Capítulo 3| Segunda oportunidad

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Me desperté al día siguiente.

—¡Mierda! No debería haber dormido tanto... Tenía que cenar con mis jefes... ¡Mierda, Sebastian va a matarme!—Exclamé estresada mientras me ponía los zapatos a toda prisa.

—Tranquilícese—Me pidió Shanon.—Usted es más que capaz con sus encantos y su cara bonita de hacer que ese tal "Sebastián" Le perdone hasta el peor pecado.

—No, no es Sebastián como el cangrejo de la sirenita, es Sebastian.—Le corregí—Y como mi cara bonita no me salve de la ira de don guaperas mandíbula marcada, espero que me salve de que mi madre deje mi cuenta bancaria tiesa.

—Nena,—Me dijo Shanon mientras me agarraba la cara con sus dos manos.—¿Qué eres?

—Oh, venga Shanon, no me hagas decirlo.—Le pedí avergonzada.

—¿Qué eres?—Insistió.

Ash, una diva italiana con un futuro rompedor.—Dije sin ganas.

—Nop, mh mh—Negó con la cabeza.—Con ganas.

—Soy una diva italiana con un futuro rompedor.

—¡Eres una puta diva italiana con un futuro rompedor!—Gritó ella mientras se ponía a bailar sin música.

Sin duda Shanon es como una hermana mayor para mí, es maravilloso todo el apoyo que me da, aunque a veces me haga hacer el ridículo...

—Ahora quiero que te vayas y que le digas a ese puto cangrejo de la sirenita: He llegado tarde ¡¿Y qué?!—Me exigió.

—Shanon, se te va la olla.—Le respondí.

—Por eso mis relaciones duran menos que un telediario ¡¿Y qué?!—Bromeó.

Salí de casa hacia mi oficina, ahora no se podía decir que yo estuviera trabajando, aunque es lo que hago sin parar, estoy haciendo unas especie de prácticas para luego ingresar en la empresa de moda de mis sueños.

—Llega tarde al trabajo y ayer no se presentó a la cena...—Exclamó el señor Monclair.

—P-perdón... De veras...—Me disculpé mientras dejaba todo en mí mesa.

—Señorita Mellark, tengo mucha fe en usted, quizás demasiada, veo que usted es incompetente.—Exclamó fríamente.

El señor Monclair es un hombre alto y estirado, tiene un pelo negro carbón que siempre lleva repeinado hacia atrás. Tiene unos ojos azules grisáceos que cuando te los clava en la mirada te hipnotizan y una mandíbula marcada que tensa levemente cuando algo le provoca.

—N-no...—Dije sin estar de acuerdo con sus palabras.—¡No, no soy incompetente!—La ira de la diva italiana se apoderó de mí.

—Sí, sí lo es—Me contradijo tensando su mandíbula.

—No, no lo soy.

—¿Ah, no?

—Señor Monclair, despídeme, jamás vas a encontrar a una trabajadora como yo, sé lo aseguro.—Le reproché mientras le rezaba a todo lo existente que funcionara.

—Vaya, usted tiene esperanza en sí misma... Interesante.—Mencionó con superioridad—Bien, tu última oportunidad.

—¡Bien! Gracias, señor Monclair.—Dije mientras le hacía una reverencia.

—No tan fácil, tiene usted tres semanas.—Dijo despreocupado.

—¿Tres semanas? ¿Para qué?—Pregunté. Tenía miedo solo de imaginarme la bronca que me iba a pegar mi madre.

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