I - El pequeño Dan

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Narra Daniela.

Cargo las bebidas sobre la bandeja de metal, y me dirijo a paso rápido hacia la mesa correspondiente, tratando de ignorar el dolor de pies que me provocan los zapatos.

Las horas pasan y no hago más que mirar mi reloj impaciente, esperando que termine mi jornada de hoy.

Las piernas me pesan y mi estómago ruge suplicante cuando me dispongo a llevar dos platos de una carne ridículamente cara.

- Buen provecho. - Digo educadamente al colocar los platos sobre la mesa.

La pareja no me mira, no hace ni un amago de sonrisa como agradecimiento. Se limitan a mantener una cara de superioridad propia de la gente asquerosamente rica.

Como odio este trabajo.

Me alejo del lugar con mi mejor sonrisa falsa y vuelvo hacia la cocina.

- Daniela, esto para la 48. - Me dice el chef mientras me tiende 3 platos de algo que parece ser un pequeño trozo de pescado con salsa verde.

- ¿No se quedarán con hambre? - Pregunto observando la pequeña ración de comida.

- Es comida para ricos, que esperas.

- No sé por qué los famosos siguen viniendo a este restaurante, es un timo. - Digo mientras coloco los platos en la bandeja.

- Pagan más por comer menos. No alimentan su estómago pero alimentan su ego.

Suelto un sonoro suspiro y salgo de la cocina cargando la bandeja.

Echo un vistazo rápido al lugar antes de dirigirme hacia la mesa: Actrices, futbolistas, ancianos acompañados de chicas que perfectamente podrían ser sus nietas...

La parte más humilde de la sociedad en 100 metros cuadrados, no cabe duda.

Salgo de mis pensamientos y emprendo mi camino, pero apenas puedo dar un par de pasos cuando un pequeño cuerpo se cruza en el trayecto y pierdo completamente el equilibrio.

El estruendo del cristal al estrellarse con el suelo es ensordecedor.

En un abrir y cerrar de ojos, la habitación se queda en un silencio sepulcral y todas las miradas de los presentes se clavan en mí.

Siento como la salsa se impregna en mis pantalones y el interior de mis calcetines, y yo solo puedo maldecir interiormente.

- ¡Oh, no! - Dice una voz infantil que se lamenta a mis pies.

Agacho mi cabeza y localizo al emisor de esas palabras.

Un pequeño niño de unos 4 años de edad y pelo rubio se encuentra sentado en el suelo, mirando sus manitas manchadas de salsa verde.

Me agacho hasta quedar a su altura, apoyando mis rodillas sobre la tarima de madera.

- ¿Estás bien cariño? - Le pregunto realmente preocupada y busco posibles trocitos de cristal entre sus manos.

- Huele mal. - Frunce el ceño en un gesto de repulsión que me parece adorable y me acerca sus pequeñas manos hasta la altura de mi nariz.

- ¡Hmm! Sí que huele mal - Exagero imitando su cara de asco.

Meto una de mis manos en mi bolsillo trasero y busco un paquete de pañuelos perfumados.

- Toma, huele esto - Saco un pañuelo del envoltorio de plástico y lo pongo a la altura de su cara, e inmediatamente remplaza su anterior expresión por una de sorpresa.

- ¡Huele a chuches! - Sus ojos están completamente abiertos y sus labios dibujan una perfecta "O"

Reprimo una leve sonrisa de pura ternura y sostengo una de sus manos entre las mías para pasar suavemente el pañuelo, retirando los restos de salsa que habían salpicado en su piel.

La Niñera - Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora