XII - Noche en vela

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Maratón 1/2

-Narra Daniela.

El trayecto en coche fue extrañamente silencioso.

Pedri accedió a llevarnos a Tanya y a mí hasta la residencia sin hacer preguntas. De hecho, tampoco hizo preguntas al verme salir de la habitación de Pablo con su ropa puesta. Y para unirme al carro, decidí tampoco preguntar nada al ver a Tanya salir de una habitación con su ropa a medio poner.

Ese silencio perduró hasta el fin del trayecto. Silencio que mi cabeza aprovechó para rememorar todas y cada una de las escenas de la noche con tanta fuerza que juraría que Tanya y Pedri podrían escuchar mis pensamientos.

Pedri, qué pasó todo el camino con su habitual expresión tranquila, después de haber pasado la noche jugando FIFA mientras los demás utilizábamos su casa como albergue.

Tanya, que mantuvo la mirada perdida en la carretera y el gesto arrugado en preocupación. Preocupación que me preocupó, válgase la redundancia, ya que esperaba verla eufórica y con una sonrisa de oreja a oreja después de su noche con Ansu.

Las farolas daban claridad a nuestra noche muda, y las pasábamos con tal velocidad que los haces de luz anaranjada que se reflejaban en mi rostro contrastaban con las imágenes de Pablo que venían a mi cabeza en flashbacks, los cuales se veían intensificados por el aroma a él que desprendía su camiseta.

No niego que inhalé la prenda varias veces a propósito. Huele demasiado bien. Como a colonia cara mezclada con el propio olor magnético de su cuerpo.

"Gracias". Esa palabra junto con el característico sonido de la puerta del coche al cerrarse fueron lo único qué perturbaron la tranquilidad de la noche, ya que ni si quiera en el trayecto que Tanya y yo compartíamos hasta el pasillo correspondiente a nuestras habitaciones decidimos cruzar palabras.

No sé qué le habrá sucedido para estar tan callada, pero mis pensamientos en ese momento estaban demasiado ocupados con cierto sevillano como para jugar a adivinarlo.

Cada una se fue por su lado, y tras hacerme un recordatorio mental para preguntarle mañana, me dejé absorber por la comodidad de mi cama para tratar de dormir.

Y sí, tratar. Lo recalco porque llevo dos horas dando vueltas sobre el colchón sin pegar ni ojo.

Mi mente revive el momento una y otra vez, como si temiese olvidar el más mínimo detalle, y la imagen de sus suaves labios junto a los míos es tan intensa que casi puedo sentir su tacto aún.

El calor sube a mis mejillas y una sonrisa tonta se dibuja en mis labios. Ni siquiera me molesto en retenerla, al contrario, me permito fantasear un rato más sobre lo sucedido, dando por sentado que la emoción que aún recorre mis venas no pretende irse en un buen rato.

Han pasado tantas cosas esta noche que me siento abrumada.

Se suponía que nos detestábamos, ¿por qué nos hemos besado? ¿No le caía mal? O más importante, ¿no me caía mal? Entonces, ¿por qué tenía tantas ganas de besarle? ¿Alcohol quizás? Sí, es culpa del alcohol, sin duda. Bueno, ¿qué cojones? ¿Por qué me miento? Si le tuviese delante ahora mismo lo volvería a besar. Dios, ¿cómo es posible que alguien bese tan bien? Y joder, ¿por qué me he ido? ¿Se habría quedado en un simple beso si no me hubiera ido? No, no, no. He hecho bien en irme, sino me hubiese echado él después de follarme.

Me lo repito a mi misma una y otra vez: Gavi va a lo que va, no te confundas. No. Te. Confundas.

Respiro profundamente, una y otra vez, con la tonta esperanza de que eso ayude a calmar los nervios de mi estómago y la estúpida sonrisa que amenaza con volver a aparecer en mis labios de nuevo, pero es en vano. Las comisuras de mis labios se elevan sin remedio, y mis dientes atrapan mi labio inferior al tiempo llevo ambas manos a mi rostro para ocultarme con vergüenza.

La Niñera - Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora