Prólogo

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Muchas veces le buscamos un sentido a la vida; tal vez una razón para sentir que valemos la pena. Quizá, ese motivo pueda ser algo mítico, como hacer feliz a las personas; o, simplemente, hacerlas sufrir mitigando su alegría. Tal vez pensamos que nuestra razón de ser, consiste en ser el héroe que ayuda a el mundo; o, simplemente, el villano que lo hará arder…

Sea lo que sea, siempre le hemos buscado un objetivo a nuestra existencia; y eso, solamente demuestra una cosa… Lo cortas que son nuestras aspiraciones; y quizá, también demuestra la potencial certeza que tenemos de que cumplimos con un papel importante en este mundo.

Lamentablemente, para muchas otras personas no es así. Hay personas que solo se consideran como un objeto de auto sufrimiento… En esta vida, también existen personas que, en muchas ocasiones, suelen pensar que están solas; que no hay nadie que las entienda, que no hay nadie para acompañarlas.

Piensan que llegaron a este mundo sin ningún propósito aparente; y, en esos momentos -en esos precisos momentos-, suelen llegar a pensar en acabar con su propia vida. Llegan a creer que esa es la solución de sus problemas.

Puede que sí sea la respuesta… O puede que no; ya que, supongo, deben de sentir una especie bizarra de liberación. Es bastante probable que piensen que con tomar su propia vida acabaran con su dolor; pero, ¿entonces qué pasa con las personas que dejan atrás? ¿Qué pasa con las personas que las querían o necesitaban?

¿Qué hay de esas personas que daban todo por sacarles sonrisas? ¿Qué hay de los que, sin importar qué, se mantenían a su lado?

Honestamente, pienso que el acto de suicidarse es algo muy egoísta. O al menos eso quería creer…

Despierto de mi letargo y, con lo primero que se cruza mi campo visual es con un ligero rayo de sol. Me levanto de la cama rápidamente y me dirijo hacia el baño. Comienzo otro día sin ánimos; otro día inculcado con una mera monotonía, de la cual, desde hace mucho, ya se me hace muy difícil escapar.

Entro al baño y abro la llave de la ducha. El agua cae por mi cuerpo poco a poco, borrando cada recuerdo, desvaneciendo cada sentir; después de todo, ese era mi día a día. Agarro el jabón y lo froto por mi cuerpo, comenzando primeramente desde la cara; luego, desciendo al pecho y, por último, mi miembro. Termino mi tarea de enjabonarme y prosigo a enjuagarme bien.

Una vez termino, agarro la toalla y la enrollo en mi cintura. Entro a la habitación y busco en el guardarropa algo que ponerme. En cuanto a la ropa interior, escojo un bóxer negro; por otro lado, respecto a la ropa, opto por algo liviano; una camisa color azul añil y unos vaqueros cian.

Estando ya completamente vestido, observo la hora en mi celular. Son las 7: 30 am, faltan aproximadamente 30 minutos para que comience la clase; debido al poco tiempo, me preparo de desayuno un sándwich de jamón.

Degusto el sándwich, y prosigo a agarrar mi mochila, para así, poder retirarme a la universidad. El clima está algo caluroso, a pesar de que ya se está aproximando otoño; las hojas de los árboles ya están comenzando a teñirse de un color rojizo y de un anaranjado amarillento. En cuanto a la temperatura, se pude decir que, oscila entre los 24 a 25 grados centígrados.

Cuando llego al campus, noto que aún no han comenzado las primeras clases, lo cual, me parece muy extraño. Tomo mi teléfono y miro la hora; para mi sorpresa, eran las 7:50 am; aún me queda algo de tiempo, pero, ¿para qué? Si desde mi ingreso, no he hablado con casi nadie, ¿qué podría hacer? Obviando el hecho de que con los únicos que había hablado eran algunos profesores y el director de la universidad, no había más nadie con quien hablar.

Opto por pasar el poco tiempo que me queda recorriendo el campus; ¿quién sabe si de pronto hoy ocurre algo nuevo?
Reinicio mi caminata y, tal como lo esperaba, todo era igual; no ocurre nada interesante, mucho menos algo nuevo.

Me siento bajo la sombra de un árbol y, saco de mi mochila un libro; como es costumbre, siempre llevo en ella uno o dos libros. Hoy solamente llevo uno: El Gran Gatsby, una maravillosa obra de F. Scott FitzGerald. Al sacarlo de mi mochila, lo abro y comienzo a leerlo desde donde lo había dejado, o sea, el cuarto capítulo. La verdad es un libro interesante, o algo así.

Me encuentro totalmente sumergido en mi lectura y, de pronto, una voz interrumpe mi acción. Levanto la vista y, para mi sorpresa, se trata de alguien un tanto familiar.

—¿Que acaso no vas a entrar a la clase? — Indaga Kimberly.

Kimberly Becker; una chica de bustos bastante pronunciados, un sedoso cabello color castaño y una figura un tanto esbelta. Su distinguida piel bronceada era una de las cosas que me llamaba la atención en ella; no me lo tomen a mal, pero no acostumbraba a ver chicas con su tono de piel. Sus ojos color miel eran casi totalmente enigmáticos; daban un aire de frivolidad a su rostro…

—Y bien, ¿no me piensas responder? —Cuestiona, sacándome de mis pensamientos.

—A ver, ¿qué quieres que responda? —espeto secamente—Por supuesto que sí voy a entrar.

—¿Puedes dejar de estar a la defensiva? Sólo quiero ayudarte —Dice.

—Lo entiendo; sin embargo, no recuerdo haberte pedido ayuda —Suelto, y me levanto del suelo.

Me marcho casi inmediatamente, dejándola a ella sola. De verdad agradezco que al menos ella, quiera intentar tener una amistad conmigo; no obstante, ¡yo no quiero relacionarme con nadie!

Me encuentro atravesando el campus, para así, dirigirme a el edificio de mi facultad. Pertenezco a la Facultad de Artes y Ciencias de Harvard; mientras avanzo, miro a mi alrededor. A esta hora, el campus se encuentra lleno de un aproximado de 100.000 alumnos, quizá.

Finalmente, llego al edificio de la facultad, y me dirijo al aula de clases; al entrar, noto que aún el profesor no ha llegado al aula. Me parece algo extraño; ya que, normalmente, él es el primero en estar allí. Después de mí, entra al aula Kimberly –la cual me observa con el ceño fruncido, por haberme marchado sin más y, a su vez, haberla dejado sola–. Me coloco en los últimos asientos, para así poder evitar relacionarme con los demás.

Cada quien se halla en sus respectivos grupos. Todos hablando de problemas familiares, modas, tecnología, estética y religión; o, quizás, simplemente hablaban de la clase. El punto es, que desde hace ya un año que ingresé, he visto lo mismo todo el tiempo. ¡Ya hasta se me hace demasiado monótono! Pero, después de todo, así era mi vida, debo tenerlo en cuenta; ya que, para mí nada es lo mismo desde lo que ocurrió 4 años atrás…

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