Capítulo VIII

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Hola a todos! Acá un nuevo capítulo, esta idea me costó muchísimo escribirla jaja, pero aquí finalmente salió.

Me han mandado mucho mensaje interno con esta historia pidiendo capítulos lo cual es curioso porque es la menos leída, pero ya que jaja, hago lo que puedo actualizando.

Si demoro de repente es porque estoy en las otras historias también jeje. 

Debo admitir que me sorprenden las ideas que me mandan, pero son divertidas de juntar. Son cosas que jamás habría escrito.

Recuerden comentar.

Si van a mandar ideas que vayan acordes con la trama, me dejan el comentario o me hablan por interno como ya han hecho jeje. 

Besos y abrazos.


Dos días después de lo sucedido con Luke, Rhaenyra había mantenido su palabra con Daemon. Había asistido a todas las cenas familiares, a pesar de que sus hijos apenas toleraran su presencia.

Un día luego de pasar tiempo con Visenya, Aegon el menor y Viserys, ella encontró una bolsa encima de su cama. Cuando abrió la bolsa, vio que eran los obsequios que ella les había enviado a Jacaerys y Lucerys.

Seguramente ellos habían averiguado que los había enviado ella, y habían decidido devolvérselos. 

Ella acarició con sus manos los obsequios y se arrodilló frente a la cama intentando encontrar las fuerzas para continuar.

Había cometido un terrible error, y sus hijos casi habían muerto por ese error.

Luego de la absoluta soledad en que había vivido durante su matrimonio con Laenor, había vivido 6 años completamente felices junto a Daemon, y luego la soledad la había encontrado nuevamente.

Solo que ahora, ni siquiera tenía a sus amados hijos a su lado. Viserys, Aegon el menor y Visenya la querían ¿Pero por cuánto? 

¿Cuánto más la querrían hasta que se enteraran lo que había ocurrido con Jacaerys, Lucerys y Joffrey por su culpa?

Ella sabía que solo era cosa de tiempo, que sus hijos menores se volvieran en su contra también.

Sintiendo la soledad consumirla, ella sabía que había solo un lugar donde podía estar y ser escuchada, un lugar prohibido para ella, que solo Aemond, Helaena y Aegon conocían. 

La tumba que ella había creado clandestinamente para Alicent Hightower en un lugar escondido del palacio. 

Había enterrado con sus propias manos las ropas que su amiga solía usar y el anillo de matrimonio que su padre le había dado cuando Alicent se convirtió en su esposa.

Llevaba velas de vez en cuando, porque a Alicent le gustaba rezar a la fe de los siete. Sentía que, de alguna manera, con eso le daría paz a Alicent, fuera donde fuera que estuviera.

Cuando tomó el rumbo hacia la tumba clandestina de su amiga, no se dio cuenta que era seguida muy de cerca, demasiado afectada para pensar que alguien pudiera seguirla a ese apartado lugar del palacio.

Prendió las velas que llevaba en sus manos y se sentó mirando la llama de las velas, como una vez lo había hecho con Alicent arrodilladas en el septo.

- Es curioso que, para el final de nuestros días, ambas quedamos solas- dijo Rhaenyra pensando que ella pasaría el resto de sus días sola- Al menos tú pudiste partir antes, no tuviste que ver a tus hijos rechazarte, no tuviste que ver como todo lo que creías caía sobre ti.

Rhaenyra tomó la hoja que el día de su traición, Alicent le había dado para que recordara. Ella siempre recordaba, y tal vez por recordar, era exactamente que había fallado.

Una historia de traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora