Capítulo IX

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Capítulo nueve

— Ya que soy una de las primeras personas en enterarme de lo que sucede en Anvard, tengo que anunciarte algo importante, Abril — dijo papá a la hora de cenar.

Dejé de comer junto a papá para ponerle allá máxima atención. Él estaba muy serio, lo que significaba que era algo realmente importante. Mamá, por su parte, siguió comiendo como si nada. Seguro que ella ya estaba informada.

— La guerra ha empeorado y estamos a punto de caer; así que, el congreso y yo hemos tenido que adoptar medidas apresuradas y extremas — comentó.

Bien, Abril, prepárate.

Suspiré antes de decirle que continuara.

— La primera, que no creo que te influya mucho, nadie podrá entrar o salir de la ciudad. Solamente podrán circular los camiones de reparto y bajo una revisión muy determinada de la mercancía. La segunda medida será la peor, fue la que más nos costó y la que más meditamos — Juan cogió aire.

Oh, mierda.

— Suéltalo, padre.

— El internet y la conexión eléctrica va a caer — papá soltó despacio y suave, como si quisiera hacer la situación menos grave de lo que era... pero, ¡NADIE PUEDE VIVIR SIN EL MÓVIL! A pesar de todo, casi caí de la silla hacia atrás por la noticia —. No te preocupes por ello, hija, hay otros métodos para entretenerse y comunicarse.

— Claro, los de la edad de los metales — ironicé.

Y ahora, ¿cómo haría yo para hablar con mis amigos? No tienes, no te quejes. Entonces, ¿cómo vería las redes sociales y me enteraría de lo que pasaba con mis famosos favoritos o, directamente, cómo me enteraría de los chismes del mundo? Ahí sí que me iba a dar algo.

— No te pases, Abril. Estos cachivaches se inventaron hace poco — contradijo mamá. Era cierto que a ella no le gustaba mucho esto de la tecnología, lo veía como algo tonto y peligroso —, y antes de que existieran, tu padre y yo jugábamos a juegos tradicionales en la calle con amigos y vecinos. Sin olvidar que teníamos que mandar cartas o decirlo de boca.

— Madre, por favor, la sociedad ha avanzado y parece que hayamos retrocedido al siglo I.

— Te entiendo, Abril — papá tomó mi mano sobre la mesa —. Sé que es difícil dejar la vida que se tiene, pero no podemos hacer otra cosa. La guerra se ha interpuesto en nuestro camino y hemos tenido que tomar medidas.

— El toque de queda comienza temprano y si no, tengo universidad. ¡No voy a poder divertirme en ningún momento! — exclamé.

— Jovencita, controla las palabras — me riñó Mary.

— Puedes comenzar a leer algún libro, dibujar, escribir, hacer fotografía... no sé lo que quieras hacer para no aburrirte, pero en la guardilla tengo algunas cosas guardadas de cuando era joven. Quizás hay algo que te sirva.

Sin poder rechistar, al terminar la cena, mamá se quedó haciendo los quehaceres mientras que papá me llevó escaleras para arriba con la intención de mostrarme más cachivaches. Una vez que estuvimos allí, él prendió la luz con un mechero, porque sí, a ninguno de mis padres se le ocurrió poner luz eléctrica.

— En esas cajas de ahí debe estar la cámara de fotos con los carretes — señaló una de las estanterías.

Me moví hacia allá. Si bien no me parecía algo interesante o para pasar el tiempo, lo hice para no hacerle el feo a papá.

Yo era más una jovencita que le gustaba ir de compras, maquillarse y divertirse en los antros con los hombres de la ciudad. Pocas cosas, eliminando las anteriores, me hacían realmente pasar el tiempo. Aunque, eso sí, debía admitir que de vez en cuando había leído algún que otro libro.

Demonio: las leyes del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora