las águilas salvadoras

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            Oí  unos rugidos y gritos de guerra, y, un instante después, aún no puedo decir si fue instinto o simplemente fue suerte, pero mi espada se giró hacia la derecha, justo a tiempo de chocar contra el duro y tosco acero de la espada de un orco. No sabíamos cuantos había, pues la oscuridad lo oculta todo, y teníamos un limitado campo de visión. Pero no tenía muchas esperanzas de que todos saliésemos vivos de allí, ni si quiera tenía esperanzas de que solo uno saliese de aquel horrible y espantoso escenario.  Mis energías empezaban a agotarse, al igual que las de mis amigos, y el círculo cada vez estaba más cerrado. Éste era mi final, luchando por salvar la Tierra Media... no era un final tan malo, al fin y al cabo, en La Comarca sería un héroe, pero no, algo en mi interior decía que no podía terminar así, que a Sam le quedaban muchas guerras que ganar y muchas hazañas que lograr. Pero todo estaba perdido, eran demasiados. Justo entonces, pude oír un grito  de un ave que me resultaba muy familiar...


              ¡Habían venido las águilas! No podía alegrarme más de verlas. En nuestras caras se dibujó una sonrisa de felicidad  que nunca había visto en los últimos días de nuestro viaje. Estos asombrosos aves nos recogieron, y en un abrir y cerrar de ojos estaba sobrevolando la explanada que tantos disgustos me estaba dando.  Yo volaba en un águila, solo, Légolas y Frodo iban juntos, al igual que mis padres, y Gandalf se encontraba en el frente, susurrándole unas palabras al oído del hermoso animal. No sabría decir cuánto tiempo estuvimos en el aire, pero al llegar, vi que habíamos recorrido un gran trayecto, pues nos encontrábamos en Rohan, la ciudad de los rohirrim,Los habitantes de Roham se caracterizaban por ser altos, fornidos y de tez pálida y cabellos rubios. Eran por naturaleza serios, firmes y fieros con sus enemigos, pero a la vez generosos y joviales en la paz. Era un buen lugar para pedir cobijo y comida hasta que nos recuperásemos de las heridas.


       Nos despedimos de las águilas, agradeciéndoles su honorable acto, y caminamos hasta el castillo, sucios y sangrientos. Al llegar, los guardias apostados en la entrada nos cerraron el paso haciendo una ''X'' con sus lanzas. Me adelanté, me aclaré la garganta y dije – nos gustaría ver al rey Théoden, somos enemigos de los orcos y amigos de la paz- los dos guardias me miraron, después cruzaron la vista y asintieron con la cabeza, apartando las lanzas de nuestro camino. Llegamos a la sala del trono, donde el rey estaba sentado. Al aparecer por la puerta, todas las miradas se clavaron en nosotros, avanzamos hasta el final del pasillo que estaba destacado por una llamativa alfombra roja, y nos arrodillamos.


      -¿qué deseáis?- dijo el rey amablemente pero con un tono desconfiado


Esta vez quien habló fue Gandalf. –Dudo que os acordéis de quien os liberó del malvado Saruman el blanco- y dejó que el rey contestase. Théoden entornó los ojos, observando detenidamente a Gandalf. –Gandalf, ¿eres tú?- al ver que éste asentía, un brillo se posó en el rostro de el rey, llenándolo de felicidad.-¿Qué puedo hacer por ti? Sabes que aquí siempre seréis bien recibidos—


-Nos gustaría poder pasar aquí unos días, hasta recuperarnos y poder partir-


-¡por supuesto!- exclamó Théoden- nosotros, agradecidos por su hospitalidad, le contamos toda nuestra aventura, y, al terminar, hubo un gran banquete en nuestro honor. Me fui a la cama, estaba muy cansado, y antes de apoyar siquiera la cabeza en la almohada, caí en un sueño profundo...


Historia de un HobbitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora