22. Fantástico

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Pasadas las once de la mañana, Agoney sale de su habitación llamado por el sonido de las risas que provienen del salón. Al despertarse se ha asustado un poco, estaba solo en la cama y el lado de Raoul estaba frío y estirado. Ha llegado a pensar que todo había sido un sueño, que nada de lo sucedido la noche anterior había sido real. Pero, de repente, el sonido de su risa ha llegado hasta él, primero libre y después amortiguada por lo que supone que son sus propias manos evitando montar un escándalo. La voz de Paula en el mismo sitio lo ha tranquilizado.

Así que ha dedicado unos minutos a remolonear en la cama. Se ha girado hasta el otro lado y ha olido a Raoul entre sus sábanas, también ha visto la ropa del rubio perfectamente doblada sobre la única silla de su habitación y por último, sus ojos se han detenido ante su panel de sospechosos totalmente hecho una bola al lado de su cama.

No se puede creer que todo haya terminado: las noches sin dormir, las lágrimas de sus padres, las excusas para no contar nada más a su familia de lo que fuera imprescindible, las mentiras a Raoul. Eso se ha terminado por completo y espera que el chico que está al otro lado de la puerta le haya perdonado de verdad y todo esto no suponga un muro entre ellos. Sabe que aún hay una cosa que le tiene que contar y no quiere alargarlo mucho más.

En el baño se mira en el espejo. Observa su cuello con alguna marca pequeña, casi imperceptible si no te fijas bien. También distingue pequeños arañazos en su pecho y se sonroja al recordar la intensidad de su encuentro con Raoul la noche anterior. Han tenido relaciones de muchas formas, y muy variadas, pero puede admitir que la de ayer fue su favorita. La necesidad con la que se entregó Raoul, sus ganas de tenerlo entre sus brazos y sus escasas intenciones de apresurar algo que estaba siendo lento y le estaba destrozando físicamente pero le reconstruía interiormente. Cada movimiento de Raoul encima suyo le recordaba lo rotos que estaban y notaba como se iban curando, como cada mentira iba quedando fuera de esa cama para quedar ellos dos solos. Se moja la cara con agua helada antes de pasar por la ducha y borrar todo rastro de su cuerpo de la noche anterior pero no de su mente, de ahí es imposible que desaparezca. No consigue que su sonrisa satisfecha desaparezca de su cara en todo el rato.

Cuando abre la puerta un rato después, los dos ocupantes del sofá no se dan ni cuenta de que está ahí. Siguen riéndose con una taza de café entre las manos, la tele encendida pero con el sonido completamente apagado. Raoul lleva una de sus camisetas y tiene las piernas metidas dentro de la misma, tapándose con un cojín pero sin rastro de vergüenza. Paula lleva un chándal que se pone en contadas ocasiones, casi siempre cuando llega pronto por la mañana después de haber pasado la noche en algún otro sitio. Dios, la va a echar de menos: sus conversaciones hasta altas horas, sus confesiones con la botella de tequila delante o desayunar con ella, viendo los dibujos y sin dirigirse la palabra.

Intenta captar alguna palabra de la conversación que están teniendo pero sus risas son más fuertes y lo distraen de su cometido.

—¿Habéis dejado algo de café para mí?

Tanto Paula como Raoul se callan de golpe, girando su cabeza para observar a Agoney con el pelo aún mojado, secándoselo con una toalla oscura. Raoul le sonríe desde su posición, no perdiendo detalle alguno de ninguno de sus movimientos. Paula, incómoda con las miradas entre los dos chicos, decide levantarse del sofá e ir a la cocina.

—Siempre hay café para ti. Ahora te lo traigo.

Agoney prácticamente no le hace caso, asiente a la nada porque sus ojos no se han desviado de la cara de Raoul, que se sonroja cuando el moreno se acaricia los labios con la lengua.

—Buenos días, Raoul.

—Buenos días. —El tono de Raoul es bajito, casi íntimo, y Agoney se acerca en dos zancadas para apoyarse en la parte trasera del sofá y sujetar su mandíbula. Deja un suave beso en la comisura de su boca, provocando un pequeño quejido en Raoul, que gira su cara lo justo para hacer que sus bocas colisionen en un beso más necesitado en ese momento. Las manos de Raoul van a los hombros de Agoney, más para estabilizarse que otra cosa, pero pronto descubre lo bueno de su posición cuando el cuerpo del otro chico se vence y acaba encima suyo, provocando una risa que rompe el beso de la manera más dulce posible.

KudhabiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora