capítulo 12

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Louisa no volvió a ver a Harry hasta que llegaron a Atenas. Durante todo el viaje se esforzó en recordar todos los sufrimientos que le había hecho padecer, de
manera que para cuando bajaron del helicóptero para tomar la limusina que los
esperaba en la pista, tenía los nervios a flor de pie.
Como no había separación entre el conductor y ellos, tuvo que morderse la lengua para callar todo lo que había planeado decirle, y su furia fue en aumento a medida que se acercaban a los apartamentos de lujo de Kolaniki.
—No quiero ir a ver a tus padres —masculló cuando tuvo la sospecha de que era allí a donde se dirigían.
Harry siguió callado y a Louisa le cosquillearon los dedos con el deseo de abofetearlo. ¿En qué demonios estaba pensando?
Harry sabía perfectamente lo que había planeado hacer, pero no pensaba decírselo. No era lo bastante valiente. Tragó saliva al dejar atrás la calle que conducía a las lujosas mansiones de Kolaniki, con sus magníficas vistas de Atenas, y sentir que Louisa se tensaba. Sabía que estaba arriesgándose en exceso y temía cometer algún
error.
—Te odio —susurró ella cuando el coche entró en el patio de su bloque de apartamentos. Louisa estaba pálida y abría los ojos desmesuradamente—. No sé cómo eres capaz de hacerme esto.
El conductor bajó del coche.
—Te aseguro que los dos necesitamos hacer lo que voy a hacer, agapi mu—dijo Harry con voz ronca.
Louisa se preguntó en que podía beneficiarle que le rompiera de nuevo el corazón, pero el conductor abrió su puerta y no le quedó otra opción que bajar.
Apenas habían tardado una hora en realizar un viaje que ya había hecho cinco años atrás, y del cual no se había recuperado en todo aquel tiempo. Respiró hondo para  no vomitar.
Andreas bajó a su vez del coche e hizo una señal al conductor, que desapareció
tras el lateral del edificio, donde se encontraban los garajes. Andreas y Louisa se
quedaron solos, mirándose.
Andreas era grande, fuerte, fibroso… y su rostro trasmitía determinación.
Conociéndolo y dado que la había coaccionado para llevarla hasta allí, Louisa estaba
segura de que si se resistía, no tendría reparo en recurrir a la fuerza. Así que, dando
un suspiro y alzando el mentón, cruzó la distancia que los separaba y caminó hacia el
edificio.
En el momento en que llegaba al elegante vestíbulo, sintió la mano de Andreas
en su espalda y se estremeció. No estaba dispuesta a dejarle hacer ningún gesto que le diera poder sobre ella, así que se sacudió para librarse de su mano. No quería que
la tocara. No quería estar allí.
Entraron en el ascensor y subieron en silencio, como si fueran dos
desconocidos; él con la vista fija en ella, Louisa, sin apartarla del suelo mientras se
concentraba en no vomitar.
El ascensor se abría directamente al diáfano y lujoso apartamento. Todo seguía
exactamente igual que aquel fatídico día, excepto que estaba ordenado en lugar de
salpicado por los restos de una fiesta. Tenía el mismo estilo masculino que había
tenido siempre porque Andreas había vivido en él mucho antes de que Louisa
formara parte de su vida.
La puerta del ascensor se cerró a su espalda y Louisa se estremeció al tiempo
que se rodeaba la cintura con los brazos como si con ello quisiera protegerse del
exterior.
Pero la tortura todavía no había terminado. Andreas volvió a colocarle la mano
en la espalda y, en lugar de retirarla cuando ella se tensó, la usó para empujarla hacia
una puerta que, tal y como Louisa recordó con horror, daba acceso al resto de la casa.
—No… —suplicó cuando Andreas se detuvo ante la puerta de su antiguo
dormitorio.
Sin mediar palabra, Andreas la abrió de par en par y empujó dentro a Louisa.
Durante varios segundos, ella temió desmayarse. No podía respirar y las rodillas le
flaqueaban…
Nada había cambiado. Todo seguía igual, incluida la gran cama con refinadas
sábanas de lino cuya visión le obligó a llevarse la mano a la boca al instante.
—Habría preferido morirme a que vieras lo que viste la última vez que visitaste
esta casa —oyó decir a Andreas a su espalda—, pero estaba tan desesperado que no
pensaba que pudiera serle de utilidad a nadie, ni siquiera a mi esposa, que se merecía
un hombre mejor que yo y no un pelele.
Lo había dicho él mismo, no ella. Louisa apretó los labios y notó que le
temblaban.
—Quiero suplicarte que me perdones —continuó él.
—No has elegido el mejor escenario para pedirme perdón —susurró ella, para
quien volver a aquel dormitorio era retornar a la escena de un crimen.
—¿Al menos aceptarás una explicación? —insistió él.
Louisa no estaba segura de querer pasar por ese suplicio. Se volvió hacia él con
gesto tenso.
—Escucha, no hace falta que hagas nada de esto. Ya he asimilado lo que vi aquí.
Si no…
—Deja de mentir —interrumpió él.
Louisa sabía que estaba pálida. El corazón le latía con fuerza contra el pecho y…
—¡No tengo por qué aguantar esto, Andreas! ¡Sólo quiero marcharme de aquí!
—Pero yo necesito hacerlo —dijo él, sujetándola por los hombros—. No creo
que te haga daño escucharme.
—¿Estás seguro? Puede que confesarte te haga bien a ti, pero a mí no me
beneficia en nada.
—¡Te amo! —gritó él—. ¡Siempre te he amado y no quiero dejar de amarte! ¿Te
hace eso sentir mejor?
Con un resoplido, la soltó y se separó de ella como si se arrepintiera de lo que
acababa de decir pero ya no pudiera hacer nada para remediarlo.
Louisa lo observó en silencio, viéndole alzar un puño como si fuera a golpear la
pared para luego arrepentirse y dejarlo caer.
—¿Te acuerdas de Lilia? —preguntó, volviéndose hacia ella.
¿Lilia? Louisa no recordaba nada.
—¿Me amas? —preguntó en un susurro.
—Sí —dijo él entre dientes—. ¿La recuerdas?
Lilia…
—¿Tu prima? —Louisa asintió. Una mujer preciosa, de ojos marrones y figura
perfecta—. ¿Por qué no me has dicho antes que me amabas?
—Porque esperaba que tú lo dijeras primero —Andreas hizo una mueca que se
convirtió en un suspiro—. Fue ella a la que viste.
—¿Te acostaste con tu prima Lilia? —preguntó Louisa, horrorizada.
—¿Por quién me tomas? —preguntó él.
—¿Por un borracho? —sugirió ella, fuera de sí—. ¿Te acostaste con tu prima
porque estabas borracho y piensas que confesarlo te va a hacer bien?
—¡No me acosté con ella! —resopló Andreas—. ¿Por qué no te callas y me
escuchas?
Louisa consiguió acercarse a una silla y dejarse caer en ella. Escucharía lo que
Andreas tuviera que decir, pero dudaba que pudiera borrar la imagen que tenía
clavada en la mente de él echado en la cama, desnudo, con la sábana enredada a
altura de las caderas mientras a su lado dormía una hermosa mujer envuelta en lo
que quedaba de sábana, con el negro y brillante cabello extendido sobre la almohada,
un brazo desnudo rodeando los hombros de Andreas y el rostro muy cerca del de él.
—Lilia me salvó de que me ahogara en alcohol y en la lástima que sentía por mí
mismo —dijo él, atrayendo su mirada. Se había movido y estaba apoyado en la
pared, con las manos en los bolsillos, en actitud tensa y abatida a un mismo tiempo—
. Volví de Inglaterra después de intentar verte y me encerré aquí con una caja de
botellas de whisky, decidido a no ver a nadie —continuó—. Apagué el móvil y
desenchufé el teléfono. Me odiaba a mí mismo. Te odiaba a ti. Había caído tan bajo que no me hubiera importado dejarme morir en este apartamento. Y lo habría hecho
de no ser porque Lilia le obligó al portero a dejarle la llave. Fue implacable…
Louisa recordó que era una fría mujer de negocios, decidida a conservar las
acciones que su padre le había dejado al morir y a no ceder ni un milímetro de su
poder.
—Me encontró en la cama, vestido, con una botella en la mano. Me sacudió
hasta despertarme, y me gritó y me insultó hasta conseguir que fuera a la ducha. Yo
ni siquiera podía caminar, así que Lilia prácticamente me llevó en brazos y se metió
en la ducha conmigo, me desnudó y consiguió sostenerme de pie contra la pared
hasta que el agua fría consiguió hacerme reaccionar. Entonces me sacó, me dio una
toalla y me dijo que me secara y me afeitara mientras ella volvía al dormitorio, buscaba otra toalla y se quitaba la ropa mojada. Recuerdo que me corté —Harry se llevó la mano a la barbilla como si todavía pudiera tocar el corte—. Para cuando volví al dormitorio, Lilia se había envuelto en una toalla y había hecho la cama —hizo una breve pausa. Luego sacudió la cabeza y continuó—. Todavía hoy no sé cómo fue posible teniendo en cuenta que tú eres rubia y ella morena, pero cuando alzó la cabeza y me sonrió, su sonrisa me recordó tanto a ti que… perdí el control y lloré como un bebé. Lloré por ti, por mí, por Nikos…
Sin poder soportar ver cuánto sufría, Louisa se acercó a él y lo atarazó.
—No hace falta que sigas —musitó. Por propia experiencia sabía muy bien a lo que se refería.
Pero Harry no quería callar.
—Una vez abrí las compuertas me resultó imposible cerrarlas. No sé cómo, Lilia
consiguió meterme en la cama, se echó a mi lado y me sujetó en sus brazos hasta que nos quedamos dormidos.
—Ojalá yo hubiera tenido una Lilia —musitó Louisa—. Desgraciadamente, a
mis padres les dio un ataque de pánico y llamaron a un médico para que me encerrara.
—Ojalá yo hubiera sido tu Lilia —Harry la abrazó con fuerza—. Deberíamos
haberlo superado juntos. Nos habríamos evitado cinco años de infierno.
La rabia que Louisa percibió en aquellas últimas palabras hizo que lo mirara con prevención.
—No vuelvas a pensar en vengarte —suplicó.
—No te preocupes —Harry sacudió la cabeza—. Puede que haya tardado en reaccionar, pero al verte marchar de la villa, de pronto he visto claro que estaba librando la batalla equivocada. Lo que importa no son ni Landreau ni nuestras familias. Ni siquiera el fantástico sexo del que disfrutamos. Lo verdaderamente importante es que, a pesar de lo que creías haber visto aquí, dejaras que siguiera amándote. Ese era mi verdadero triunfo y he estado a punto de dejarlo escapar entre los dedos.
—Por eso me has secuestrado —dijo Louisa.
Harry se pasó la mano por el cabello y la miró fijamente.
—No me importa que hayas tenido amantes, agapi mu —dijo con resignación—.
Ni siquiera merecía que me dejaras volver a estar cerca de ti, así qué, ¿cómo puedo echártelo en cara?
—¿Por qué tienes la insolencia de aplicar un doble rasero? —sugirió Louisa.
Harry hizo una mueca.
—Porque eres arrogante y mandón —continuó ella—, y no eres capaz de
distinguir una verdad de una mentira cuando se usa como un arma para hacerte daño.
Harry frunció el ceño.
Louisa siguió:
—No ha habido ningún otro hombre, Harry. Ni siquiera Max.
Harry suspiró.
—No tengo derecho a oírtelo decir.
—¿Eso significa que esta vez piensas creerme? Harry sonrió.
—Claro que sí.
—Me enamoré de ti a los diecisiete años y no he deseado a ningún otro hombre desde entonces —explicó Louisa—. Tenías razón cuando dijiste que había utilizado mi relación con Max para esconderme…, quizá también para conseguir que vinieras a buscarme, aunque puede que tarde algún tiempo en poder admitirlo.
—Esto sí que es más de lo que merezco —dijo Harry. Louisa asintió y
observó que los labios que tanto adoraba por fin empezaban a relajarse… hasta que
Harry añadió—. Sobre todo cuando aún no he terminado de confesarme.
Louisa no quería oír más. Sólo quería…
—Me refiero a mis otras mujeres…
—No —le cortó ella, tensándose—. Prefiero no saberlo.
—Al contrario. Estoy seguro de que te gustará saber que nunca pasó nada con ninguna de ellas.
Louisa lo miró con incredulidad.
—Es la verdad —dijo él, a la defensiva—. Ninguna ha podido sustituirte. Me
hacían compañía, pero nada más. Y como el orgullo les impedía contar que no me había acostado con ellas, mi reputación de conquistador no ha sido más que el resultado de sus mentiras.
—Harry, no esperaba que me fueras fiel después de romper —Louisa lo
conocía bien como para saber que tenía un gran apetito sexual. ¿Cómo era posible que no lo hubiera satisfecho en cinco años?
Harry dejó escapar una carcajada.
—¿Por qué crees que actué como un lunático en la colina? —preguntó—. ¿Por qué crees que me comporté como un oso en celo? Por ti —dijo cuando Louisa le miró a los ojos—. Por fin volvía a tenerte en mis brazos y mi libido se disparó como si
hubiera estado adormecida todos estos años.
Louisa empezó a creerlo al ver la expresión de su rostro.
—¡Dios mío, estás diciendo la verdad! —dijo, riendo.
—Un hombre no abre su corazón para que se rían de él —protestó él.
—No me estoy riendo —dijo ella, acercándose sensualmente—. Estoy muy impresionada —al ver el ceño fruncido de Harry, supo que empezaba a arrepentirse de haber sido tan sincero—. ¿Y qué hacemos ahora? —preguntó, sintiendo un irresistible deseo de besarlo.
Harry pudo leer su pensamiento y suspiró profundamente.
—¿Qué demonios crees que vamos a hacer? —la tomó en brazos—. Vamos a sustituir tus malos recuerdos por buenos recuerdos en esta misma cama.
Louisa suspiró cuando la dejó caer sobre el colchón.
—Tengo que reconocer que me vuelves loca cuando eres tan primitivo y autoritario —le confesó.

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