
—¿Y Jamie? —dijo de pronto cuando Harry le indicaba dónde sentarse.
—Tu hermano está perfectamente —le tranquilizó él.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella con suspicacia.
Harry sacó un teléfono móvil del bolsillo.
—Uno de mis hombres lo vigila desde que le di permiso para quedarse en el hotel.
—¿Uno de tus hombres? ¿El mismo que me espió a mí cuando huiste?
Harry apretó los labios.
—Cuido de mi gente —fue todo lo que dijo.
A continuación dejó el teléfono en el regazo de Louisa y tomó las gafas que ella le había quitado y que sostenía entre los dedos.
—Tienes tres minutos para asegurar a tu hermano que todo va bien entre
nosotros —ordenó, alejándose de ella—. Dile que vamos a Atenas y que volveremos al anochecer.
—¿A Atenas? Yo no quiero ir a…
Louisa calló al darse cuenta de que protestaba en vano ya que Harry se había metido en la cabina del piloto sin pararse a escucharla.
Indignada, se apoyó en el respaldo del asiento con un resoplido y tomó el
móvil.
Para cuando la conversación llegó a su fin, el helicóptero despegaba..

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