¿Algo que decir?

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Notable es su enojo, Giyuu caminaba con el corazón destrozado, apretando sus puños con la mayor rabia jamás vista en el mundo.

Tenía un destino fijo, aquella casa en la que compartió los mejores momentos de su vida con las personas que decía llamar familia.
Limpio las lágrimas en su rostro, inhaló profundamente y gritó con todas sus fuerzas hasta sentir que las cuerdas vocales se le rompían.

— Maldita sea, maldita sea. — Gimoteó.

Entonces comenzó a correr importándole poco a las personas que empujaba a un lado, solo quería llegar ahí con el causante de este dolor, con la persona que destruyó lo más maravilloso en el mundo, solo quería matarlo.

Cruzando semáforos en verde siguió corriendo por las familiares calles, las personas le miraban sorprendidas por el extraño comportamiento de este hombre, pero Giyuu estaba inmerso en su destruido mundo.
Mierda, como duele perder a la persona que más amas en este mundo, ¿Verdad? El dolor de Giyuu aumentó al saber que él no estuvo para protegerlo como lo había prometido.

Sus pulmones ardían debido a la falta de aire, pero no le impidió seguir su camino, cuando aquello importante para ti ya no está, nada más importa y mucho menos tu bienestar.

— ¡TOMIOKA SABITO! — Dijo cuando por fin estuvo frente a la casa que no visitaba en años.

Seguía igual, pintada de diferente manera, pero sin más cambio alguno, era esa, la misma casa donde sus recuerdos de infancia vivían, donde el fantasma de aquel niño con azabaches cabellos de 10 años corría de un lado a otro.
¿Que más da eso ahora? A la mierda los recuerdos buenos.

— ¡ABRE LA MALDITA PUERTA! — Golpeaba la puerta con todas sus fuerzas. — ¡ABRELA O LA ABRIRÉ A LA FUERZA!

Pero nada, la puerta no se abría, por el contrario, las luces que se encontraban encendidas fueron apagadas de golpe.
Alguien estaba adentro, alguien se estaba escondiendo y Giyuu sabía perfectamente de quién se trataba.

— Con que esas tenemos imbécil... — Se alejó un poco de la puerta preparándose para embestir la con su hombro. — ¡TE VOY A MATAR CON MIS PROPIAS MANOS PEDAZO DE MIERDA! — Soltó un grito lleno de rabia a la vez que dio una embestida a la puerta. — Llegaré a ti, pondré mis manos en ti... — Decía entre embestidas a la puerta. — Pondré mis manos en tu cuello... ¡Romperé tu maldito cuello!

Embestida tras embestida, poco a poco la puerta comenzaba a ceder ante los insistentes golpes del hombre.

— ¡Será mejor que no huyas! — Última embestida y la puerta finalmente se abrió.

La sala estaba a oscuras, la casa no es como la recordaba pues los muebles ahora están en otra posición diferente y moverse a oscuras le estaba resultando complicado y más aún cuando el olor a alcohol le llegó a las fosas nasales.

— Maldito ebrio de mierda. — Dijo cuando pateo una lata lo más fuerte posible.
Pero justo cuando empezaba a agobiarse más aún, escuchó un ruido proveniente del segundo piso, específicamente al final de las escaleras de caracol.

Media noche, sin luna llena a oscuras, pero con la ira recorriendo sus venas, la tristeza nublado sus sentidos y el dolor cubriendo su cuerpo.

— ¿Sabes lo que has hecho? — Decía mientras subía las escaleras de caracol escalón por escalón. — ¿Sabes lo que ocurrió hace a penas unos minutos atrás mientras tú estabas aquí bebiendo? — Sonrió entre lágrimas. — No, no tienes idea. — Su cuerpo pesaba del cansancio. — Siempre eres el inocente de la situación, ¿Verdad... Hermano? — Casi llegando al final volvió a escuchar el ruido, pero esta vez más claramente, eran pasos corriendo a lo largo del piso de madera. — ¡Eres el imbécil más grande! ¡Un hijo de puta! ¡Una mierda! ¡ERES...!

A Little Secret [Parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora