CAPÍTULO 7

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El despertador comienza a sonar a las ocho y media de la mañana y me despierto con una gran sonrisa en la cara. Y eso que he dormido escasas horas.
¡Lo que hace pasar una buena noche!
Tras apagarlo, me levanto y marcho corriendo a la ducha.
-Buenos días.- saludo entrando en la cocina.
-Buenos días, corazón mío.- responde Adela.- Que madrugadora, pensé que te levantarías más tarde.
-He quedado con Dinah.
Saco de la nevera el zumo de naranja y me lleno un vaso.
-¿Y dónde vais a ir tan temprano?
-¿Ir temprano?- pregunta papá, que justo entra en la cocina.- ¿Quién y adónde?
Tan guapo como siempre en un carísimo traje negro de Versace, se acerca a mí y me besa en la frente.
-Buenos días, cariño.
-Buenos días, papá. He quedado en recoger a Dinah a las diez.
-¿Y eso?- curiosea mientras se acomoda en la mesa con la prensa.
-Me ha pedido que le acompañe a hacer algo.
Niego rotundamente a Adela cuando me ofrece algún bollo para comer y cojo la taza que me tiende.
-¿Y qué es ese algo?- curiosea papá.
No contesto y añado el azúcar a mi café. Después lo remuevo y doy un sorbo. Papá aparta los ojos de la prensa y los clava en mí.
-Te he hecho una pregunta, Camila.
-Papá, es un asunto de chicas y algo privado de Dinah, no pienso contártelo.
Y ahora viene el juego "Quien aparta la mirada, pierde". Alejandro Cabello es un profesional en esto, pero por algo soy su hija.
-Está bien.- acepta cuando yo ya estaba a punto de ceder.- ¿Vendrás a comer?
-No lo sé. Te aviso con lo que sea.
-Pero hazlo, voy a ir al concesionario y no sé cuánto tiempo me llevará arreglar unos asuntos. Por lo que no puedo estar pensando si estás en casa o no.
-¿Asuntos graves?- me preocupo.
La última vez que dijo eso fue cuando tuvo una fuerte investigación por parte de hacienda en referencia a no se qué ingresos que no cuadraban, todo ello propiciado por las autoridades que hacían lo que fuera con tal de recabar pruebas contra papá. Por suerte, él tiene un gran intelecto y mucha destreza para arreglar líos.
-No, tranquila, princesa. Asuntos con un proveedor que tenía que traernos dos Mercedes de Madrid.
Suspiro aliviada y papá deja la prensa a un lado cuando Adela le sirve los huevos benedictine con salmón.
-Gracias, Adela.
La cocinera asiente y regresa a sus labores.
-Iba a subir el desayuno a la muchacha.- me comenta la cocinera.- ¿Quieres algo más, cielo, o esperas a que baje?
-No, déjalo, yo se lo subo.
Papá me echa una mirada, pero no abre la boca y continúa desayunando. Yo me termino el café en un par de tragos, cojo la bandeja que me tiende Adela y salgo de la cocina.
¡Uff! Adela le ha puesto de todo: zumo, bollería, fiambre, café, fruta con yogur, tostadas con mermelada...
¡¿La quiere cebar o qué?!
Llego a su habitación y es un gran alivio comprobar que han sustituido a los vigilantes de anoche.
Me abren la puerta, ya que voy cargada, entro y veo que Michelle sigue dormida. No puedo evitar sonreír. Tampoco puedo evitar pensar en lo sucedido anoche y que me entren calores por todo el cuerpo. Menos mal que he optado por ponerme un vestido veraniego azul turquesa y sandalias blancas de poco tacón que me mantienen fresca. El pelo recogido en coleta también es de gran ayuda.
Apoyo la bandeja en el suelo y me siento en la cama junto a ella. ¡Ay Señor, si es que es guapísima! Estoy por encadenarla a la cama y que no salga nunca de aquí. Me inclino sobre ella y le doy un dulce beso en el cuello. ¡Y huele tan bien! Me permito unos minutos para observarla con detenimiento. Como ayer le dije, no me transmite peligro, no es una persona como con las que he salido. Ella habrá trabajado en asuntos ilegales, de hecho está como está por haberlo hecho, pero no es una trapichera o un camello, eso lo tengo... ¡clarísimo! Ojalá papá pueda conseguirle un buen trabajo.
Dejo un rastro de delicados besos desde su clavícula, pasando por su cuello, mentón y mejilla, haciendo especial hincapié en la comisura de su hermosa boca, y terminando en sus carnosos labios.
Michelle gime un poco y gira la cara hacia mí. No abre los ojos, pero sus labios reaccionan con los míos. Me separo ligeramente y sonrío cuando veo que los mueve como si estuviera besando e incluso abre levemente la boca.
-Buenos días.- susurro y vuelvo a besarla.
-¡Ummm...!- ronronea.
Empieza a moverse bajo el edredón y parpadea al abrir los ojos.
-Muy buenos días.- susurra sonriente.
Saca los brazos de debajo del edredón, me agarra delicadamente de la cara, como si me fuera a romper, y me atrae hacia ella para besarme apasionadamente durante varios
segundos.
¡Uff, que me da!
-Vaya.- suspiro anonadada cuando nos separamos.
-Sí, vaya.- repite ella, igual de encandilada.
Sonrío y deslizo una mano por su cuerpo, con cuidado de no tocarle los moratones.
-¿Sigues desnuda ahí dentro?- pregunto picarona.
-¡Ajam!- asiente varias veces.- Como Dios me trajo al mundo. ¿Quieres entrar?
Vuelvo a sonreír y me muerdo el labio inferior.
-Umm... no me tientes.- respondo y la beso.- Te he subido el desayuno, pero antes quiero darte la crema en los moratones.
Me separo de muy mala gana y Michelle se descubre el cuerpo justo hasta la frontera de su hemisferio sur, por debajo de las caderas y esos prominentes oblicuos, dejándome ver un poco de su bello púbico.
¡Es la puñetera tentación encarnada! ¡La manzana que Eva mordió en el Edén!
Le doy la milagrosa crema por todos los hematomas que ya van desapareciendo y vuelvo a cubrirla, para después recoger la bandeja del suelo. Michelle se incorpora
contra el cabezal y le coloco el desayuno delante.
-¡Santo Dios!- exclama al verlo.
Me carcajeo con gusto.
-Lo sé, Adela se ha excedido un poco.
Ella niega con la cabeza y coge el vaso de zumo.
-No creo que pueda irme de esta casa con lo bien que me están cuidando.
Sonrío y me acomodo junto a ella.
-Debo decirte que ayer hablé con mi padre y va a intentar buscarte un trabajo en Valencia.
Michelle deja de beber y me mira perpleja.
-¿En serio?
-Sí, como me dijiste que igual te quedabas por la zona.
-Gracias Camila, no sé cómo podré agradecerte todo lo que estás haciendo por mí.
Niego con la cabeza para quitar importancia y me cojo de la coleta para enrollarla entre mis dedos.
-Y había pensado... que...- balbuceo porque no sé cómo decir esto.- Podrías quedarte aquí en casa... hasta que te ubiques en la zona... si quieres. La casa es grande y tenemos sitio. Y así puedes pedir que te envíen tus cosas.
Michelle me mira sin decir nada, levanta el brazo y desliza los dedos por mi mejilla.
-Quiero besarte. Acércate, por favor.
Lo hago, con cuidado de la bandeja, y uno nuestros labios. Se me remueve todo por dentro cada vez que me roza, pero cuando me besa... ¡Oh, Señor!
Me levanto de la cama y camino hacia la ventana para dejar que desayune tranquila. Abro la ventana de par en par y sonrío al ver el día tan maravilloso que hace. Miro mi reloj de pulsera Lotus y veo que son las nueve y cuarto.
-Tengo que acompañar a una amiga para hacer unos asuntos.- le cuento desde aquí.- No sé lo que puedo tardar, pero ya sabes, si necesitas algo me llamas.
-De acuerdo.- contesta tras tragar un bocado de tostada.- Pero espero que vuelvas pronto.
Sonrío y asiento.
Me impulso con la ventana y camino decidida hacia ella, dispuesta a besarla antes de irme. Michelle no aparta sus brillantes ojos verduzcos de mí y como intuye lo que voy a hacer, se limpia el morro con la servilleta.
Apoyo la rodilla sobre el colchón y me inclino hacia ella.
-Luego te veo.- introduzco los dedos entre el pelo de su nuca y la beso con posesión.- Umm... que dulce.
Michelle sonríe mientras yo me separo y camino de espaldas hacia la puerta, sin dejar de mirarla.
Resoplo y maldigo. ¿Será posible que no voy a tener un puñetero hueco para aparcar? He dado un par de vueltas a la manzana y no hay manera.
-¡Qué le den, pues en segunda fila!
Detengo el coche frente al portal de Dinah, echo el freno de mano, doy las luces de emergencia y bajo. Corro hasta la puerta y timbro el quinto A, su casa, o de sus padres, si hablamos con propiedad.
-¿Sí?- contestan a los pocos segundos.
-¿Está Dinah?
-Soy yo, Mila.- dice riendo.
-¡Uy, si no te conocía!- me carcajeo.- ¿Bajas?
-Tengo que secarme el pelo, sube.
-No puedo, nena, tengo el coche en segunda fila.
-De acuerdo, no tardo.
-Vale, tranquila.
Cuelga el interfono y yo regreso al coche a esperarla. Apoyo la cabeza en el asiento y dejo que los rayos de sol me den en la cara. ¡Qué gozada! Esto es lo bueno de un descapotable.
A pesar del tráfico que pasa a mi lado, las mujeres que caminan por la calle cotorreando sobre otras vecinas o los niños que gritan, en mi cabeza solo está Michelle.
Parece que la conozco de hace días y tan solo ha pasado uno.
La atracción que sentimos la una por la otra es palpable y ahora que sé que hay sentimientos, los nervios y las ansias por estar con ella se mezclan en mi estómago, formando esas mariposillas con alas en forma de corazón.
Lo malo es mi padre, que todavía no puede enterarse o la echaría de casa. Eso hace que me sienta un poco Julieta, ocultando a papá mi amor por mi Romeo y viéndonos a escondidas.
-Bonito coche.- dice una voz masculina.
Abro los ojos y miro hacia el lado del copiloto donde hay un tío, bastante atractivo por cierto, mirando el interior y exterior de mi Maserati.
-Gracias.
El chico me sonríe tras unas gafas de sol. Viste una ceñida camiseta blanca de manga corta, luciendo sus fuertes brazos completamente tatuados, y unos ajustados vaqueros que no dejan nada a la imaginación. Moreno de pelo largo que le cuelga sobre la frente, bronceado y fuertote.
¡El típico musculitos, vamos!
-Me encanta este coche.- sigue hablando y tocando la carrocería.
¡No toques! ¡¿Por qué tocas?!
-No se ven muchos de estos coches por la zona y te lo digo yo que trabajo en una cafetería aquí mismo y los ficho todos.- comenta bromista.
Sonrío sin ganas y solo deseo que baje Dinah para largarnos.
-¿Eres de aquí?- pregunta y vuelve a sonreírme.
¿Está ligando conmigo? ¡Menudo cretino!
-No.- contesto secamente.
Miro al frente pero de reojo me percato que el chico sigue pegado a la ventanilla bajada del copiloto. Intento ignorarlo, pero como veo que no se va, vuelvo a mirarlo.
-¿Quieres algo?
-¿Te apetece un café? Te invito a uno en mi curro, es esa cafetería que está a doscientos metros.- dice señalando a mi espalda.
Ni me molesto en fijarme cuál indica.
-No, gracias.
-Piénsalo, preciosa. Cuando pases serás invitada a lo que quieras, tan solo pregunta por mí, por Oscar.
Inclina la cabeza como si fuera un caballero y se marcha. A través del retrovisor veo como lo hace, solo para cerciorarme de que por fin me deja tranquila.
-Oscar.- murmuro.- Menudo gilipollas.
Entonces se me enciende la bombilla.
-¡No puede ser!- exclamo.
Me giro en el asiento y por suerte logro verlo entrar en una cafetería. ¡Es él! ¡El mamón que igual ha preñado a mi amiga!
Saco las llaves del contacto, cojo mi bolso y me bajo del coche para ir tras él.
A paso acelerado llego a la cafetería y entro. Es amplia y moderna con un toque rústico. El ambiente está cargado con un rico aroma a café y la extensa barra se encuentra al fondo. En las mesas hay poca clientela tomándose un café y leyendo la prensa.
Atravieso el local observando al chico que hay dentro de la barra, pero no es él. Cuando llego y me apoyo en ella, el joven camarero, Edu según su identificador, se acerca sonriente.
-Buenos días, ¿qué te pongo?
-En realidad no quiero nada. Estoy buscando a Oscar, ¿trabaja aquí?
Edu me escanea de arriba abajo con la mirada y sonríe engreído.
¿Será requisito ser un gilipollas para trabajar aquí?
-Claro.- responde.
Echa una mirada más a mi delantera y se dirige al lado derecho de la barra. Abre una puerta corredera e introduce medio cuerpo.
-Oye colega, aquí hay una tía que pregunta por ti. Y menuda tía, ¿cómo te ligas a semejantes monumentos?
Pongo los ojos en blanco y resoplo.
El chico regresa, pero no se detiene, me guiña un ojo y pasa de largo. Yo le pongo cara de asco.
Oscar sale por la puerta abrochándose la camisa blanca del uniforme. ¡Toma panorámica pechonal! Arquea las cejas y sonríe ampliamente.
-Me alegro de que te lo hayas pensado.- comenta.
Muerdo mi labio inferior de una forma coqueta y tras dejar mi bolso y las llaves del coche sobre la barra, me apoyo en ella dejando a la vista mi escote.
Funciona, se acerca con los ojos clavados en mis tetas.
¡Qué predecibles son los tíos!
-¿Y quieres tomar algo?- pregunta seductor conforme se recuesta sobre la barra.
El chico es guapo, hay que decirlo, tiene unos ojazos azules tirando a grises, impresionantes.
-No.- susurro.- Quería verte otra vez.
-¿Sí?
Mira por encima de mi hombro y se acerca un poco más a mí.
-Yo también deseaba verte.- musita.
Estiro la mano, introduzco los dedos entre su pelo y los deslizo hasta su nuca. Me acerco como para besarle y cuando él está más que preparado, le agarro fuerte del pelo y clavo en su traquea los dedos pulgar e índice. Esa llave es simple, pero muy dolorosa si pillas el punto justo detrás de la nuez.
Oscar exclama de dolor y me agarra la mano para quitársela de encima.
-Yo que tú no tiraría, te dolerá más.
-¿Qué quieres?- gruñe.
-¡Que me escuches bien porque si tengo que volver no seré tan delicada!- bufo en su cara.- Si vuelves a acercarte a Dinah, hijo de puta, aunque sea para pedirle la hora, juro que te vas a enterar. Si ves que ella se te acerca, te aconsejo que corras en el sentido opuesto. Y si tengo que volver... desearás no haberla conocido. ¿Lo has entendido?
-Sí.
Le suelto y recojo mis cosas, como si no hubiese pasado nada. Pero como todo gallito, tiene que decir el último kikiriki, aunque eso le lleve a un problema mayor.
-Eres tan puta como ella.- dice cuando me he dado la vuelta.
Me detengo, observo que la clientela no se da cuenta de lo que pasa y me giro de nuevo hacia él, propinándole un fuerte puñetazo directo a la nariz.
Él, de la inercia del golpe, va de espaldas contra las estanterías y yo agito la mano en el aire. Duele, pero ha merecido la pena.
Salgo de la cafetería con un furioso Oscar increpándome desde su puesto de trabajo.
Corro por la acera cuando veo a Dinah junto a mi coche.
-¿Dónde estabas?- pregunta cuando me ve llegar.
-Necesitaba ir al baño.- miento.
Nos saludamos con dos besos, montamos y partimos hacia Gran Vía de Fernando el Católico. De ahí seguimos por la Avenida Pío XII, la Avenida de Las Cortes Valencianas y continuamos dirección Paterna.
Por el camino me cuenta lo aterrada que está y aunque intento animarla, el tembleque de las piernas no se le va. Pongo música por si la distrae, pero la veo inmersa en su mundo.
-Mila, no puedo estar embarazada. Soy muy joven, aún tengo muchas cosas que hacer antes de tener un niño que ocupe todo mi tiempo.
-Lo sé, cariño, relájate.- la animo pasando la mano por su muslo.
Se ha puesto una minifalda vaquera, una camiseta de tirantes color marrón chocolate y manoletinas negras. El pelo lo llevaba suelto, pero al ver que íbamos sin capota se lo ha sujetado en coleta como yo.
Cuando veo que se lleva las uñas a la boca es señal de que está cardíaca. No lo hacía desde los quince años.
-Y si lo estás....- comento.- Sabes que siempre podrás contar conmigo y con las chicas.
Dinah gime y se pone a llorar. Rompió.
-No cariño, no llores por favor. Lo he dicho para que no te vuelvas loca, pero tranquilízate.
Ella sigue llorando desconsoladamente y reduzco la velocidad para que pueda desahogarse del todo. Apuesto que llevaba toda la semana en tensión.
-O mira, si lo estás, nos quedaremos las demás también, para tener todas el primer hijo a la vez.
Dinah pasa del llanto más doloroso a la carcajada más intensa. Sabía que algo así podía animarla, aunque sea un poquitín.
-¿Te imaginas a Ariana con una niña? La llevaría vestida igual que ella.- comento jocosa.- O Ally y sus manos de mantequilla. ¡Madre, qué peligro!
Mi amiga sigue riendo y sonrío de verla así, pero en mi cabeza suena "las embarazadas y su desorden hormonal, o ríen o lloran". ¡Ay Dios, que no sea así!
Paterna está de Valencia a tiro de piedra, pero... ¡la virgen! nos cuesta más de media hora y preguntar a tres vecinos, llegar hasta una dichosa farmacia.
Aparcamos cerca de una plaza y caminamos cogidas del brazo hacia allí. Estamos a punto de entrar cuando Dinah se detiene en el acto.
-No puedo, Mila.- niega con la cabeza y retrocede.
-Cariño, debes hacerte la prueba. Y así nos quitamos el susto de encima.
-Sí, el susto.- suspira compungida.
-¿Entro yo a por el test?
Mi amiga empieza a hiperventilar y se sienta en un banco de madera que hay enfrente. Yo voy con ella y me siento a su lado, pasándole el brazo por encima.
-Voy a estar embarazada, lo sé.- murmura.- Maldita sea mi suerte.
-No lo vas a estar.
Le doy un beso en la mejilla y entro a la farmacia. Si esperamos más, le va a dar un infarto.
El farmacéutico es un hombre mayor y por suerte no hay clientela. Pedir un test de embarazo ya es lo bastante vergonzoso como para que haya público.
-Buenos días, ¿qué desea?
Había entrado muy decidida, pero ahora el valor se me ha venido abajo.
-Quiero...- carraspeo.- Quiero un test de embarazo.
El hombre asiente y se dirige a la izquierda del impresionante armario que tiene a sus espaldas. Me recojo un mechón suelto detrás de la oreja y miro al exterior donde Dinah sigue sentada y con cara de funeral. Al volver la vista al frente y como el hombre todavía no llega, reviso los productos que tiene sobre el mostrador: cacaos labiales, tiritas, condones... ¡Condones!
El farmacéutico regresa con varias cajas en las manos.
-Estas son las marcas que tenemos. ¿Desea alguna en concreto?
-No, la verdad es que no. Deme la más fiable.
-Todas son fiables, pero estas dos...- dice acercándome el Clearblue y Protex Care.-...son las más vendidas.
-Me llevo las dos.
De muertos al río y ya que tiene que hacerse una prueba, pues que se haga dos y más claro será todo.
-Muy bien, joven. ¿Algo más?
Trago y vuelvo a carraspear.
-Una caja de estas.- respondo y cojo unos Durex del mostrador.
-¿Eso es todo?
-Sí.
El hombre aparta mi pedido y se coloca unas gafas de cerca para pasar los productos por el detector infrarrojo. Pago en metálico, ¡por supuesto!, y me guardo las cosas en el bolso.
-Adiós.- me despido y salgo veloz.
-Adiós y gracias.
En la calle me acerco a mi amiga que se levanta al verme.
-Vamos a buscar una cafetería.- le digo.
Ella asiente y regresamos al coche.
-¿Ya tienes ganas de orinar?- pregunto.
Estamos en un bar casi a la salida de Paterna. Dinah está cada vez más cardíaca y por muchos mostos y aguas que beba, el grifo se le ha cerrado.
Niega con la cabeza y vuelve a beber.
-Me va a dar un infarto.- murmura.
Agarro su mano por encima de la mesa y le doy un suave y afectuoso apretón.
-Dinah, mírame.- pido y ella lo hace.- Cariño, no vas a estar embarazada, y menos de ese gilipollas. Vamos al baño para que te quedes tranquila. Venga.
Me bajo del taburete y cojo mi bolso. Le sonrío y la animo con la mirada. Ella se trinca de un trago su agua y baja del asiento con su bolso en el regazo.
Los pocos metros de pasillo hasta los baños, siento la tensión que irradia mi amiga y me parece estar haciendo la milla verde, el pasillo de la muerte.
Llegamos a la puerta y entro tirando de mi amiga, sin darle tiempo a que se eche atrás. Coloco el bolso sobre el lavabo y saco los dos test.
-¿Dos?- se sorprende al verlos.
-Es para que veas el doble negativo.
Los saco de las cajas y se los tiendo.
-Entra, relájate y tómate tu tiempo.- le digo. Ella asiente, deja su bolso al lado del mío y los coge con manos temblorosas.
-Relájate.- vuelvo a decirle.- Tú como si fueras a hacer pis normal.
Suspira y se mete en la cabina.
Ahora que no me ve aprovecho para santiguarme y rezar para que den negativos.
Para no volverme loca y ayudar a que se relaje, me pongo a canturrear una canción de La oreja de Van gogh, su grupo favorito, una de sus nuevas canciones y que tanto está sonando, Otra vez me has sacado a bailar.
-Tú serás, el tiempo y el lugar/ de un verano nada peculiar/ en pleno amanecer de mi desilusión/ tú me pellizcaste el corazón/ como imaginar que ibas a curar mis penas/ y el amor, ronda desde entonces por mi habitación/ una golondrina a vuelto a mi balcón/ otra vez la vida me ha sacado a bailar/ y quiero bailar/ poco a poco tú, vienes solo a verme si me miras tú/ he vuelto a ponerme mi vestido azul/ y mi boca solo habla de ti... se muere por ti...
Esta canción me hace pensar en Michelle y la veo. La veo al otro lado del espejo, sonriéndome. Canto más alto, bailo por todo el baño y me agito como si estuviera loca. Dinah sale del aseo con una tímida sonrisa en la cara de verme hacer la perturbada. Me acerco a ella, le cojo de las manos los test para dejarlos sobre el lavabo y la animo a cantar conmigo. Sin pensar en nada más.
-Poco a poco tú, vienes solo a verme si me miras tú/ he vuelto a ponerme mi vestido azul/ y mi boca solo habla de ti... se muere por ti.../ el amor.../ nanananana-nananana/ nanananana-nananana/ a mi balcón.../ nanananana-nananana/ se muere por ti.../ me muero por verte.../ se muere por ti..........
¡Aiisss! Suspiramos agotadas por los saltos y bailes, y nos carcajeamos cuando una mujer mayor sale de otra de las cabinas.
Nos acercamos a los lavabos y esperamos a que la mujer se lave las manos para proceder con lo que nos retiene aquí. Me alegra ver que la canción la ha relajado un poco.
-Bueno.- suspiro sacando de las cajas el modo de empleo de estos aparatos.- Vamos a ver.
-Prefiero que mires tú.- dice alejándose.
-De acuerdo.
Leo la forma de usar cada uno, el tiempo que hay que esperar para que reaccionen y que marcas dicen si estás o no en estado. Lo compruebo varias veces para no equivocarme... ¡Ay, Dios! Levanto la vista hacia Dinah.

Bulletproof Romance (camren gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora