Louisa sintió que se le nublaba la vista y oyó que Harry, al que no logró
enfocar, exclamaba algo. A continuación se produjo un instante de quietud absoluta seguido de un murmullo y una confusión de movimientos que precedieron a la
sensación de la mano de Harry sobre su frente.
—¡Estás ardiendo! —dijo, alarmado—. ¿Por qué no te has quejado antes?
—Estábamos demasiado ocupados discutiendo.
Harry la tomó en brazos sin dejar de mascullar.
—¡Bájame! —ordenó ella.
—¡Calla! —replicó él, dirigiéndose hacia el vestíbulo.
—Tengo un espantoso dolor de cabeza —confesó Louisa con un quejido—. Y
siento calor y escalofríos a la vez.
—Se llama insolación —dijo Harry—. ¿Tienes náuseas?
Louisa asintió.
—Ya he vomitado una vez. Lo siento —dijo, antes de descansar la cabeza en el
hombro de Harry y enfadarse consigo misma por sentirse tan cómoda en sus
brazos.
Unos segundos más tarde notó el suave y fresco roce de unas delicadas sábanas.
—¡Mira cómo tienes los hombros y los brazos! —exclamó Harry,
consternado.
—No es más que calor.
—Necesitas un médico.
—¡Genial! —dijo Louisa con sorna—. ¡Llama al doctor Papandoulis para que me encuentre en la cama que suelen ocupar tus estúpidas amantes!
—¿Parakaló? —Harry saltó como un muelle.
—Eso es, pídeme perdón —Louisa no dejaba de temblar. Sólo quería
acurrucarse entre las sábanas—. ¡La última vez que te vi en una revista, ibas acompañado de una jovencita con la que venías a pasar tus vacaciones a la isla!
—¡No traigo mujeres aquí! —dijo Harry, colérico.
Louisa no le creía, quería pegarle. Súbitamente, un pensamiento cruzó su mente y se puso en pie de un salto.
—¿Te acostaste con ella en esta cama? —preguntó con el rostro desencajado.
—No… Tú…
—¿Para eso has construido esta casa? ¿Para poder traer mujeres sin que las vea tu familia? —Louisa era consciente de que se estaba poniendo histérica, pero le daba
lo mismo—. Ahora entiendo por qué apenas está amueblada. ¡Sólo necesitas una cama! ¿Alguna vez has tenido que llamar al médico porque una de ellas no se encontraba bien?
—Louisa, estás…
—¡No me hables! —interrumpió Louisa, temblando cada vez más
violentamente—. Ya has dicho bastante. ¡Cómo te atreves a pedir que te devuelva los últimos cinco años cuando apenas unas semanas después de abandonarme estabas
acotándote con otra mientras yo enloquecía de dolor.
Harry había pasado de estar rojo de rabia a una palidez fantasmal.
—Agapi mu, no…
—¡No sé cómo pudimos hacer lo que hicimos el otro día! —continuó Louisa, fuera de sí—. ¡No sé cómo te dejé tocarme después de haber leído cada detalle de cada estúpida mujer con la que has estado estos últimos cinco años!
—Nunca fueron… —Harry alargó la mano hacia ella.
—¡No me toques! —Louisa retrocedió, asqueada—. No me encuentro bien…
Quiero irme a casa…
—No tienes fuerza para ir a ninguna parte —dijo él, angustiado.
—Pues no pienso meterme en esa cama.
—¡Es nueva! —estalló Harry. Se acercó y la descubrió—. Llegó ayer mismo, junto al resto de los muebles, porque sabía que no querrías alojarte en la villa de mis padres. Esta casa no está ni siquiera terminada —añado con gesto tenso—, pero sabía que nos bastaría tener lo esencial. ¡Y quiero que sepas que no he traído a ninguna
mujer a la isla! —farfulló—. ¡No sé cómo has podido creer lo que cuentan las revistas!
Ahora será mejor que te metas en la cama.
Tras esas palabras, salió dando un portazo y dejó sola a Louisa, que se dejó caer, extenuada, en la cama.
Las palabras habían salido de su boca como un incontenible torrente. La piel le ardía. Dejó escapar un gemido de frustración y malestar, y lentamente, consiguió desnudarse y meterse entre las sábanas. La cabeza le retumbaba, tenía el estómago
revuelto y el odio que sentía hacia Harry sólo contribuía a que en lugar de dormir, se revolviera en la cama, irritando aún más su ya sensible piel.
En cuanto se sintiera mejor, se iría de aquel lugar. Harry podía guardarse sus anhelos de venganza y hacer proposiciones a otra mujer. Seguro que tenía docenas a su disposición…
—¡Toma! —dijo una voz con firmeza.
Louisa abrió los ojos y vio a Harry de pie junto a la cama.
—¿Qué? —masculló, malhumorada.
Con gesto impasible, Harry le tendió un vaso.—Tienes que combatir la deshidratación. Y esto —añadió, abriendo la mano y
mostrando una pastilla—, es una pastilla para aliviar la sensación de la piel quemada
—explicó en un tono que no admitía discusión.
Louis lo miró con desconfianza.
—No estoy segura de que…
—He hablado con un médico de Atenas —interrumpió él—. Me ha dicho que no tiene ningún efecto secundario.
Pensaba en la posibilidad de que Louisa estuviera embarazada pero evitó referirse a ello.
—Gracias —dijo ella a regañadientes al tiempo que tomaba la pastilla.
Tras devolver el vaso a Harry, se reclinó en las almohadas, se puso de
costado para no verlo, se cubrió el hombro con las sábanas y cerró los ojos.
Harry no se movió. Louisa percibía su presencia y supuso que querría decirle
algo.
—Márchate —dijo, ansiosa por poder gemir y protestar, pero negándose a
hacerlo delante de él.
Finalmente oyó sus pisadas y el ruido de la puerta al cerrarse.
Louisa sintió ganas de llorar, pero en pocos segundos, se había sumido un
profundo sueño.
La primera sensación que tuvo al despertar, fue la de un delicioso frescor en los brazos. Abrió lo ojos y vio a Harry sentado en la cama, mirándola con los ojos
entornados y gesto preocupado.
—Estate tranquila —dijo al ver que Louisa hacía ademán de incorporarse–.
Sólo te estoy poniendo crema.
La sensación era tan reconfortante que Louisa no protestó.
—Se ve que estás preparado para cualquier eventualidad —masculló.
Harry le sujetaba un brazo y extendía la crema con suavidad. Louisa lo
observó soñolienta y relajada. Ni siquiera reaccionó cuando alcanzó sus hombros, a pesar de que las sábanas empezaron a deslizarse hacia abajo y era consciente de que
estaba desnuda.
Un suspiro de alivio escapó de sus labios al sentir que la loción neutralizaba el
calor de su piel.
—Vas a manchar las sábanas —comentó cuando Harry dejó descansar su brazo sobre la cama.
—Prefiero eso a que te quedes sin piel —dijo él, tomando el otro brazo—. Creía que habías aprendido a tener cuidado con tu delicada piel.
—Me puse crema protectora, pero se ve que no calculé bien el tiempo que
pasaría al sol —explicó ella.Sus miradas se encontraron y Louisa contuvo el aliento al sentir una corriente eléctrica que los conectaba. Los dos sabían que era sexual. Como los dos sabían que, si no desviaban la mirada, el siguiente paso los llevaría a un punto sin retorno.
En aquella ocasión fue Harry el primero en romper contacto visual para concentrarse en el brazo de Louisa. Ella cerró los ojos y volvió a quedarse dormida.
Harry terminó de ponerle la crema y con un suspiró de frustración, bajó
levemente las sábanas para dejar al descubierto la parte alta de los senos de Louisa, donde le tranquilizó descubrir que la piel apenas estaba rosada.
A continuación se detuvo a observarla mientras dormía. Sus labios
entreabiertos, sus delicados pómulos… Aunque no parecía haberse quemado, también le aplicó un poco de crema en el rostro, acariciando con ella su frente, su
pequeña y recta nariz, la barbilla… Sin poder contenerse, se inclinó para besar delicadamente sus tentadores labios, que se estremecieron al tiempo que Louisa emitía un suspiro.
Harry frunció el ceño y se puso en pie, preguntándose qué pasaría
finalmente.
Quizá Louisa tenía razón y era imposible recuperar cinco años. Quizá fuera un error pretenderlo.
Fue a lavarse las manos al cuarto de baño mientras seguía ponderando esas cuestiones sin obtener respuesta. Al volver al dormitorio vio que Louisa se había movido y sus senos habían quedado completamente expuestos.
Altos, firmes, coronados por dos tentadores pezones. En ellos encontró la respuesta.
Aquella mujer con aquellos senos, con aquella boca, con un cuerpo delgado de largas piernas, le pertenecía.
Y Harry tomó la decisión de no dejarla marchar.
La siguiente vez que Louisa despertó, oyó voces apagadas. Se sentó y miró a su alrededor aturdida, mientras intentaba recordar los acontecimientos que habían
acabado con ella en la cama.
Al ver que se movía el picaporte, se cubrió hasta el cuello. Un segundo más tarde, su hermano aparecía en el umbral.
—¡Qué maravilla! —dijo Jamie, sonriente—. Cuando acabe la obra, va a ser la mejor casa de toda la isla.
Louisa pestañeó desconcertada.
—¿Qué haces aquí con mis bolsas?
—Harry me ha dicho que te encontrabas demasiado débil como para traerlas tú misma —explicó Jamie.
Louisa fue consciente de dos cosas simultáneamente: Jamie parecía haber superado su animadversión hacia Harry y no le sorprendía lo más mínimo encontrarla en su cama.
—¿Desde cuándo sois tan amigos? —preguntó.
Jamie se encogió de hombros y adoptó una actitud solemne.
—Me ha contado lo que hicieron nuestros padres.
—¿Cómo dices? —exclamó ella, indignada.
—No comprendo cómo pudieron ser tan…
—¡No tenía derecho a contártelo!
—Eso díselo a él, no a mí —dijo Jamie—. ¿Sabes que tiene una moto de agua
nueva y que va a dejar que la estrene?
—¡Jamie! —le amonestó ella.
Un ruido en la puerta reclamó su atención. Harry estaba apoyado en el
marco.
—Pietros te espera fuera —le dijo a Jamie.
—Gracias —Jamie se volvió hacia Louisa—. Voy a salir con Pietros esta noche.
Harry ha dicho que puedo quedarme a dormir en el hotel.
Louisa miró a Harry arqueando las cejas.
—¿Desde cuándo tomas tú las decisiones sobre lo que puede hacer mi hermano?
Jamie la miró suplicante.
—Tú no te encuentras bien, hermana. Descansa. Mañana vendré a verte.
Y con esas palabras y un gesto de juvenil arrogancia que sacó a Louisa de sus casillas, salió lanzando una mirada de complicidad a Harry, y dejando tras de sí un ambiente cargado de tensión.
Harry seguía apoyado en el quicio de la puerta aparentemente relajado, pero
Louisa notó que no se había afeitado, que tenía ojeras y que no se había cambiado de ropa.
La puerta principal se cerró tras Jamie y el ruido reverberó en la casa. Louisa buscó con la mirada las bolsas. Luego miró a Harry.
—¿Qué le has contado a Jamie para haberlo convertido en tu mejor aliado?
—La verdad.
—Tu versión.
—Sigue siendo la verdad —dijo Harry, encogiéndose de hombros—. He
decidido que no voy a admitir más mentiras sobre nosotros.
—Y es evidente que mi opinión no cuenta.
—En principio, no —asintió Harry. Luego suspiró—. No metas a Jamie en
esto. Sería injusto.
—¿Y tu familia? ¿Van a venir a vernos? ¿Voy a tener la oportunidad de decirles que son unos manipuladores?
—Mis padres se han marchado —dijo Harry—. Les he pedido que se fueran.
—¿Ya eres lo bastante mayor como para poder darles órdenes? —preguntó Louisa con sorna.
—Sí —dijo Harry, impacientándose—. Tenemos que resolver nuestros
problemas antes de poder tener en cuenta los sentimientos de los demás.
—¡Cuánto se han suavizado tus instintos asesinos!
Harry apretó los dientes.
—He conseguido calmarme.
A Louisa le dio envidia. Sus sentimientos no tenían nada de tranquilos.
—¡Y a mí me han abandonado una vez más! —dijo ella, suspirando al tiempo
que se dejaba caer sobre las almohadas.
—Yo sigo aquí.
—Tú eres el problema.
—Pero un problema muy interesante —bromeó Harry—, así que deja de
quejarte y dime qué tal te encuentras.
Al verlo acercarse y servir un vaso de agua fresca tuvo la sensación de haber vivido aquella escena durante su delirio. Louisa lo observó detenidamente.
—Siéntate y bebe —dijo él.
Al recuerdo de esa escena repetida en más de una ocasión se añadió la de
Harry poniéndole crema delicadamente. Al instante se le endurecieron los pezones
y sintió extenderse una sensación húmeda por zonas en las que no quería pensar.
Se incorporó lentamente y tomó el vaso de la mano de Harry. Pasaban lo
segundos y con ellos se sumaban los recuerdos. Por ejemplo. El del delicado beso con el que Harry le había acariciado los labios. Sintió calor en las mejillas a la vez que
bebía. ¿Qué más habría hecho Harry mientras estaba semiinconsciente? Recordaba
haber hablado con él, pero no el contenido de lo que había dicho. Recordaba haber
sentido sus manos sobre su piel.
¿Le habría dado permiso para ir más allá? ¿Habría…?
—Kostas acaba de traerme la ropa y necesito darme una ducha —comentó él, ajeno a las reflexiones de Louisa—. ¿Quieres usar el baño tú primero?
—¿No puedes usar otro? —Louisa le devolvió el vaso sin mirarle a la cara por miedo a desvelar lo que pensaba.
—Éste es mi dormitorio —dijo él sin alterarse—. Y ésa es mi cama.
–Entonces, será mejor que la deje libre —Louisa fue a levantarse, pero recordó que estaba desnuda y se dejó caer sobre las almohadas con un resoplido de frustración.
—Quizá debería expresarlo de otra manera: éste es nuestro dormitorio y ésa es nuestra cama.
Algo en su tono hizo que Louisa alzara la mirada hacia su rostro, y la expresión
de picardía que descubrió en sus ojos la hizo arrepentirse al instante, porque tuvo la certeza de que Harry adivinó de inmediato lo que estaba pensando. Aún peor fue
comprobar que, durante los minutos que había evitado mirarlo, Harry se había desabrochado la camisa y había dejado al descubierto su bronceado y varonil torso.
Con un suspiro tenso, Harry dijo:
—Te deseo…
—Lo sé…
Sin dar tiempo a que concluyera, Harry cruzó la habitación y atrapó en su boca el final de la frase. Luego dejó un rastro de delicados besos en sus labios al tiempo que hundía los dedos en su cabello. Su barba incipiente raspaba la piel de
Louisa. Ella alzó los brazos para abrazarse al cuello de Harry y devolverle los besos.
El gemido de satisfacción que escapó de la garganta de Harry debería haber
irritado a Louisa, pero no fue así. Él se sentó en la cama para atraerla hacia sí, y la sábana se deslizó hasta la cintura de Louisa, exponiendo sus senos al contacto del cálido pecho de Harry. Una corriente de calor recorrió la piel de Louisa como una segunda insolación, haciéndola retorcerse y provocando una fricción entre sus
pezones y el vello de Harry. Él respondió extendiendo las manos sobre su espalda para arqueársela y estrechar el contacto entre ellos a la vez que, dejando escapar un
profundo gemido, agachaba la cabeza para besarle el cuello y el escote hasta,
finalmente, atrapar un endurecido pezón entre sus dientes y mordisquearlo avariciosamente.
Louisa se debatía entre confusas emociones. Deseaba a Harry y sabía que no debía desearlo. Quería alejarlo de sí pero le clavaba las uñas en la espalda para animarlo. Harry se estremeció y volvió a besarla con una abrasadora pasión.
De pronto, como si hubiera decidido torturarla, la soltó bruscamente y se puso en pie de un salto, dejándola caer, desconcertada y jadeante, sobre las almohadas.
—¿Qué pasa? —dijo sin aliento.
—Todavía tenemos que aclarar muchas cosas —como si necesitara hacer algo enérgico, Harry tiró la camisa al suelo—. Comportarnos como un par de adolescentes en celo sólo nos lleva a cometer errores.
Louisa se incorporó y se tapó con la sábana con dedos temblorosos.
—Puede que sea lo único que sabemos hacer —dijo con amargura—. ¿No ha
sido siempre así entre nosotros? Solías irte durante semanas enteras y luego volvías o hacías que me llevaran a Atenas para que hiciéramos el amor durante varios días
seguidos antes de volver a separarnos.
—¡Eso no es verdad! —protestó Harry, tensando sus esculturales hombros.
—Es la única verdad —repitió Louisa, odiándose por sucumbir con tanta
facilidad a su poder de seducción—. Y yo era tan ingenua como para creer que la intensidad de tu deseo era la medida de lo que me amabas. Pero no era más que sexo.
Y eso lo has encontrado después en otra parte.
Harry entró en el cuarto de baño dando un portazo y Louisa tuvo la
seguridad de que lo hacía porque no podía negar la evidencia que ella había visto con sus propios ojos. Y como otras veces, hubiera querido gritar de rabia por haber
perdido el control y dejarse seducir por él aun sabiendo que no era más que un canalla.