Cap 7 Al maestro con cariño

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                                                                           Capítulo 7

                                                               Al maestro con cariño

Estaba adelgazando y esa mañana tampoco quiso desayunar, Peter devoraba la porción que le tocaba y el triturado de sus dientes era cada vez más insoportable. Javier no quería pensar, sentía un vacío en el pecho que relacionaba con un efecto postraumático por el suicidio de Lucía y caminar le haría bien, incluso correr, de no ser porque aún vivían en un barrio sin áreas verdes, los pocos espacios para tal fin fueron invadidos por comerciantes informales que vendían verduras y hortalizas, los fines de semana pescado y hasta novedosos carritos que deambulaban por aquel "mercado persa" ofreciendo chicha, lo que pudo haber sido un parque terminó convirtiéndose con las devaluaciones de la moneda en un mercado para pobres, curiosamente en una sociedad cada vez más aporofóbica. Javier se arrepintió de la idea pronto, en vano podía olvidar a la insistente Martínez y su arriesgado plan de atrapar a Peter, tampoco tenía amigos con quien consultar una decisión que produciría un terremoto en la familia. Esa amenaza de un tiroteo escolar con epicentro en su hogar sonaba a pésimo guión de cine, era inaceptable que en el país pudiese ocurrir algo así, pero Dana era convincente y sus ancestros mexicanos le daban credibilidad a sus teorías. Javier sintió asco con el olor a las sardinas, más no podía evitarlas porque el paso estaba restringido debido a una discusión en la venta de hortalizas, la codiciosa vendedora estaba molesta con un señor mayor que insistía en pasar su tarjeta de débito sin saldo ignorando la mirada acusadora del resto de los clientes, todos ellos enfurecidos con el ingenuo hombre que esperaba un error del sistema bancario en lugar de admitir su pésima memoria o su bancarrota. Javier reconoció al director del colegio donde conoció a Lucía, había sido su profesor de matemáticas y ahora jubilado debía limitarse a visitar el mercado una vez al mes para comprar la mitad de lo que antes consumía. De ese maestro siempre aprendió algo, caminar ahora con paciencia y dignidad ante la intolerancia de los hambrientos era una lección de vida que solo los buenos alumnos sabían apreciar. Javier estaba más cerca de la vendedora que de la figura curva de su primer profesor de matemáticas, ella no le conocía, era evidente que le juzgaba por su saldo y no por sus conocimientos.

- Siempre es lo mismo, me tiene mamada ese viejo que no tiene ni para comprar casabe. ¿Y tú que miras, vas a comprar o qué?

- Voy a pasar la tarjeta del profesor.

- ¿Es profesor?

- Sí, profesor de matemáticas.

- Pues no sabe sumar.

Alejado del mercado, con los pasos más lentos, pretendía hacer lo mismo con la tarjeta en el puesto de empanadas de la esquina, no era un plan de estafa, era la prueba que hacía todas las semanas para confirmar si le habían pagado su liquidación. Al sentarse en la única mesa con dos sillas mientras hacía la misma seña que significaba un café y un cigarrillo le asustó la presencia de un joven colocando una bolsa sobre la mesa, quizás retándolo a levantarse del lugar y no le extrañaba esa agresividad de los vecinos, pero Javier le saludo con el mismo respeto de cuando era niño.

- Usted no lo va a creer, pero su tarjeta sí funcionó así que le traje la bolsa que dejó pagada en el mercado.

- ¿Así es la cosa?

- ¿No se acuerda de mí?

- Javier el dibujante enemigo de las matemáticas.

- El mismo, pero ya no soy tan malo. ¿Le puedo invitar a desayunar, mientras le consulto algo?

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