CAPITULO 1

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-¡Sam! ¿Hombre que aprendiste a conducir por correspondencia? Casi nos matas- grité ofuscada al tratar de mantener el equilibrio.

Y esa era yo gritando como toda una dam... perdón, como una condenada porque el conductor del autobús había decidido que no llegaría a cruzar con la luz verde parpadeante del semáforo.

-¡Alexa no empieces que juro que freno el bus y te bajo a trompicones!- contestó rodando los ojos.

Ya nos conocíamos de los dos años que llevaba viajando con él cada mañana para llegar a las oficinas con Miranda. Su semblante de hombre maduro curtido por el duro trabajo contrastaba con su mirada tranquila.

-¡Te quiero Sam!- dije logrando al fin estabilizarme quedando a su lado.

-¡Relájate mujer! envejecerás pronto si sigues así- añadió sonriendo sin perder de vista las calles transitadas.

-No Sam, quedaré en sillas de ruedas pronto si tú sigues así, ¡Estos tacones del demonio me están matando!- dije golpeando el suelo del autobús con los zapatos.

-Pues quítatelos y vuélvelos a coloc...- replicó con retintín.

-Sam, verde, ya pon a rugir el motor de la cafetera por favor- añadí soltando un suspiro al viento.

-Ya ni caso, gruñona- simuló un susurro sonriendo.

-Que te oí...- dije golpeando con cuidado su hombro.

-Eso quería...- se carcajeó.

Su risa contagió a los demás pasajeros que sin quererlo conformaban la platea para ver la comedia o mejor dicho el stand up espontáneo que hicimos Sam y yo en un minuto, si señores, un minuto es lo que tardó en cambiar la luz del semáforo de rojo a verde.

-Miranda...- intenté despertar de su ensoñación a mi amiga.

-Y tú y tú y tú y solamente tú- tarareaba ella con los ojos cerrados.

-Miranda...- insistí ya perdiendo la paciencia.

¿Ya les había comentado lo mínimo de paciencia que tengo conmigo?

-Haces que mi alma se despierte con tu luz...- continuaba con el volumen tan alto perdida en la letra.

-Miranda...- gruñí pellizcando su brazo.

-¡Alexa! Eso dolió- dijo haciendo un puchero.

-Que no me hacías caso mujer y ya estamos llegando, que al menos abre los ojos mientras cantas...- dije girando hacia la puerta de salida.

Taconazo de por medio pude lograr que Miranda saliera de su mundo de ensueño, sí, Pablo Alborán era su prototipo de hombre perfecto,

-Es la mejor canción que se pudo haber escrito ¿cómo puede ser que no te guste?- argumentó siguiéndome.

Gruñía mientras alisaba su pollera tubo y acomodaba su cabellera bien recogida en un rodete.

-Pues mira que a tu edad mi niña el amor es algo hermoso, lo que a mi edad, el amor es algo desastroso- dije con un deje de tristeza.

Era sabido que era pésima en las relaciones interpersonales y sociabilizar. Llamarme ermitaña era poco, sólo socializaba pocas veces, cuando necesitaba olvidar algo y el alcohol traía consigo nuevas personas por conocer.

Pero volviendo a Miranda, ella es tan enamoradiza, un ángel, o lo parecía, no había nada que la perturbase, a todo respondía con una sonrisa o una frase optimista, parecía como si la vida realmente le sonriera, pero sabía bien que no era así, a sus veintiséis años la había pasado bastante mal pero como ella decía.

Aprendiendo a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora