Capítulo 3.

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Una vez terminado el día de entrenamiento, Messi dudaba si debía acercarse o no al lago, le asustaban un poco las multitudes, pero quería volver a estar con esos chicos mexicanos, se había divertido mucho con ellos, y había algo en el arquero que lo hacía querer seguirlo a todos partes, tal vez era su liderazgo...


Mientras más se acercaba al lago, más claras se volvían las siluetas de los niños y adolescentes reunidos, algunos sólo estaban sentados conversando, otros hacían retos de dominadas, y algunos aventurados nadaban en el lago.


Lio no pudo evitar asomar una sonrisa al ver a todos pasando un buen rato, pero un abrazo por la espalda lo sobresaltó y lo sacó de sus pensamientos.


— ¡Viniste! – Con los ojos como platos, el argentino pudo ver al mexicano parado junto a él.


Aquel pudo haber sido un momento incómodo, debido a que, después del eufórico saludo, ambos se quedaron en silencio, mirándose a los ojos. Sin embargo, fueron interrumpidos (o salvados) por otro niño que pasaba corriendo por ahí.


— ¡Órale, mi pelos de Maruchan! te estás tardando. – un niño de ojos pícaros y nariz sucia apuraba al arquero.
— Simón, ahorita los alcanzo.


El grupo de niños que corría se tiraron de lleno al agua, mientras se quejaban de lo fría que estaba.


— ¿no les da miedo enfermarse? – el más alto se quedó mudo, ni siquiera había pensado en eso, lo único que pasaba por la mente de los jóvenes mexicanos era divertirse.
— Eeh… no nos tiremos al agua entonces, ven te voy a enseñar algo.


— ¡Memo! ¿no vas a venir? – esta vez el que habló fue otro del grupito, un niño de cabellos tan rizados como los del arquero.
— ¡No, no me quiero enfermar!


Ambos se alejaron del lago entre chiflidos e intentos de salpicarlos.
Estuvieron caminando entre la naturaleza de la selva que rodeaba el campamento, hasta que llegaron a una especie de roca a la orilla de un barranco.


— Ven, siéntate acá. – el mexicano le indicaba el camino al argentino, y una vez que estuvieron ambos sobre la roca, pudieron apreciar la vista que les ofrecía.


Desde aquella posición se podía observar el campamento entero, y a lo lejos se vislumbraba la estatua del Cristo Redentor. Todo se veía tan chiquito, que los hacía sentir poderosos.


— ¿De dónde eres, Leo? ¿eres argentino, uruguayo…? – el más bajito hizo un gesto como ofendido.
— y de argentina, ¿de dónde más?
— Bueno, perdóname, yo no sé distinguir bien los acentos – Memo hablaba con un tono de broma, como siempre.
— Hoy vi como juegas, y la neta nunca había visto alguien jugar tan bien. – la cara del argentino se iluminó. — aunque te concentras mucho en jugar la pelota y se te olvida anotar – el mexicano rió — pero me sorprendiste… a todos en realidad, Oribe estaba de envidioso, pero Andrés hasta quería pedirte una foto, que antes de que seas famoso, dice – los dos chicos se reían, aunque el argentino no tenía ni idea de quienes eran los mencionados.


Lionel quería agradecerle sus palabras, quería darle algunos elogios también, pero no encontraba como expresarse, siempre le pasaba que cuando se ponía nervioso se enredaba al hablar, por lo que tenía que organizar sus ideas primero.


— Leo, yo creo que un día, tú vas a ser el mejor del mundo.
— Lio.
— ¿qué?
— Es Lio, con “i” me llamo Lionel. – el comentario fue inesperado, y el mexicano no sabía que más decirle.
— Está bien, pinche mudo, ya hay que irnos mejor.


Durante el camino de regreso, el argentino se sentía culpable, estaba seguro que se había visto mal frente al otro, pero no sabía como arreglarlo, y antes de que pudiera pensar en algo, el mexicano se despidió y se marchó a su cabaña.



Leo, también suena bien…

El mejor del mundo [ MESSI x OCHOA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora