Capítulo XIII

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Capítulo trece

Axel Thompson

Me levanté exaltado con el corazón latiéndome a mil por hora. Hacía tanto tiempo que no me sentía así, desde que había muerto en el accidente del Jeep. Desde aquel llamamiento en el Mundo de los Vivos, mi no vida había dado un giro de trescientos sesenta grados; me pasaba las horas alerta, completamente nervioso y, por supuesto, pensativo.

A cada rato tenía a Abril Denson metida en la cabeza.

No lo iba a negar, siempre me había sido cien por cien sincero conmigo mismo. Cuando me llamó para que fuera con ella, no me resistí ni un poco. Claro que al principio dudaba en saltarme las leyes del Abismo, sin embargo, luego de una poca de búsqueda de información, por fin me atreví a salir del Infierno. No me arrepentía, al menos por una parte.

Esos pocos momentos vividos con Abril habían merecido la pena. La pasión entre nosotros, mis comentarios para sacarla de quicio, sus ataques esquizofrénicos como respuesta... pero, al final, el único que había caído era yo, el que se supone que estaba muerto y no podía sentir nada más.

Me encantaba molestarla. Desde que la vi por primera vez, algo me hizo que comenzara a llevarla al extremo, por ejemplo, cuando le robé la cobija para dormir o cuando rompí todas las botellas en esa estúpida fiesta a la que Abril fue. Claramente podía descansar sin la cobija, pues no sentíamos la temperatura, y tampoco había necesidad de desperdiciar tanto alcohol. Sin embargo, esto último fue por celos.

Y la forma en la que se defendía y me mandaba... ¡Dios mío! Qué me tiraran un cubo de hielo.

No la amaba, mas me atraía como dos polos opuestos.

Aunque, volviendo a la realidad, me senté rápidamente sobre el colchón de la cama y alterné la mirada entre un brazo y el otro, asustado. Esto era nuevo, jamás me había despertado brillando. Literalmente. De mi cuerpo se desprendía un gran destello que podía ser visto desde la casa de al lado.

Debía buscar respuestas. ¿Por qué esto? ¿Por qué a mí?

Me levanté de un salto. Luego, fui hasta el armario y escogí unas prendas que me taparan por completo; de momento, no quería que nadie viese mi condición. Me vestí con un pantalón militar y una sudadera con capucha, la cual, usé desde antes de salir de mi vivienda.

Los caminos se me hacían infinitos. Por los pelos recorro todo el mismísimo Infierno indagando sobre el misterio de mi destello, sin obtener ningún resultado. Finalmente, terminé sentándome en una enorme roca. Esperé y esperé, aún seguía igual; no había dejado de brillar ni un poquito.

Entonces, como si el destino me lo estuviese poniendo en bandeja, un carro tirado por caballos fantasma pasó por delante. Fue como una señal. Se me había ocurrido ir a la biblioteca más grande, la principal, la del palacio real.

Iría al hogar de Belcebú.

En vez de agarrar un carruaje o coche, fui andando. Total, aún seguía en buena forma y tampoco estaba tan lejos. De hecho, os sorprendería lo pequeño que era el Infierno. Aquí vivíamos en edificios altísimos y con pisos minúsculos, donde solo había una cama junto a un armario y un mini baño.

Volviendo al tema principal, llegué a la biblioteca más grande del Infierno. Estaba en la misma estructura que el palacio donde Belcebú vivía, por lo que había que llevar cuidado, pues desde que morí, siempre había escuchado que era imposible mirarle a los ojos al monstruo; si lo hacías, te carbonizabas al instante.

— Señor, no puede ingresar así — una gárgola de piedra viviente me paró el paso en la puerta. El primer día, las criaturas me asustaban, pero, con forme pasaron los días, terminé haciéndome a la idea de dónde estaba. Muerto. En el Abismo —. Tiene que ir descubierto, nada de capuchas dentro.

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⏰ Última actualización: Aug 01 ⏰

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Demonio: las leyes del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora