Capítulo VII

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Capítulo siete

Podía jurar que antes de comenzar, el establo era un lugar frío y sombrío. Al contrario que ahora; nuestros cuerpos saltaban en el calor corporal necesario para no coger una hipotermia y la escuridad se había disipado gracias a una vela en un farol que ya hacía sobre los bloques de paja.

Axel y yo íbamos directos a la parte buena. A ninguno le parecía importar ser vistos o terminar enfermando. La situación ameritaba olvidarse del resto del mundo y concentrarnos en ambos. En la unión.

Sinceramente, estar rodeaba de animales, en un establo de otra familia, me daba morbo. Aunque, tenía que admitir que me daba más hacerlo a las puertas del Infierno.

Mi folla-desconocido sujetaba mi cabeza con sus manos, mientras que las mías estaban en sus caderas. Quería su cosita en el fondo de mi boca, no me importaba ahogarme o atragantarme. Y para conseguirlo (nada fácil) solo me quedaban pocos centímetros. Axel ayudaba bastante, que, sin importarle mi estado, me cogía la boca a su propio antojo.

— Qué bien la chupas, Tigresa.

Sonreí mínimamente.

— Quiero dejarte a ti sola, a ver cómo te defiendes ante este monstruosidad.

Mi vientre bajo se prendió, sin duda alguna, en llamas que bajaban por mis pliegues y muslos.

Sus palabras provocaron que me dejara llevar. No me gustaba ese termino, pero me veía como una pequeña perra. Caí de rodillas al lado de un pajar, donde Axel se sentaba con el pantalón y el bóxer por las rodillas. Gateé hasta entrar entre sus piernas, con su erección apuntando al techo a mi merced.

En el momento en el que las yemas de mis dedos hicieron contacto con su falo, él tembló. Tuvo un escalofrío que hizo que su pene se pusiera más duro.

Era la segunda vez que tocaba esa cosa y debía admitir que me estaba obsesionando con él. Con que Axel me follara.

— Jamás me la habían mamado así, Abril. Eres de las mejores chupa pollas, y mira que les he cogido la boca a muchas mujeres.

Gruñí.

Aquello me alabó, aunque no había necesidad de enterarme de los datos.

Su comentario hizo que me llenara de orgullo, igual que mi apretado coño, que, por como era, hizo que mis bragas se mojaran de líquido. Luego estaría para meterme al río y lavarme.

Mi mano consiguió agarrar su polla con fuerza. Aquel movimiento pareció llevarlo de nuevo a las nubes, y la duda del momento era qué no nos transportaba al cielo. Dediqué mis últimos segundos antes de meterlo a mi boca para masturbarlo con la mano, de arriba y a abajo.

Le di unos golpecitos a la punta con la lengua y, después, lo metí casi entero. Rodeaba su polla con mi lengua, sobre todo en el prepucio. Perdí la noción del tiempo por estar haciéndole la mamada y no me desperté del trance esta que sus venas palpitaron, anunciando de que pronto se correría.

— Quiero correrme en el fondo de tu garganta, Tigresa. Métetela entera, joder.

— No, quiero follar. Yo también estoy caliente y la necesito necesito dentro de mí.

— ¿Sabes? Hay más cosas que probar. Y ahora que tenemos todo el tiempo del mundo, innovaremos cada vez que tengamos sexo.

— ¿Qué estás tramando? — cuestioné, interesada.

— Fácil, te propongo un sesenta y nueve.

Sonreí instantáneamente; me molaba el plan.

— Mira que he hecho cosas, pero nunca esa postura. Y la verdad es que me gustaría probarla.

Demonio: las leyes del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora