Capítulo doce
Y a pesar de que tenía toda la pinta de que Axel no me iba a dejar en paz, dos semanas después no había ni un mísero rastro de él. Busqué por grandes partes de la ciudad, hasta visité de nuevo la puerta para el Infierno, pero nada. ¿Dónde carajos se había metido? Ya se me había hecho costumbre ir a la universidad, trabajar y, luego recorrer las calles en su búsqueda.
Oh, hay que recordar que, aunque estaba prohibido ir por las calles después de las seis, en ningún momento me pillaron.
Sin embargo, tuve que parar cualquier búsqueda, pues el pueblo empeoró por la guerra. Por ello, aquí estamos; mamá, papá y yo metidos en veinte metros cuadrados bajo la tierra del jardín. Todos los ciudadanos de Anvard corríamos peligro en nuestras casas, por lo que papá tomó la decisión de que abandonáramos los hogares para vivir en los búnkers hasta que el riesgo disminuyera.
Las salidas se habían prohibido al cien por ciento, tan solo podías salir si tenías un trabajo que ayudaba en la guerra. Por ejemplo, cuando eran mis turnos, yo debía salir e ir a la morgue. En mis estancias allí, debía tener un arma, un protector de humos y un casco siempre en la cabeza.
Nunca sabes cuándo te van a atacar.
— Madre, ya es la hora — no tuve que gritar, el búnker era tan pequeño que no necesitabas hacerlo para comunicarte.
— Lleva muchísimo cuidado, Abril. Tú sabes que no necesitas salir, no necesitas trabajar. Deberías hacer aquí cuarentena, no me perdonaría nunca que te ocurra algo.
— Necesitamos el dinero, yo lo necesito. Luego de que la guerra se solucione, sabemos que los precios aumentarán y ¿qué ocurre si no hay suficiente dinero para vivir? — negué con la cabeza.
— Hija, qué cabezota que eres — mi madre se enfadó.
Este era el tema principal de cada día cuando me iba a la morgue. Mamá siempre terminaba enfadada y a mí me daba exactamente igual; cada vez que volvía, a ella ya se le había pasado todo y nos recibía a mi padre y a mí con una buena cena. Esperaba que hoy no fuera la excepción.
Salí apresuradamente de casa con mi bicicleta, con ella no tardaría mucho en llegar. Sí, esa era otra condición de mi madre; tardar lo menos posible en llegar a la morgue y a la vuelta igual.
No hubo ningún problema en llegar, pues las calles estaban repletas de soldados que vigilaban constantemente cualquier movimiento.
Encendí las luces del lugar, dejé las cosas sobre la mesa y suspiré. Ahí íbamos una vez más; no me quejaba del trabajo, pues me daba cierta independencia, pero sabía que habían mejores.
No llevaba más de cinco minutos preparando los instrumentos, cuando la puerta sonó. Miré el reloj; era la hora de recibir los cadáveres. Claramente, por precaución, vi a través de la mirilla para comprobar que estuviese en lo correcto. Y así era.
— Aquí los tienes — me entregó una hoja con una tabla y bastantes nombres en ella —. Son los que se han podido identificar, sin embargo, creo que aún queda alguno que otro por hacerlo.
— Gracias.
Dejé paso a la camilla, abriendo la puerta más. El chaval entró y salió varias veces, hasta que ya no tuvo que hacerlo más. Entonces, nos quedamos en la puerta.
— Me han dicho que debo avisarte. Debes llamar tú a las familias y dar las noticias. Buena suerte — sin más, se fue. Cerré la puerta, arreglándome el casco para prevenir accidentes.
Normalmente (ósea, siempre) era la policía quien daba la noticia en estos casos. No obstante, llegaba a entender que estuviesen demasiado liados como para ponerse a avisar a todas las familias de los fallecidos. Mi gran pregunta era: ¿cómo carajos iba yo a informarles?
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Demonio: las leyes del abismo
Teen Fiction[ROMANCE +18] En la ciudad de Anvard se esconde un secreto: la puerta hacia el mundo de los muertos se ha abierto. Por ella ha pasado el demonio Axel, un hombre que, mientras seguía vivo, era soldado en la guerra. Era sexy y caliente, incluso despu...