Una visita inesperada

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Aquella mañana, cuando el sol de desperezaba y empezaba a levantarse en La Comarca, cuando los gallos todavía dormían... No, no era tan tranquilo todo. Aquella mañana era especial, Gandalf el gris ya se había levantado para dar su espectáculo de fuegos artificiales e impresionar a más de un Hobbit. ¿Qué no sabéis quién es Gandalf? Gandalf es uno de los magos más prestigiosos de la Tierra Media. No solo es conocido por sus fuegos artificiales, no, su mayor hazaña fue la de recuperar Erebor, la morada de los enanos, y liberarla de un malvado dragón: Smaug. Pero esa es otra historia, aquí, en mi pequeña y ordenada casa de La Comarca, aquí, fue donde comenzó todo.




Llamaron a la puerta. Yo estaba desayunando tostadas con mantequilla y azúcar con café solo. Todavía tenía la típica mancha de café en el bigote mientras me levantaba. Cogí la servilleta bordada a mano que me regaló mi abuela, me limpié la boca tranquilamente, cuando volví a oír aquellos golpes en mi puerta, pero esta vez los golpes parecían decirme ''abre ya, rápido''. Me apresuré a decir -YA VA, YA VA- y me dirigí hacia la puerta. Al abrir vi, a un ser de orejas puntiagudas, rubio, con el pelo largo y liso. Iba bien armado, con su inseparable arco, y flechas , por supuesto, con espadas y cuchillos en el cinturón marrón y provisto de una vestimenta muy peculiar, sin duda propia de los elfos. Yo conocía muy bien aquella cara, él era el mismo que se mantenía vivo en mis recuerdos de los mejores y los peores días de mi vida. Él era mi viejo amigo Légolas!!!




-¿Te acuerdas de mí viejo compañero?- Me dijo él sonriendo alegre.


-Pasa, pasa amigo mío- dije yo, emocionado, al verle después de tantos años

-estás en tu casa.


Le guié hasta el salón, al pasar por los pasillos se tenía que agachar un poco, ya que la casa de un Hobbit, al ser de tamaño ''Hobbit'' tenía el techo a un metro y medio del suelo.


-Dime, ¿qué te trae por aquí?-pregunté, pues ya no me acuerdo de cuando tuve una visita tan importante para mí.


-Ah, he venido para pedirte un favor-Dijo, con un tono que claramente expresaba preocupación.-es sobre Rivendel, mi tierra, y la de todos los elfos. Está siendo atacada, atacada por los despiadados orcos de Mordor.


-Vuestro ejército es quizás el más poderoso de la Tierra Media. ¿Por qué acudes a mí?- le dije yo extrañado, pues aunque de joven había combatido en alguna guerra, era un poco cobarde y desde luego no era el mejor guerrero que Légolas conocía. Mientras esperaba una respuesta, empezé a pensar por qué me había elegido a mí, si necesitaba un Hobbit, ¿por qué no a Frodo?


-Sam, Sam escúchame- me dijo alarmado, pues me estaba poniendo un poco pálido solo de pensar en aquellos orcos.-Te necesito a ti, a la persona más leal que conozco.


¡Pues claro!, él me había visto ayudar a Frodo a destruir el anillo. En aquella aventura, no me separé de él ni una sola vez, sabía que nos necesitábamos el uno al otro, y aunque si me hubieran dado a elegir, probablemente me habría quedado aquí en mi casa, ahora me alegraba de haber ayudado a la Tierra Media, y sobre todo, a Frodo.


-¿Qué quieres que haga?- le dije yo intentando poner un tono de voz que expresase seguridad y valentía.


-Necesito que hagas lo que te pido al pie de la letra-me dijo en tono confidencial para que yo le prestase más atención, y eso hice.-has de ir a ver al rey de Gondor, Aragorn, el ejército de orcos que nos ataca no es normal, no podremos contenerles mucho tiempo y necesitamos ayuda, para hacer este viaje contarás con la ayuda de Gandalf el Gris, que ha venido a La Comarca para verte cuando termine de lanzar todos sus fuegos artificiales. También vendrá más gente, espérales a todos aquí, pues en unos días habrán venido todos. El día ha sido muy largo, ¿tienes algo para comer?- me dijo cambiando de tema.

Mi cabeza seguía dándole vueltas a todo lo que había pasado en las últimas horas, le tenía mucho aprecio a mi vida como para ir a aquel lugar lejano y encontrarme con crueles orcos que, sin dudarlo un segundo, me arrebatarían la vida en un abrir y cerrar de ojos. Me levanté y me dirigí hacia la cocina. Todavía me quedaba un poco de pan con mantequilla de el desayuno, lo deposité en un plato y preparé un café con leche, se lo di a Légolas. Al volver al salón vi que Légolas tenía la espada en la mano, estaba en guardia, preparado para atacar, en dirección a la puerta. De repente sonó ''PLUM PLUM PLUM''. Alguien había llamado a la puerta.


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