Louisa apretó los dientes para no llorar y salió de la cama. Con paso indeciso fue hasta su bolsa y sacó una camiseta de tirantes, una minifalda blanca y el neceser.
De camino hacia otro cuarto de baño vio una bolsa negra que debía pertenecer a Harry y tuvo la tentación de darle una patada de rabia.
De pronto se volvió hacia la puerta principal y se preguntó por qué no estaba gritando y exigiendo a Harry que la llevara al hotel. Pero la respuesta fue tan deprimente que prefirió no concretarla.
Consciente de que huir de sí misma no era una manera adulta de enfrentarse a la realidad, se metió bajo la ducha y dejó que el agua le golpeara la ardiente piel
como castigo a su frágil carácter.
Debajo de la ducha, Harry confiaba en que el agua helada le librara de la
pulsante sensación que sentía en la ingle mientas se preguntaba si no era más seguro sumergirse en una neblina sexual que intentar enfrentarse a facetas de sí mismo en
las que prefería no pensar.
Y que pensara así, decía mucho de sí mismo.
Además de apuntar a que Louisa podía estar en lo cierto cuando decía que eso era todo lo que había entre ellos. ¿Podía ser verdad?
No. Girando el grifo de la ducha, pasó el agua de fría a caliente y empezó a
enjabonarse. Se negaba a creerlo. Si no, estaría admitiendo que sus familias habían estado en lo cierto.
Así que sólo quedaba una solución: debía luchar por lo que quería. Si era capaz de dirigirse a un grupo de ejecutivos en una sala de reuniones y hacerles cambiar de
opinión, también podría usar su poder de convicción en su vida personal. Para ello, debía aclarar su mente y poner en orden sus prioridades.
Y la fundamental no era el sexo, por muy poderoso que fuera; ni sus familias, aunque acabarían pagando por lo que habían hecho. Ni siquiera Max Landreau.
Apretó el frasco de champú sobre la palma de la mano.
¿Pensaría Louisa que no iba a sonarle el nombre del famoso y atractivo magnate de la comunicación? Landreau se había forjado la reputación de mujeriego.
Coleccionaba mujeres como si se tratara de sellos. ¿Era Louisa tan inocente como para no haber sabido que comprobaría qué relación mantenía con él?
Tardaría menos de veinticuatro horas en obtener algunas respuestas, pero por el momento, mientras se enjabonaba la cabeza, la mera probabilidad de que otro hombre hubiera tocado a su esposa le hacía subirse por las paredes.
Cuando Louisa salió de la habitación, la bolsa negra había desaparecido. Se
peinó el húmedo cabello con los dedos. Necesitaba el secador que tenía en su equipaje, pero prefería posponer el encuentro con Harry, así que decidió ir a la cocina.
Tenía hambre y sed. Puso a hervir agua para hacerse un café y sacó del
frigorífico los ingredientes para prepararse un sándwich.
Iba a sentarse en la mesa cuando la vista que podía verse por la cristalera
reclamó su atención y, tomando la taza y el plato, decidió aventurarse al exterior. El sol era una gran bola de fuego que se aproximaba a la línea de un mar, tan en calma que parecía un espejo.
Sorteando los obstáculos de la parte trasera, todavía en construcción, avanzó hacia una playa de guijarros y se detuvo para mirar a su alrededor. Le sorprendía no reconocer el lugar, pues en su primera visita a la isla, Harry le había llevado a cada
rincón, incluso a aquellos sólo accesibles por mar.
Volvió la mirada hacia la casa, semioculta entre los pinos. Desde aquel ángulo parecía mucho mayor y se apreciaba su arquitectura de ángulos irregulares que
buscaban la máxima exposición al mar. Uno de los ventanales debía pertenecer al dormitorio en el que había dormido, aunque, probablemente por el estado comatoso en el que se había sumido, ni siquiera recordaba haberse fijado en la vista.
Volviéndose de nuevo hacia el mar, vio una roca plana y fue a sentarse en ella.
Se oía el canto de las cigarras y los pinos, los olivos y el mar perfumaban el aire. En un rincón de la playa, junto a un árbol, descansaba la moto acuática de la que había
hablado Jamie y…
—¿Qué te parece?
La voz de Harry a su espalda hizo que se tensara instantáneamente.
—¿Se supone que debo tener una opinión?
Puesto que no había construido aquella casa para ellos dos, Louisa prefería no intentar adivinar para quién era. Dio un sorbo al café.
—Si quieres seguir refunfuñando, allá tú —dijo él encogiéndose de hombros.
Y desconcertó a Louisa al sentarse detrás de ella y estirar sus bronceadas y musculosas piernas a ambos lados de su cuerpo. Por una fracción de segundo, Louisa
pensó que estaba desnudo, hasta que, por el rabillo del ojo, vio la esquina de unos pantalones cortos y luego, cuando se inclinó para dejar junto a ella una hielera con una botella de champán abierta, las mangas de una camiseta que se ajustaba a sus
poderosos brazos.
—Si la casa fuera uno de nuestros barcos, la bautizaríamos con una botella de champán —dijo él, animado—. Pero como es una casa, he pensado que debíamos beberlo.
A continuación, metió las manos por debajo de los brazos de Louisa, y le
presentó dos copas.
—Deja el café y el sándwich y sujétalas, por favor.
Louisa tuvo la tentación de levantarse e irse, pero optó por no hacerlo.
—¡Qué romántico! —dijo con sorna al tiempo que tomaba las copas.
Harry ignoró el sarcasmo.
—Sujétalas bien para que no te moje.
Louisa las puso verticales y vio como se llenaban del espumoso líquido.
—No creo que sea una buena idea beber con el estómago vacío —comentó.
Apenas había probado bocado del sándwich.
—Unos sorbitos no te sentarán mal —dijo Harry, tomando una de las copas y chocándola con la otra—. Por nosotros y por nuestra nueva casa —añadió, antes de beber.
En lugar de imitarle, Louisa preguntó:
—¿Por qué no reconozco este sitio?
—Me pertenece desde que murió mi abuela —explicó él—. Antes, los árboles llegaban hasta la orilla, pero una tormenta derribó los suficientes como para que se abriera un claro.
—En el que has podido construir una casa. ¡Qué suerte!
—¿Verdad que sí? —dijo Harry, ofendido—. Supongo que crees que yo
mismo invoqué la tormenta.
—¡No me extrañaría! —comentó ella, sabedora de que en Aristos estaba
prohibido construir en la costa, a no ser que se tratara de realizar mejoras en viejos edificios.
—Había una vieja cabaña donde ahora está la casa, pero…
—La tormenta la voló.
—Te has convertido en una cínica, Louisa —dijo Harry—. ¡Y yo que pensaba que apreciarías este sitio tan idílico…!
Súbitamente Louisa creyó saber dónde estaban y sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—No puede ser… —musitó.
—Atracamos cerca de la costa y nadamos hasta aquí —le confirmó el––. Yo encontré una vieja manta en la cabaña y la extendimos al sol para tumbarnos y secarnos…
Louisa lo recordaba con todo lujo de detalles. Ella, con un biquini rosa.
Harry con unos pantalones cortos que solían deslizársele por las caderas. Habían estado bromeando y riendo hasta que, de pronto, él había rodado sobre ella y la había besado.
Louisa se removió incómoda. No quería recordar el apasionado beso ni cómo había ido haciéndose cada vez más íntimo, ni los suaves jadeos que escapaban de sus gargantas hasta que alcanzaron un punto sin retorno. Incluso podía sentir los
guijarros clavándosele en la espalda cuando finalmente había consentido que Harry hiciera lo que hasta entonces le había negado. Podía oír su voz ronca musitando: «No quiero hacerte daño», y su susurrada respuesta: «Sé que no lo
harás». Y al momento, la primera y poderosa embestida…
Sintiendo que los músculos de su sexo se contraían pulsantes, Louisa se puso en pie de un salto.
A su espalda podía percibir la sorprendida quietud de Harry. Delante, el sol se sumergía como una bola en llamas, y su corazón latía desbocado. Le temblaban las
piernas, apenas sentía el cuerpo excepto en el punto donde se habían concentrado todas sus sensaciones.
Intentó borrar el recuerdo diciéndose que ya no era la adolescente de diecisiete años entregándose por primera vez al hombre al que amaba. Era una mujer madura,
cargada con la amargura del fracaso y la tragedia de la más espantosa de las
pérdidas. Y por encima de todo, ya no amaba a aquel hombre. No.
Súbitamente la copa de champán fue arrebatada de sus dedos y dos manos
poderosas le obligaron a girarse. Louisa se encontró ante dos ojos oscuros que brillaban con el más ardiente deseo. Su respiración se entrecortó y Harry dejó
escapar un gemido.
—¡No! —dijo ella suplicante.
—Sí —dijo él, estrechándola y besándola con tanta furia que el pasado y el presente se confundieron.
Louisa se despreció a sí misma por entregarse con tanta facilidad al tiempo que devolvía el beso con creciente intensidad e intentaba liberar sus brazos para abrazarse al cuello de Harry. Él se adelantó e, inclinándose, la tomó en brazos y
fue hacia la casa, sorteando a ciegas el terreno que los separaba de la entrada de la cocina mientras seguía besándola.
Louisa sólo recobró un ápice de lucidez cuando la dejó en el suelo del
dormitorio y separaron sus bocas.
—Creía que antes teníamos que aclarar unas cuantas cosas —dijo con voz temblorosa.
—Estaba equivocado —Harry le bajó la cremallera de la falda—. Tenemos
que resolver esto primero para poder llegar a un acuerdo con calma.
—¿Te refieres al sexo? —la falda cayó al suelo—. ¿No ha sido siempre lo
primero entre nosotros?
Harry se quedó parado a medias de quitarle la camiseta y la miró con
expresión solemne.
—¡No vuelvas a decir que lo nuestro es sólo sexo! Lo que pasó entre nosotros entonces fue tan poderoso que todavía hoy te excita.
—El sexo especial sigue siendo sexo, Harry.
—¿Tú crees? —el resto de su ropa siguió a la falda—. Si es así, yineka Mou.
comprobémoslo.
Louisa supo que ya no ofrecería ninguna resistencia. Harry la llevó hasta la cama y se echó sobre ella sin dejar de besarla y de explorar cada rincón de su boca con su lengua, hasta que Louisa sintió que la cabeza le daba vueltas y se asió a sus
hombros.
—¡Quítate la camiseta! —dijo, buscando con dedos ansiosos la cintura de Harry.
Él se incorporó y se quitó la ropa, mirando a Louisa mientras ella lo observaba exponer cada parte de su cuerpo a su hambrienta mirada.
Harry tenía la arrogante belleza de un emperador griego y el cuerpo de un
atleta olímpico. Era tan grande, tan fibroso y tan perfecto, que Louisa no pudo contener un suspiro de admiración cuando se quitó los pantalones y dejó a la vista su
formidable fuerza.
—Debería haberte encerrado en una caja hace años —masculló él al verla
echada, ofreciéndose a él con mirada lasciva—. ¿Desde cuándo eres tan expresiva respecto a lo que deseas?
—Me enseñaste tú —dijo Louisa. Y vio sus ojos brillar de orgullo a la vez que se inclinaba sobre ella.
—Mientras haya sido yo…
Por una fracción de segundo, Louisa pensó que debía decir algo, pero Harry empezó a besarle el cuello y ya no pudo prestar atención a otra cosa que a los húmedos besos que desembocaron en sus senos. Dejó escapar un gemido y se arqueó
contra él para dejarle atrapar uno de sus rosados pezones, al tiempo que clavaba las uñas en su nuca mientras él le mordisqueaba y lamía hasta que ya no pudo soportar
la intensidad del placer y, tirándole del cabello, le hizo subir.
Los ojos de Harry tenían la oscuridad de la noche, su piel el tono tostado del
bronce.
—Dime qué quieres —susurró él.
—Lo sabes muy bien —dijo ella, recorriéndole la espalda con las manos.
Harry agachó la cabeza y atrapó su otro pezón hasta que Louisa se retorció de placer. Entonces volvió a capturar su boca y mientras con una mano le sujetaba la cabeza, con la otra empezó a acariciarla con maestría entre los muslos, hasta alcanzar
la parte oculta por el vello. Entonces, sin apartar la mirada de ella, lenta y
provocativamente siguió torturándola hasta hacerle enloquecer y sentirla húmeda y caliente. Le mordisqueó los labios, bebió su aliento y se movió con ella. Sus besos endurecieron sus pezones hasta que los sintió pulsantes bajo su lengua. Louisa le
clavó los dedos en la espalda, se asió a sus brazos, a sus hombros y deslizó las manos por su abdomen hasta alcanzar la palpitante columna de su sexo.
—Por favor —suplicó ella—, por favor…
Harry se estremeció de placer, pero consiguió contenerse y seguir
acariciándola hasta que, tomándola por sorpresa, la penetró.
Cada milímetro de su cuerpo reaccionó al placer de sentirlo en su interior. La sacudida la recorrió como una corriente eléctrica. Sus cuerpos se sincronizaron, moviéndose al unísono, entrelazados de manera que no se sabía dónde acababa uno
y comenzaba el otro. Louisa se enroscaba en el cuello y en la cintura de Harry. Él la sujetaba por la cadera, succionando sus labios, amasando sus nalgas. Cuando Louisa dejó escapar el primer grito al sentir la primera sacudida del clímax, él la contempló
con posesivo ardor. Luego, la siguió con un grito profundo y la contracción de todos sus músculos en un prolongado y exquisito estallido.
Después, los dominó una sensación de ingravidez, y Louisa creyó que no
necesitaba ni respirar. Sólo era consciente del cuerpo caliente y sólido de Harry sobre ella, y de la total relajación en la que ambos estaban sumidos.
Pasaron varios minutos antes de que alguno de los dos se moviera. Finalmente, Harry se incorporó para librarla de su peso y le acarició el cabello.
—Esto es mucho más que sólo sexo —dijo, besándola.
Louisa abrió los ojos y sonrió.
—Sexo con varón dominante —bromeó.
—¿Habrías preferido que adoptara un papel sumiso? —preguntó él, arqueando las cejas.
Louisa sacudió la cabeza. Harry sabía perfectamente que le gustaba que
tomara el control y que adoraba cómo, cuando lo entregaba, se dejaba arrastrar dejando caer todas las barreras.
—Si es así, ¿por qué pareces pensativa? —preguntó él.
—Porque… —empezó Louisa y calló porque no sabía cómo continuar.
Recorriendo el rostro de Harry sin darse cuenta de que los segundos
transcurrían, respiró y deseó no haberlo hecho cuando la envolvió el familiar olor que acompañaba al sexo con Harry.
Harry…su primer y único amante. El hombre al que llevaba cinco años
tratando de olvidar… El hombre sin el que en aquel momento le parecía imposible haber existido.
—¿No has disfrutado?
El tono de inseguridad de Harry la hizo concentrarse en él, y vio que la
miraba con inquietud.
—Sabes perfectamente que ha sido maravilloso —dijo ella.
—Tu cara no dice lo mismo —Harry sacudió la cabeza—. Lo mejor será que lo intentemos de nuevo. Quizá debía haber ido más despacio, y esperar a que me suplicaras con más ahínco.
Louisa se tensó.
—¡Yo no he suplicado!
—Claro que sí. Pero se ve que no ha sido lo bastante satisfactorio o no estarías tan ausente.
—No estoy ausente —dijo ella, impacientándose—. ¿Qué te pasa, Harry? No solías sentirte tan inseguro sobre tus habilidades amatorias.
Harry esbozó una sonrisa.
—Puede que haya perdido práctica.
—¿Te has vuelto loco?
Harry pensó que si la presión que sentía en el pecho por los celos era una prueba de locura, entonces, la respuesta era afirmativa. No podía quitarse de la
cabeza a Max Landreau. ¿Habría osado Louisa pensar en él mientras lo miraba con expresión extraviada? ¿Los habría estado comparando como amantes?
Louisa le empujó.
—Deja que me levante —exigió, irritada por que Harry hubiera convertido el momento más increíble de su vida en una nueva batalla, ¡y sólo porque había necesitado pensar unos segundos!
—Ni lo sueñes —Harry la sujetó por las muñecas y le clavó los brazos en la
cama.
—¡No me gustas cuando actúas así! —Louisa se retorció para intentar liberarse.
—Claro que sí —dijo él, besándola—. Me adoras cuando soy dominante y no te dejo elección. En unos días desearás tanto volver a ser mi mujer que no querrás ir a ninguna parte.
Louisa abrió los ojos desorbitadamente.
—¿Qué quieres decir con «en unos días»?
—Tienes que admitir que no has hecho el menor esfuerzo por huir de mí…
Aquellas palabras pretendían humillar a Louisa y lo consiguieron. La rabia oscureció sus azules ojos.
—Va a ser un placer ver cómo te debates contigo misma cuando llegue el próximo ferry —continuó Harry.
Louisa tardó unos segundos en comprender lo que quería decir.
—Si crees que voy a quedarme contigo cuando acabe la semana, ya puedes… —empezó, colérica.
Pero había reaccionado tarde. Harry ya ahogaba su protesta en un beso y, en unos segundos, volvía a abrasarla con un fuego que, en el fondo, ni podía ni quería apagar.