Lloviendo a cántaros

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Disclaimer: Los personajes y la historia no me pertenecen. Los personajes son de Rumiko Takahashi y la historia es de TouchofPixieDust, yo únicamente traduzco.

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Las garras perforaron su piel mientras Kagome se tapaba la cara y despertaba con un grito.

No había pretendido quedarse dormida. El plan era quedarse despierta para proteger a su familia. En cambio, el pobre Buyo había sentido la necesidad de ser el protector.

Con la correa todavía envuelta firmemente alrededor de su muñeca, Kagome atrajo al gritón y siseante gato hacia sus brazos y lejos de los dos perros que la habían atacado mientras dormía. Usando su cuerpo para escudar a su mascota, Kagome rodó sobre su costado y se puso de pie.

Los perros se dieron la vuelta y salieron corriendo al ver a Kagome irradiando ira, sus correas retráctiles fueron detrás de ellos (¡haciendo sonidos de arañazos en el suelo que la perseguirían en sus pesadillas!).

Kagome se giró para fulminar con la mirada a la mujer dormida que había amenazado con hacerle daño a Buyo por hacer ruido. Eran los perros de esa mujer los que estaban ahora disfrutando de una carrera por la perrera.

—¿Qué pasa? —susurró Souta.

—Nada. —Kagome volvió a poner a su diminuto y peludo protector en la jaula—. ¿Puedes darle comida a Buyo? Yo tengo que... eh... Vuelvo ahora.

Kagome salió tensa de la perrera y entró en la zona común. Fue al baño para ver si le sangraba mucho la cara. El rostro que le devolvió la mirada era casi irreconocible. ¿Qué pensaría Inuyasha ahora de su recolector de fragmentos?

Tenía el pelo enredado y mugriento. Había intentado usar uno de los peines de plástico que habían donado, pero había sido demasiado endeble como para pasar por su pelo. Su rostro parecía sucio, con un ligero rasguño debajo de los ojos. Por el lado derecho de su rostro, había arañazos desde la frente a su mejilla, esquivando el ojo por poco. Otros arañazos creaban marcas que iban en otra dirección.

Hashtag Huracaneada.

La puerta del baño chirrió, anunciando a un nuevo visitante.

—Hola, cariño.

—Hola, mamá.

Su madre sonrió con tristeza mientras le apartaba el pelo a Kagome de la cara.

—¿Estás bien?

Kagome compuso su más amplia sonrisa.

—¡Por supuesto! ¡Solo es un arañazo!

—¿Qué pasó?

Kagome se apoyó contra la pared y relató la historia de la batalla campal de las mascotas. Intentó no hacer una mueca de dolor mientras su madre le limpiaba la cara con cuidado con agua y jabón... y, por supuesto, con un trapo que habían tenido la suerte de encontrar entre las mesas. Las toallas de papel no habrían sido agradables con los arañazos.

—Me encantaría darme una ducha —dijo Kagome mientras le cogía el trapo a su madre y lo limpiaba en el lavamanos.

—¿No un baño? —dijo su madre con una carcajada.

Kagome torció el gesto.

—Solo daría vueltas en mi propia suciedad. Primero una ducha, el baño después. Después de unas diez duchas, o así.

Las dos mujeres salieron a la sala común. Kagome se asomó para ver cómo estaban su hermano y Buyo. El gato estaba sentado iracundo con la cola haciendo frufrú, montando guardia sobre su hermano dormido. Un rápido vistazo le mostró que su abuelo estaba acostado, quieto y respirando profundamente.

—Mira lo que encontré.

Kagome jadeó.

—¡Un peine de verdad!

A diferencia de los peines más pequeños y endebles, este era bueno y robusto, con púas anchas. ¡Era el peine más perfecto que Kagome hubiera visto nunca! Al menos, en ese momento claro que lo era. La Sra. Higurashi tiró de Kagome hacia el asiento que estaba a su lado, que ahora estaba enfocado en dirección contraria a ella, permitiendo que el pelo de su hija... bueno... no «cayese» exactamente delante de ella.

Empezando por las puntas, la Sra. Higurashi empezó el muy largo proceso de desenredar el pelo de su hija. Antes de que pudiera empezar, una goma negra rebotó contra su cabeza.

Kagome y su madre miraron hacia el otro lado de la sala y encontraron al abuelo, que tiraba de la nevera con sus documentos importantes, caminando hacia ellas, con un adormilado Souta y un fulminante Buyo siguiéndolo. Mamá volvió animadamente a su zona y volvió con cuatro botellas de agua y algo para picar.

Kagome cogió la ofensiva goma y se recogió el pelo. Llegados a este punto, puede que fuera más fácil cortárselo todo. La joven miko esbozó una media sonrisa. Al menos, de esta forma, ya no pensará que me parezco a Kikyo.

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La Sra. Higurashi sintió alivio al ver a su padre recuperado, exigiendo las cartas de la familia. Le preocupaba que el ambiente húmedo fuera a ser demasiado para sus pulmones. Le había prometido a su marido que siempre cuidaría de él. Le había aterrado que el hombre habitualmente ágil e inquieto se hubiera encerrado en sí mismo. Sí, era su hogar... pero había sido el hogar y el templo DE ÉL durante mucho más tiempo.

Souta... estaba esforzándose al máximo por mantener un frente de valentía, pero podía ver la sombra del miedo siendo una sombra constante en sus ojos.

Y Kagome... pobre Kagome. Asumiendo tanta responsabilidad. Ojalá hubiera escapado al pasado para que al menos uno de ellos no tuviera que ser parte de esta triste historia. Al menos, allí estaría a salvo. Tendría a Inuyasha.

Inuyasha... ¿dónde estás?

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Nota de la autora: Mis perros no pararon de ladrar mientras estuvieron en sus jaulas y la señora siguió amenazándolos. Ladraban menos cuando los tenía cerca de mí con correa. Sí que me desperté, de hecho, con garras arañándome la cara mientras mis perros intentaban protegerme de los perros DE ELLA.

Y no hay nada tan aterrador como ese horrible sonido de arañazos del mango de la correa retráctil contra el suelo de cemento en mitad de la noche.

No tenía a mi madre para que viniera a asearme, pero SÍ que dije en voz alta: «¡Mi reino por un cepillo!». Ahora tengo más cepillos de los que puedo contar y muchos peines de desenredar.

Cuando cayó la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora