Se había acumulado tal tensión en el lujoso comedor de la villa Styles que el aire podría haberse cortado con un cuchillo.
Harry Styles miró a su padre con expresión amenazadora y se limitó a
decir:
-No.
Su padre resopló con impaciencia.
-¡No te comprendo! Dices que estás dispuesto a sucederme y sin embargo...
-Sin embargo, no estoy dispuesto a ser chantajeado.
-No se trata de un chantaje, sino de sentido común aplicado a los negocios.
Para tener éxito, es imprescindible disfrutar de una vida personal estable. Tomamos decisiones extremas en poco segundos; gracias a la tecnología satélite, hasta podemos
mirar a nuestros enemigos a los ojos. ¡Es fácil perder la perspectiva cuando se tiene tanto poder!
-¿Insinúas que eso es lo que me está pasando? -preguntó Harry, airado.
Su padre hizo un movimiento de la mano como quitando importancia a esas palabras.
-Sabes perfectamente que impresionas a todo el mundo con tu agilidad
mental. Pero yo sé de lo que hablo, Harry, porque he estado ahí antes que tú. Sé lo que significa volar alto y olvidar que puedes quemarte las alas. Por el momento, soy yo quien te recuerda que debes mantener los pies en la tierra, pero ¿quién lo harás cuando me retire?
-¿Yo mismo?
Orestes Styles se inclinó sobre la mesa y con la autoridad de sus setenta
años clavó una mirada furibunda en Harry.
-No te atrevas a usar ese tono sarcástico conmigo -dijo, amenazador-. Sabes perfectamente a qué me refiero. Yo contaba con tu madre y con mis queridos hijos
para mantener la cabeza sobre los hombros. Tú no tienes más que algunas amiguitas a las que no te une nada.
-No pienso casarme de nuevo para darte una satisfacción -dijo Harry.
-La primera vez no lo hiciste por mí -replicó su padre-. Y Louisa, tal y como tú mismo confesaste, solo fue un error.
Harry se quedó paralizado. Lentamente, alzó una de sus pobladas cejas.
-No he dicho nunca -dijo entre dientes- que Louisa fuera un error.
-Los dos erais demasiado jóvenes e impulsivos -dijo Orestes, que ocultaba
tras su enfado la evidente pérdida de poder que experimentaba ante la creciente fuerza mental de su hijo.
Consciente de ello, Harry sólo la mostraba ocasionalmente. Respetaba a su padre demasiado como para querer humillarlo.
Sin embargo, la situación lo exigía. Su padre había tocado un tema prohibido, y lo sabía. Nadie mencionaba a Louisa o su fracasado matrimonio sin sufrir el peso de su ira.
Suspirando bruscamente, dejó la servilleta a un lado, se puso en pie y fue hacia el mueble bar. Iba vestido con un elegante esmoquin; su madre lo había impuesto como vestimenta habitual para las cenas diarias en la casa familiar.
La casa familiar... Harry deslizó la mirada por el elegante comedor de la villa que pertenecía a su familia desde tiempos inmemoriales. Una casa a la que, en los últimos años, apenas acudía y en la que estaba en aquel momento porque su padre había exigido verlo.
Había llegado el momento de que el gran Orestes Styles cediera el control
de su imperio a su hijo mayor. Pero Harry no estaba dispuesto a pagar el precio que se exigía de él.
-Estoy orgulloso de ti, Harry -dijo su padre-. Eres sangre de mi sangre,
pero si quieres ocupar mi puesto, es preciso que encuentres una esposa que mitigue tu tendencia a...
-Ya estoy casado -le cortó Harry al tiempo que abría una botella brandy.
-Mis abogados resolverán eso en cuanto...
-¿Tus abogados? -preguntó Harry con ojos centelleantes.
Su padre rectificó.
-Tras consultarlo contigo, claro está.
-No harán nada sin mi consentimiento -Harry se sirvió una copa.
Su padre suspiró.
-Cinco años son más que suficientes para llorar un pasado que no puede
cambiarse.
Harry fijó la mirada en su copa y decidió ignorar aquel comentario.
-Es hora de que avances y construyas una nueva vida sobre nuevos cimientos, con una buena esposa que te haga sentar la cabeza y que te dé más hijos.
La insensibilidad de aquellas palabras hizo que a Harry se le retorcieran las
entrañas.
-¿Quieres una copa? -se oyó decir, sorprendiéndose de mantener la calma.
-¡No! -exclamó Orestes-. ¡Quiero que me escuches! ¡La vida que llevas no es
sana, con ella disgustas a tu madre y a mi me desesperas!
-Si es así, tendrás que aceptar mis disculpas-¡No quiero que te disculpes! -su padre se puso en píe Era un griego robusto de un metro setenta. Su hijo era su versión joven, de treinta años, un metro ochenta y cuatro, y complexión atlética-. Por muy mayor que te sientas, sigo siendo tu padre,
y no te queda más remedio que escucharme y obedecer.
-Siempre que lo que digas tenga sentido.
La crispada voz de Andreas resonó en el comedor. Resoplando en medio del
tenso silencio, imaginó que su madre entraría en cualquier momento, alarmada por el tono que la conversación estaba adquiriendo.
Había llegado el momento de abandonar el campo de batalla. Dio media vuelta y cruzó las puertas que conducían a la terraza. Miró a la lejanía y vio la gargantilla de luces del ferry que se aproximaba a la costa, el único medio de transporte que, una
vez a la semana, llegaba a la isla de Aristos, tan pequeña que no podía tener una pista de aterrizaje.
En menos de una hora, tal y como Harry había presenciado tantas veces en su vida, el pequeño puerto sería un hervidero de actividad y constante trasiego de coches, mercancías y gente. En dos horas, el ferry partiría de nuevo, dejando atrás la isla, que, poco a poco, recuperaría su pausado ritmo.
A Harry le gustaba que fuera así, que la dificultad de acceder a ella impidiera que la isla se viera alterada por el turismo masivo. De hecho, en temporada alta, apenas si llegaban algunos visitantes que nunca resultaban molestos. Sólo la familia Styles podía permitirse salir y entrar a su antojo, gracias a que disponía de una flota de helicópteros.
Un sonido a su espalda le indicó que su padre se acercaba.
-Louisa era...
-Mi esposa y la madre de mi hijo -concluyó Harry-. Y te equivocas si
crees que ser jóvenes nos sirvió de algo a ella y a mí para superar lo que sucedió hace cinco años.
-Lo sé perfectamente, hijo mío -dijo Orestes con voz ronca-. Por eso nunca
he sacado el tema.
Harry tuvo que morderse la lengua para no contradecirle, porque su padre
en realidad nunca había dejado el tema: ni cuando Louisa llegó a la isla como su joven y embarazada nuera ni cuando, destrozada por el dolor, había tomado el ferry y se había marchado para siempre.
Orestes había dicho entonces que era «lo mejor que podía pasar». Y era la frase que había usado cada vez que mencionaba a su hijo el asunto del divorcio.
Harry hizo una mueca sin apartar la mirada del ferry. Divorcio. ¿Cómo se
divorciaba uno de la mujer que le había demostrado su amor con cada uno de sus gestos? ¿Cómo divorciarse del instante de vida compartido con ella al dar a luz a su hijo? ¿Cómo divorciarse de la imagen del dolor de esa mujer al enterrar a su bebé?
Uno no se divorciaba, sino que vivía con ello día y noche. Cada día le llegaba filtrada por un caleidoscopio de recuerdos, algunos luminosos, otros tan espantosos que lo ahogaban. Y así, la frase «lo mejor que podía pasar» se había convertido en un
insulto tan hiriente como «es hora de seguir adelante».
-Harry...
-No -dijo Harry entre dientes al tiempo que dejaba la copa sobre una
mesa-. Esta conversación ha llegado a su fin.
-¡Es una locura! -estalló su padre-. ¡Tu matrimonio está acabado, admítelo!
¡Divórciate y comienza una nueva vida!
Con el rostro ensombrecido, Harry se alejó de su padre, bajo las escaleras de
la terraza y se fundió con la oscuridad del jardín. Al cabo de unos minutos, conducía
su deportivo a toda velocidad por las sinuosas carreteras de la isla.
En cierto momento, tuvo que detenerse para dejar pasar a un viejo campesino con su carro tirado por un asno. Harry apretó los dientes y pensó cínicamente en la idílica vida de aquel hombre, sin posesiones, con una pequeña granja y una mujer
regordeta que le estaría esperando junto con algunas gallinas y unas cabras.
Un estilo de vida diametralmente opuesto al suyo a pesar de que transcurrían en el mismo espacio físico.
Como su vida y la de Louisa cuando él no era más que un arrogante joven de
veintidós años, de vuelta a casa durante las vacaciones estivales, y ella una encantadora jovencita de diecisiete años, pasando el verano con su familia en una villa alquilada junto a la playa.
Aquellas seis semanas habían cambiado la vida de ambos para siempre. Se habían enamorado locamente sin que se lo impidiera la férrea oposición que habían encontrado por parte de sus diferentes mundos. Y tres años más tarde habían envejecido tanto que, comparado con ellos por aquel entonces, el campesino que
cruzaba la carretera ante sus ojos habría parecido joven.
Dejó escapar un juramento ahogado y arrancó. La cálida brisa le acariciaba el
rostro tal y como había hecho años atrás mientras conducía por aquella misma carretera hacia la ciudad.
Había ido al encuentro de sus amigos en el puerto, para divertirse bebiendo
cerveza, hablando de chicas y observando la actividad del puerto a la llegada del ferry. No había imaginado que vería bajar de él a una joven rubia, de largas piernas y
pechos generosos, con unos increíbles ojos azules y una pálida piel de seda que se incendió cuando vio que la estaban observando. Llevaba a su hermano de nueve años de la mano y ambos caminaban detrás de sus padres.
Al día siguiente la había encontrado bañándose en la playa que quedaba
delante de la villa que habían alquilado. En dos horas, estaban locamente
enamorados, a las dos semanas se habían dejado arrastrar por la pasión y saltado todas las barreras. Las dos semanas siguientes habían hecho el amor frenéticamente hasta que llegaron las dos últimas semanas de horror, cuando Louisa supo que
estaba embarazada.
Los padres de Louisa se indignaron con él. También sus padres, pero aún más con Louisa.
-Creen que soy una fulana.
Harry se encogió al recordar aquellas palabras pronunciadas por Louisa. Y lo peor era que no estaba equivocada. Los padres de ella lo consideraban un niño
consentido y rico, un frívolo seductor de jovencitas. Pero a él no le afectaba lo que pensaran. Sin embargo, Louisa sufría.
-Cuando les des un nieto, te querrán tanto como yo -recordó haber dicho con la arrogancia propia de la juventud.
A los veintidós años era hermoso creer que el amor superaría todos los
obstáculos. Con ocho años más, sabía que, de haber estado sometido a la presión que sufrió Louisa, habría huido mucho antes que ella.
Quizá de haberlo hecho, su hijo seguiría vivo y él, Harry, tendría algo más que aquel dolor en el pecho con el que debía vivir día y noche, junto con...
Detuvo el coche y bajó. Se alejó de él con los hombros en tensión hasta llegar a lo alto de la península que separaba el puerto, a su izquierda, de las lujosas villas que
quedaban a su derecha, extendiéndose por la colina hasta la playa. Metió las manos
en los bolsillos y fijó la mirada una vez más en la hilera de luces del ferry. Su padre decía que era hora de dejar el pasado atrás y él ansiaba que alguien le enseñara cómo hacerlo.
¿Lo habría conseguido Louisa? La pregunta lo sacudió como un latigazo.
¿Cómo podría averiguarlo si no sabía nada de ella desde hacía cinco años? Tal vez era feliz con un caballero inglés al que entregaría sus delicadas caricias y sonrisas,
y... Harry sintió un nudo en el estómago... Y su boca, su cuello, sus senos...
Dio media vuelta y, tirando de la corbata, volvió al coche. La prenda cayó sobre el asiento del acompañante. A ella le siguió la chaqueta y los gemelos de diamantes.
Un minuto más tarde, conducía detrás del volante con el cabello alborotado, la camisa abierta, y la mente fija en una única idea: buscar un bar y beber hasta ahogar sus recuerdos.
Apoyada en la barandilla del ferry, Louisa observaba los focos de los coches que descendían por la península que separaba el pequeño puerto de las lujosas villas que salpicaban la colina y cuyas luces parpadeaban a lo largo de la costa. Si se concentraba, estaba segura de poder identificar las luces de la villa Harry, pero prefirió no hacerlo. Aunque hubiera sido su hogar por un tiempo, no despertaba en ella ninguna nostalgia.
Suspiró quedamente y la brisa le acarició el cabello. Llevaba cinco años
acudiendo anualmente al lugar donde descansaban los restos de su hijo, pero no había pisado tierra perteneciente a los Styles en todo aquel tiempo. Al romper con Harry había cortado toda relación con la familia.
-¿Estás bien? -preguntó una ronca voz.
Louisa se volvió hacia el atractivo y alto hombre que estaba a su lado y que la
miraba con expresión atenta.
-Perfectamente -dijo ella-. No te preocupes, Jamie. Vengo demasiado a
menudo como para que me cree ansiedad.
«Y con el tiempo todas las heridas cicatrizan», pensó, al tiempo que fijaba la vista en el animado puerto que, como bien sabía, adquiría aquel ambiente festivo una vez a la semana, con la llegada del ferry.
-¿Recuerdas algo de todo esto? -preguntó a su hermano.
El niño pequeño de cabello rubio encrespado que había acudido a la isla hacía años se había transformado en un atractivo joven.
-Recuerdo haber estado aquí mismo, a tu lado, cuando el ferry bordeó la
colina -murmuró él.
-Estabas tan nervioso -dijo Louisa, sonriendo-, que casi te caes al agua. Yo
te asía con fuerza por la trabilla del pantalón por temor a que saltaras al agua.
Jamie sonrió a su vez.
-Papá y mamá no podían ayudarte porque no paraban de vomitar.
Louisa abrió desmesuradamente sus azules ojos.
-¿Te acuerdas de eso?
Su hermano hizo una mueca.
-Si quieres saber la verdad, recuerdo un montón de cosas, como tu encuentro con Harry y lo que pasó después, cuando papá y mamá te abandonaron...
-¡No me abandonaron! -protestó Louisa.
-Nuestros padres te abandonaron para dejarte en manos de esa maldita
familia griega.
-Eso no es...
-Y luego, fue Harry quien te abandonó.
-Porque tenía que acabar la carrera -explicó Louisa.
-Porque te dejó embarazada -masculló Jamie-. Le obligaron a casarse
contigo y el muy cobarde, huyó.
-¡Jamie! -exclamó Louisa escandalizada-, ¡Creía que tenías cariño a Harry!
-Y se lo tenía -Jamie se encogió de hombros-, hasta que te echó de su lado.
-Él no me echó -protestó Louisa, sorprendiéndose a sí misma por defender a Harry-. Le dejé yo a él. Lo que no entiendo es por qué has querido venir si albergas tan malos recuerdos respecto a lo que pasó.
Jamie se separó de la barandilla y metió las manos en los bolsillos.
-Por Nikos. Quería rendir tributo a su memoria y sé que no tendré la oportunidad de venir cuando entre en la universidad -suspiró profundamente-.
Además, porque estoy deseando encontrarme con Harry para darle un puñetazo.
Louisa no pudo reprimir una carcajada.
-¡Te mataría antes de que le tocaras! ¿No recuerdas lo alto y fuerte que es?
-Yo también estoy en forma -dijo su hermano en tono crispado-. He estado
yendo al gimnasio.
-¿Para pegar a Harry?
-No -Jamie se removió incómodo. Su hermana sabía perfectamente que su
intención había sido impresionar a las chicas-, pero me encantaría ponerme a prueba con él.
-Y si no te importa que te lo pregunte, ¿con qué derecho?
Jamie alzó te barbilla.
-Con el de un hermano que nunca ha comprendido por qué papá no lo hizo
cuando Harry te dejó como te dejó.
«Desconsolada», se dijo Louisa. Tan desconsolada que para no contribuir a su dolor, Harry había ocultado el suyo. Luego, cuando había cedido finalmente a la presión de sus padres para volver con ellos a Inglaterra, había confiado en que
Harry acudiría a reclamarla, pero él no lo había hecho. Ni entonces ni en ningún otro momento.
Sacudió la cabeza para ahuyentar aquellos pensamientos. No conducía a nada recordar lo que había sentido cuando finalmente volvió junto a él y descubrió que Harry ya había encontrado consuelo.
-Pues no vas a tener suerte porque Harry no está en la isla -informó a su
hermano-. El correo de su madre decía que está en Tailandia. Y puesto que este viaje es en memoria de Nikos y no de Harry -añadió con firmeza-, prefiero que domines tus vengativos impulsos.
Apretando los labios volvió la mirada a la lejanía mientras se preguntaba por qué habría defendido a Harry tan acaloradamente cuando había demostrado ser un ser despreciable, pusilánime, inútil, desleal...
-Lo siento -masculló Jamie.
-Mira -dijo ella-, estamos entrando en el puerto.
Así era. El ferry se acercaba al pueblo con sus preciosas casas encaladas
abrazadas a la falda de la colina. Las luces de los cafés del puerto iluminaban la cálida noche y el sonido de una dulce música griega flotaba en el aire dando la
bienvenida a los viajeros.
La tibia brisa suavizaba la dura expresión del rostro de Harry mientras éste descendía la colina a toda velocidad y las farolas de la carretera arrancaban destellos a la correa de oro de su reloj que contrastaba con la piel oscura de su muñeca.
Cuando entró en la calle que acababa en el puerto, le llegó la familiar música griega que escapaba de los café del muelle.
El ferry había llegado antes que él y el puerto estaba atestado de todo tipo de
vehículos. Justo delante de él un camión desaparcó y Harry ocupó su espacio. Paró el motor y se quedó sentado, observando la fila de gente que desembarcaba.
No comprendía por qué seguía allí en lugar de entrar en alguno de los bares, tal y como había decidido hacer. Ni siquiera sabía qué le había impulsado a ahogar sus
penas en alcohol cuando hacía años que no lo hacía. Ya sólo vivía para el trabajo y...
Sus pensamientos quedaron en suspenso. También su corazón. Todos sus músculos se tensaron al tiempo que clavaba su mirada en una mujer que descendía del barco, con cuyo cabello rubio jugueteaba la suave brisa, despejando su rostro. El rostro que no podría olvidar aunque viviera varias vidas. Él rostro que le había
obsesionado los últimos interminables cinco años.
Era Louisa. Louisa bajaba del ferry vestida con unos pantalones holgados y una camiseta azul pálido.
«Ha vuelto a casa», fue su primer pensamiento.
Jamie cargó con las bolsas de viaje y Louisa con dos mochilas, y se incorporaron a la fila de personas que bajaban del ferry.
-Necesito recargar el móvil -dijo Jamie en cuanto tocaron tierra firme-.
¿Podré comprarla en alguno de esos bares?
-Puede que éste sea un sitio pequeño, pero estoy segura de que usan móviles
-dijo su hermana con sorna-. Ve a ese de enfrente. Déjame las bolsas -añadió-.
Kostas no ha llegado todavía, así que te esperaré aquí.
-De acuerdo -Jamie dejó las bolsas en el suelo y, súbitamente, al incorporarse, estrechó a su hermana en un fuerte abrazo-. Siento lo de antes. No pretendía disgustarte.
-Lo sé -Louisa le dio un beso-. Ahora, vete.Jamie se alejó sonriente, ya recuperado su natural buen humor, y Louisa se retiró el cabello de la cara y miró hacia la entrada del puerto, buscando el Mercedes de la familia Styles. La única concesión que todavía hacía a ser una Styles era alertar siempre a su suegra antes de sus visitas para que Isabella le confirmara que Harry no estaba en la isla.
En realidad, no sabía por qué temía encontrárselo cuando estaba segura de que Harry era informado puntualmente para que pudiera ausentarse y no coincidir con ella.
Era una situación demencial. ¿Creería Isabella que era capaz de echarse en
brazos de su preciado hijo si sus caminos se cruzaban? Y lo que le resultaba aún más increíble: ¿Compartiría Harry ese temor?
Se cuadró de hombros y miró a ambos lados de la calle buscando a Kostas. El
chofer de la familia era siempre puntual. Solía ocupar una plaza de aparcamiento
cerca del muelle y normalmente tenía el maletero abierto aún antes de que...Fue entonces cuando lo vio. La cabeza le dio vueltas y la vista se le nubló hasta que de pronto se concentró exclusivamente en su figura alta y oscura.
Estaba a apenas unos metros, muy quieto, apoyado en un coche deportivo descubierto. Camisa blanca, pantalón negro, piel oscura.
El corazón de Louisa latió violentamente contra su pecho. Durante unos segundos intentó convencerse de que no era él. No era posible. Estaba en Tailandia.
¡Estaba soñando con él por la conversación que había mantenido con Jamie!
Entonces Harry se movió, hizo girar los hombros para relajarlos y se separó del coche con la inconfundible distinción que caracterizaba todos sus movimientos.
Una oleada de calor envolvió a Louisa. Una vibración física, sexual,
abrumadoramente familiar, recorrió todo su cuerpo.
-Harry -dijo en un entrecortado susurro.
-Louisa -replicó él con voz ronca