Capítulo II

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Capítulo dos

Las tres de la tarde se hicieron en el reloj principal de mi casa. Aquello significaba que debía de irme ya a la universidad o, de lo contrario, llegaría tarde a la primera clase del día. No es que a mí me importara, porque odiaba con todas mis fuerzas matemáticas, pero si papá y mamá se enteraban de que no había sido puntual, estaría en un buen lío.

Para que esto no sucediera, le di la comida a Neo, mi gato negro, y salí disparada con la mochila en el hombro hasta llegar al auto de papá, quien me llevaba a la universidad todos los días. Siempre han sido muy controladores conmigo por ser su única hija. Mamá, después de tenerme, los doctores le detectaron una deformidad en el útero, lo que le provocó ser estéril. Así que, por esto creo que me protegen tanto; porque no quieren perderme.

Juan ya estaba sentado en su auto cuando llegué. Nada más sentarme, él prendió el vehículo y nos fuimos hacia la universidad mientras escuchábamos las aburridas noticias de la ciudad en la radio. Mi destino no estaba tan lejos de mi casa, se podía decir que mi hogar estaba en una zona central.

Antes de llegar a la universidad, una de las noticias me llamó la atención. Me sorprendió bastante saber que algunos de los niños de la ciudad contraria estaban desapareciendo. Además, decían varias posibilidades sobre los sospechosos. Por supuesto, el primer sospechoso era de Anvard, concretamente el gobierno. Pronto esperaban tener noticias sobre algo relacionado con esto.

Deseaba escuchar más, pero papá apagó la radio y no dijo nada más. Lo miré raro, pues, algo me estaba oliendo muy mal. ¿Qué estaba ocurriendo y no quería que me enterara? Fuera lo que fuera, tenía la corazonada de que él estaba involucrado.

El resto del camino, que afortunadamente fue corto, no la pasamos en silencio. Ninguno de los dos parecía tener la intención de hablar. Al llegar, simplemente me despedí y le di un beso en la mejilla antes de salir disparada hacia mi clase. El coche de papá desapareció en según- dos, seguramente para volver al ayuntamiento.

A continuación, fui directa a la clase de matemáticas. Era la peor de las asignaturas, odiaba los números con todas mis fuerzas. Sin embargo, no podía hacer nada para cambiarlo. Para mi suerte, el profesor vino con dos horas de retraso con una excusa barata; su hija había hecho un berrinche por no querer ir al colegio. Sinceramente no le creí, pues siempre ponía la misma excusa. Y, si era verdad, tenía que decir que su hija era muy malcriada. Volviendo al tema, no me importaron las excusas, él había llegado tarde y lo agradecía.

Igualmente hubieron una hora y media más de clase. Odiaba las matemáticas en general, pero, sobre todo el tema que estábamos practicando: las raíces. No entendía nada por más veces que las explicara.

— Señorita Denson, resuelva el segundo apartado en la pizarra — me extendió su rotulador mientras que yo maldecía.

¡Mierda, ¿por qué a mí?! A mi alrededor podía ver a muchos de mis compañeros distraídos, ya fuera hablando con otras personas o incluso durmiendo, en cambio, yo estaba medio atenta. Al profesor le gustaba fastidiarme.

— Preferiría si alguien más hiciera el apartado por mí — expuse, sin levantarme de mi lugar.

— La he elegido a usted, señorita Denson; así que, deje de ser vaga y resuélvalo. No creo que a su padre y madre les guste ver como bajan sus calificaciones.

Gruñí por lo bajo y sin más remedio, me levanté. Cogí el rotulador con mala gana y miré fijamente a la pantalla. Tantos números juntos y apelotonados me estaban mareando. No sabía por dónde empezar, es que, ni siquiera había visto una raíz como aquella. Hice lo que pude, aunque me llevé una mala mirada del profesor cuando dejé el rotulador a un lado. No era por poner excusas de mi parte, pero él me tenía mucha manía.

Demonio: las leyes del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora