La cita

2.2K 298 222
                                    


Perdón, hacia falta un dramita

--------------

Pasa y siéntate, tranquilízate
Al fin ya estás aquí, qué más te da
Imagínate, que yo no soy yo
Que soy el otro hombre que esperabas ver

"Te veo esta noche, a las 10. Mismo hotel de siempre"

La luz de la habitación estaba apagada cuando Lionel atravesó el umbral de la puerta, sin embargo podía vislumbrar una alta figura sentada en el borde de la cama. Entró sin prestar mayor atención a lo extraño de la escena, cerrando con seguro tras de sí y deshaciéndose de su chaqueta sin prestar atención en donde la dejaba. La luz que se filtraba por la ventana alumbrando apenas lo suficiente como para poder moverse por la habitación sin chocar con los muebles.

—¿Por qué estas a oscuras? —Preguntó Lionel buscando el interruptor.

El mundo entero se le fue a los pies cuando encendió la luz. Esperaba encontrarse ahí con Cristiano, su amante desde hace ya un tiempo, no con Guillermo, su esposo, con quien había compartido ya tantos años que la vida se les había hecho monotonía y besos por costumbre que no encerraban más nada de ese loco amor de juventud que tan loco le volvía.

—Quise creer que no llegarías— Dijo Guillermo levantándose de su lugar. —Quise creer que la ultima vez que lo viste había sido la última, entonces así podría perdonarte.

Él lo sabía, por supuesto que lo sabía. No podía asegurar que lo sabía desde la primera vez que pasó, pero sí que lo supo cuando Lionel se volvió frio, distante. Lo supo sin lugar a dudas en la fiesta de la semana pasada, en la que Cristiano estuvo presente y pudo verlos interactuar. Los toques descuidados, las sonrisas iguales a las que compartieron antaño, las miradas cómplices.

—Yo no... amor yo...—La voz de Messi se cortó. El saberse descubierto era doloroso, pues nunca pensó que esto llegaría a ser del conocimiento de su esposo. Era solo una aventura, un acostón de una noche que se volvió costumbre y no pudo detener con el paso de los meses. Nunca fue su intención que lo supiera porque no era su intención dejarlo.

—No intentes justificarte Lionel ¿En verdad me crees tan idiota como para no notar tus ausencias? ¿Las marcas en tu cuerpo? ¿Tus pocas ganas de estar conmigo? No se necesitaba mucho para unir los puntos.

Mientras Guillermo avanzaba, Messi retrocedía. Nunca pensó temer a su esposo, pero ahora, parado ahí en el medio de la habitación parado cuan alto era y luciendo amenazador como nunca antes lo había hecho, podía decir que le temía, que no sabía lo que el hombre muerto de celos que se cernía sobre él fuera capaz de hacer.

—Desnúdate— Ordenó Ochoa casi con ira.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste. Estabas aquí para coger ¿No? Pues es eso lo que vamos a hacer.

—¿Vas a perdonarme así de fácil? —Preguntó el menor con la llama de la esperanza floreciendo en su pecho.

Sin embargo la risa sin alegría que inundó la habitación mató sus esperanzas.

—No, no te voy a perdonar. Vamos a coger, no a hacer el amor. Voy a demostrarte que puedo ser mejor que ese cabrón para el sexo, y después ustedes dos se pueden ir a chingar a su madre.

—Pero yo te a...

El ruido de un puño golpeando la pared justo a su lado detuvo su declaración. La cara de furia del hombre que tanto amó terminó por romperlo y dejarlo soltar una solitaria lágrima.

—Ni siquiera pienses decirlo, ya te burlaste de mi lo suficiente como para que tengas el descaro de decirme que me amas. Si me amaras no te estarías revolcando con cualquiera.

Se hizo el silencio, solo roto por el sonido de sus respiraciones, una profunda a causa de la furia, otra acelerada por la ansiedad de saber que lo perdía todo.

—¿Cómo lo supiste?

De nuevo la misma risa sin alegría se hizo presente, inundando el alma de Lionel de una sensación de frio y desesperanza.

—¿Realmente importa?

—A mí me importa. Me importa como lo supiste y como conseguiste su teléfono para escribirme.

—Lo supe desde que empezó a pasar. Te conozco enamorado, Lionel. No fue difícil ver de quien lo estabas ahora. Y sobre el teléfono, puedo decirte que no solo soy mejor que él para coger, también para pelear a golpes.

Leo se sintió palidecer. Conocía a su hombre enojado, y lo sabía capaz de cosas cuestionables, pero al hombre muerto de celos que tenía frente a él lo creía capaz de atrocidades.

—Él está bien, si es lo que te preocupa. Solo tiene la nariz rota y posiblemente el orgullo herido. Pero descuida, cuando terminemos aquí puedes correr a sus brazos para que te asegures de que no te estoy mintiendo. Ahora desnúdate, vamos a acabar con esto rápido.

—No quiero perderte. Sos el amor de mi vida.

—Debiste pensarlo antes de traicionarme.

—Entonces al menos voy a disfrutar de nuestra despedida.

—Espero que lo hagas.

Desnúdate ahora y apaga la luz un instante
Y hazme el amor como lo haces con esos amantes
Juro que hoy es la última vez que te burlas de mí
Que me engañas

Las caricias fueron frías, ásperas, vulgares. No se sentían incorrectas, porque nada en los brazos de ese hombre se sentía incorrecto nunca, pero no tenían nada del amor que normalmente le profesaba en cada toque.

No se amaron, se desearon por un rato y después, al terminar, Guillermo ni siquiera volteo atrás antes de salir.

—Adiós— Dijo. Y olvidó por siempre al amor de su vida. 

Amor en la cancha Donde viven las historias. Descúbrelo ahora