Capítulo 7

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Escudo dorado

Noveno mes.


Eira observaba desde la ventana de aquella oficina donde fue escoltada por algunos de los caballeros imperiales, le guiaron junto a Claude.

Desde ese lugar era capaz de ver a Orión sentado en las piernas de su cuñado, riendo y moviendo con alegría sus cortas piernas ante el baile que realizaban algunas de las concubinas favoritas del emperador.

Las féminas se movían sensualmente mientras que otras simplemente daban giros y lanzaban pétalos que él intentaría atrapar, el hombre parecía muy aburrido y tenía su atención en otra zona, sin prestar una mínima de atención a menos que fuera para acomodar mejor al menor.

Su corazón dolió y beso la cabeza de Nisha antes de volver a sentarse al lado de su esposo, no tenía ni la menor idea del porqué el antiguo emperador los mando a llamar, solo esperaba que no fueran malas noticias.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que tuvo una plática privada con su majestad?

— Lady Eira. —saludo el hombre mayor ingresando con calma. — Claude.

— Saludos al padre del gran sol.

El oji joya tomo asiento con algo de dificultad en el sillón delantero, un sirviente y caballero reposaron a sus costados con la mirada agachada. — ¿Es la pequeña Nisha? Ha crecido... algo, desde que esa vez.

Trato de sonreír ante lo dicho, asintió a lo que, silenciosamente, tomo la mano de su amado.

— Agradezco mucho las palabras de su majestad.


Una sirvienta ingresó dejando un juego de té con diseños marrones de arcos con ciertos tallados en la parte inferior, un suave aroma a margaritas comenzó a esparcirse cuando vertió el contenido de la tetera en las tasas.

Su hija se removió curiosa por los dulces que reposaban tranquilos en la mesa central, a diferencia de su padre, quien mantenía la mirada fija en sus manos unidas en un agarre delicado, pero a su vez firme.

— Debes estar preguntándote el motivo por el cual los mande a llamar. -menciono el hombre cruzándose de piernas con una sonrisa que le recordó a su amado. -

— Así es, su majestad...

Acepto gentilmente la tasa de té ofrecida por otra sirvienta, dejo que su hija jugara tranquilamente con algunos adornos de su vestido. — Todavía puedo recordar la primera vez que te presentaste junto a tu padre con la delegación de Atlanta, ¿Sabías que tu familia antes era considerada como los santos de Obelia también?

— ... hm, sé algo del tema...

— Tu antecesor fue un santo que vino para ayudar a curar la enfermedad del mío, una verdadera lástima que no se pudieran volver a encontrar.

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