CAPÍTULO 11

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Dejo el secador sobre el lavabo y salgo corriendo a mi habitación. Visto un short vaquero y una camiseta negra de tirantes, y tras ponerme unas bailarinas grises, cojo el bolso y salgo pitando hacia la habitación de Michelle.
Hemos pasado la tarde en la piscina y hace veinte minutos que subió a su habitación a prepararse, para ir a la entrevista de trabajo. ¡Y tengo unas irrefrenables ganas de verla que no son normales!
Cuando llego a la puerta, lanzo una mirada asesina al escolta encargado de llevar a Michelle, y tras dar dos toques con los nudillos, accedo.
La encuentro junto a la cama abrochándose unos pitillos oscuros que le quedan de vicio. Me mira y sonríe.
-Qué agradable sorpresa.
-Venía a buscarte para no llegar tarde.
Guarda sus pertenencias en los bolsillo y se acerca a mí.
-¿Vas a venir conmigo?- pregunta sonriente.
-Y no solo eso.- murmuro.- Voy a llevarte yo.
Michelle arquea las cejas, me agarra por la cintura y se inclina para besarme. Yo deslizo las manos por encima de su camiseta azul marino y termino rodeando su cuello para entregarme ansiosa al beso.
-Si no salimos ya, vamos a llegar tarde.- musito conforme pruebo sus deliciosos labios.
-Ummm...- ronronea.- Sí, espera que necesito ir al baño.
-¿Estás nerviosa?- pregunto jocosa.
Ella se ríe y me mira por encima del hombro.
-Un poco, la verdad.
-Pues no te preocupes, seguro que todo va bien.
Michelle entra al baño y sale pocos minutos después, tras tirar de la cadena.
-¡Listo!
Vuelve a cogerme entre sus brazos para demostrarme una vez más lo que siente por mí y yo río gozosa, dejándome hacer. Cuando nos separamos, salimos de la habitación y el chico de seguridad se pone firme.
-Voy a llevarla yo.- le digo con un tono que no admite réplica.
-El señor Cabello...
-El señor Cabello no va a decir nada.- le corto.- Y si lo hace, que me lo diga él.
El chico cierra la boca.
-Vamos, Michelle.
Caminamos a paso ligero por el pasillo y escucho la risa no tan silenciosa de mi acompañante.
-¿Qué te hace gracia?- pregunto con una sonrisa en la cara.
-La forma en que le has parado los pies. Me has puesto cachonda.
Ahora soy yo la que ríe.
Llegamos a la puerta de entrada de los garajes y busco las llaves en mi bolso. Cuando las localizo abro la puerta.
-¿Recuerdas la historia del Maserati?- pregunto girándome hacia Michelle.
-Sí.
-Querías saber que pasó con el coche.
Entro, enciendo las luces, y cuando ella accede detrás mío y lo ve delante de sus narices, flipa.
-¡Joder!- exclama.
Después observa pasmada el resto de coches que hay: un par de BMW, otro par de Mercedes, todoterrenos... y las motos.
-Fue mi regalo por mi veinte cumpleaños.- le cuento mientras abro la puerta automática y apago las luces del garaje.- ¿Qué te parece mi chico?
-Es una pasada.- musita sin poder apartar la mirada.
-Pues espera a conducirlo.
Michelle gira el rostro hacia mí.
-¿Me dejas conducirlo?
-Claro, ¿por qué no?- respondo y subo al asiento de copiloto.- Yo lo estampé el primer día que lo cogí, no creo que hagas algo peor.
Sonríe y monta. La noto nerviosa y a la vez muy ansiosa por manejarlo.

Bebo una coca-cola en el bar del restaurante mientras aguardo a que Michelle se entreviste con el gerente. Espero que consiga el trabajo y se quede en Valencia.
Sentada en el taburete de acero acolchado, puedo ver que el restaurante está lleno y eso que es carísimo. En la barra solo hay dos chicos más aparte de mí, que llegaron pocos minutos después que nosotras. Rondarán los treinta años y visten con vaqueros y jerséis de lana de cuello en pico por el que asoman las camisas blancas.
Me percato que las prendas superiores se pegan a sus torsos fuertes y musculados. Uno es rubio y el otro moreno, y llevan el pelo bien arreglado, ni corto ni largo.
Para cualquiera que los mirase, podrían parecer relajados e inmersos en un conversación distendida y a la vez divertida, pero yo no soy cualquiera. Mi padre me ha enseñado a analizar a las personas y percibo la tensión que tienen... ¡a kilómetros!
Agito la cabeza para cortar el repaso que les estoy pegando y me llevo la pajita a los labios para sorber el refresco.
Los chicos estallan en carcajadas y los miro. El moreno, que está sentado de cara a mí, me ve y me sonríe.
Aparto la vista hacia el interior de la barra y al barman que seca vasos de tubo, pero como siento sus ojos clavados en mí, me giro hacia ellos una vez más y ambos, sonrientes, levantan sus copas de whisky o coñac. Sonrío por cortesía y alzo mi coca-cola como respuesta.
Son guapos, pero no tanto como Michelle.
Decido sacar el móvil para pasar el rato. Ojeo mi twitter y mi facebook que los tengo bastante abandonados. La verdad que no me va mucho el rollo redes sociales, si me las hice fue por mis amigas. También leo los whatsapp de Dinah.
"¿Estás con Michelle? ;)" "Sácale una foto robada y me la mandas. A ser posible sin camiseta jajaja"
Sonrío y pongo los ojos en blanco. También tengo un mensaje de papá.
"¿Por qué no me has avisado de que ibas a llevar a Michelle? Sabes que odio que mis empleados me avisen de las cosas que hace MI HIJA y se me quede cara de gilipollas."
Resoplo. Encima mi padre se cabrea. Ya cruzaré ese puente cuando llegue el momento.
Guardo el móvil y doy otro sorbo a la bebida.
-Ya estoy aquí.- dice Michelle sentándose a mi lado.
Sonrío y me giro hacia ella.
-Que rápido. ¿Cómo ha ido?- curioseo.
-Bien, creo que le he gustado.- responde con su bonita sonrisa.
Es increíble lo que hace esa pomada, ya no tiene rastro alguno de paliza en la cara, tan solo una pequeña postilla en la ceja y en la frente sobre la sien izquierda.
-¿Cómo no le vas a gustar?- replico picarona.
Michelle sonríe y apoya una mano en mis piernas cruzadas.
El corrimiento de unos taburetes cortan nuestro momento íntimo. Los chicos que están al fondo se levantan para marcharse y cuando pasan a nuestro lado, me sonríen y se despiden como si nos conociéramos.
No puedo evitar seguir mirándolos mientras salen del local. Tienen algo que no me da buena espina.
-¿Los conoces?- pregunta Michelle cortando mis cavilaciones mentales.
-¿Qué? Ah, no,no.
-Entonces, ¿debería ponerme celosa?- comenta jovial.
Sonrío, me inclino hacia adelante y agarrándola por la nuca, la beso apasionadamente. Después se pide una cerveza sin alcohol y me cuenta los detalles de la entrevista y las funciones que tendría que hacer en caso de que la contraten. Me cuenta que ella no ha trabajado como camarera de mesa, pero que le apetece probar.
Cuando salimos del local, Michelle me coge de la mano, enlaza sus dedos con los míos y caminamos por la acera iluminada con las farolas, igual que una pareja de paseo.
Sonrío como una tonta y me pego a ella. A mitad de camino hacia el coche, Michelle tira de mí hacia un callejón oscuro, fuera de los ojos indiscretos, y me atrae hacia ella con ímpetu. Nos besamos, nos acariciamos, desatamos la pasión que sentimos la una por la otra. Me coge del culo y me empotra contra la pared, provocando que gima extasiada.
-Te deseo.- susurra devorándome la boca.
-Y yo a ti.- exhalo.
La rodeo con brazos y piernas, mis manos se hunden entre su suave pelo negro y nuestras lenguas se enredan juguetonas, fogosas y muy ansiosas.
-¿Interrumpimos?
Michelle y yo nos separamos y vemos a los dos chicos del bar, a la entrada del callejón. Ahora llevan un abrigo largo negro cada uno. ¿Qué quieren?
-Pues la verdad es que sí.- contesta Michelle.
Pasa un brazo alrededor de mis hombros y me acerca a ella. Los dos tipos sonríen chulescos y caminan hacia nosotras. La preocupación se apodera de mí cuando Michelle me coloca detrás suyo y retrocedemos.
-No te hagas la heroina, pimpolla.- habla el rubio.- Solo queremos a la chica.
Se me eriza la piel al escucharlo y me aferro fuerte a Michelle.
-¡Tendrás que pasar por encima mío!- gruñe Michelle.
El rubio introduce la mano dentro del abrigo y saca una navaja que resplandece como en una película.
¡Dios mío!
Michelle vuelve a retroceder y me lleva con ella. Quizá podríamos salir corriendo por el otro lado del callejón.
Me quedo sin respiración cuando el moreno saca una pistola.
-Nos llevaremos a la hija de Cabello quieras o no. De ti depende seguir con vida.- dice, apuntando a Michelle.
¿Me quieren secuestrar? ¡No! ¡¿Por qué?!
-Michelle.- susurro aterrada detrás suya.
Me da miedo que me quieran secuestrar, pero mucho más que puedan matar a mi chica y encima por culpa de los negocios ocultos de papá.
-No tenemos todo puto el día.- bufa el rubio.- Acércate, Camila.
Intento dar un paso hacia ellos, pero Michelle me lo impide, colocando el brazo delante mía.
-Tú de aquí no te mueves.- me dice.
-No quiero que te maten.
Paso por debajo de su brazo para ir hacia ellos, pero Michelle me agarra de la muñeca, reteniéndome.
-Camila, no.
Tiro de mi brazo intentando soltarme de ella. No quiero que le peguen un tiro.
-¡Joder!- exclama el moreno.
Se acerca sin dejar de apuntar con la pistola y me agarra del otro brazo para arrastrarme con ellos.
En ese preciso momento, Michelle se abalanza sobre él cogiendo su mano armada y propinándole un rodillazo en el estómago. Retrocedo y cuando el rubio se cierne sobre mí por la espalda, le pego un cabezazo en la cara y me libero retorciéndole el brazo donde lleva la navaja. Él sabe defenderse y tras liberarse de mi llave, me agarra del cuello y me arroja con fuerza al suelo, donde golpeo con la cabeza.
Lo siguiente que escucho es un disparo. ¡Michelle! El rubio desaparece de mi campo de visión y después de escuchar otro forcejeo, el sonido se ve superado por un segundo disparo.
Intento levantarme, pero me duelo mucho la cabeza y estoy mareada.
-Camila.- murmura sofocada Michelle conforme se agacha junto a mí.- ¿Estás bien?
-Michelle.
Me abrazo fuerte a ella cuando me levanta.
-Dime que estás bien, por favor.
-Estoy bien.- contesto.- ¿Y tú?
-También, tenemos que irnos.
Tira de mí brazo hacia el exterior del callejón y no puedo evitar echar la vista atrás para ver qué ha pasado. Abro los ojos como plato al visualizar los dos cuerpos inertes de los chicos. ¡¿Los ha matado?!
Llegamos al coche corriendo y montamos apresuradas para regresar a casa. Michelle conduce mi Maserati como si fuera piloto de carreras mientras yo miro por la ventanilla, sin poder borrar de mi cabeza lo sucedido.
Mi corazón late acelerado, pero reconozco que no es por el intento de secuestro sino por el hecho de que Michelle haya matado a dos personas. Así, con sangre fría, sin dudar. La miro y aunque tiene el ceño fruncido por la concentración, no veo ni un ápice de arrepentimiento.
¿Me habré equivocado y en realidad sí que es una chica mala y peligrosa? ¡Mierda! ¿Qué más necesito? ¡Se los ha cargado!
Resoplo y vuelvo a mirar por la ventanilla.
-¿Seguro que estás bien?- pregunta, posando su mano en mi pierna.
-Sí.- musito sin mirarla y retiro su mano.- Solo un chichón en la cabeza.
Hacemos el resto de viaje en completo silencio aunque mi cabeza, aparte de tener una dolorosa jaqueca, es un caos: ¿Por qué me querían secuestrar? ¡Los ha matado de un tiro! ¿Qué hará mi padre cuando se entere? ¿Nos habrá visto alguien? ¿Vendrá la policía a casa?
Llegamos hasta la barrera de Villa Victoria y en segundos se abre. Recorremos los metros del camino empedrado y cuando detiene el coche, me bajo veloz.
-Camila.- me llama Michelle.
No me detengo y corro hacia la entrada. Necesito urgentemente un analgésico y soledad para meditar lo que ha pasado.
Abro la puerta y aunque entro corriendo, Michelle me alcanza y me coge de un brazo.
-Camila, espera. Hablemos.- pide nerviosa.
-¿Hablar?- me revuelvo hacia ella.- ¿Es que no te das cuenta de lo que has hecho? ¿Del lío en el que nos hemos metido?- espeto alterada.
-¡¿Y qué querías que hiciese?!- alza la voz.- ¡No iba a dejar que te pusieran las putas manos encima!
-¡Pues darles de hostias, no pegarles un tiro!
-¡Querían secuestrarte, joder!
-¡¿Cómo?!- ruge mi padre.
Las dos nos giramos hacia la biblioteca donde se encuentra él de pie, bajo el marco de las puertas correderas y pálido como no lo había visto en la vida.
-¿Qué acabáis de decir?- pregunta acercándose.
Ninguna sabemos qué responder o cómo hacerlo, y papá nos taladra con la mirada.
-A mí despacho.- ordena señalando la dirección.- Las dos.
Me doy la vuelta y marcho hacia allí, seguida por Michelle y un airado Alejandro Cabello.
-Siéntense.- vuelve a ordenar cuando entramos.
Lo hacemos en los sillones de cuero y papá toma su puesto tras el escritorio. Sin decir nada, coge el teléfono y llama.
-Ven a mi despacho.
Cuelga, apoya las manos sobre el ébano brillante y nos mira, primero a mí y después a Michelle.
La puerta se abre y entra Mylo.
-¿Qué ocurre?- pregunta preocupado.
Mi padre le hace un gesto con la cabeza y él se coloca de pie a su lado.
-Ahora nos van a contar que hostias ha pasado y más les vale no mentir o ¡se la verán conmigo!- alza la voz en la última parte y golpea con la mano sobre la mesa.
Doy un respingo sobre el sillón del susto y mis ojos vuelan a Mylo cuya expresión es de perplejidad total.
Michelle carraspea y la miro.
-Fue a la salida de la entrevista en el restaurante.- empieza a hablar.- Dos tíos nos abordaron en un callejón y...- silencia para mirarme.- Querían llevarse a Camila.
Ahora miro a mi padre, que con rostro ceniciento levanta la vista a Mylo. Éste se apoya sobre la mesa.
-¿Cómo que querían llevársela?- pregunta el jefe de seguridad, rabioso.
-Estaban armados. Uno llevaba una navaja y el otro una pistola. Dijeron que querían a la hija de Cabello.
-¡¿Y quiénes eran esos hijos de puta?!- se alterá papá.
Michelle niega con la cabeza porque no sabe la respuesta. Yo apoyo la mía entre las manos y no sé si es por el dolor que tengo, la tensión pasada, el lío que hemos formado, el cabreo de mi padre, darme cuenta de que Michelle no es como pensaba, o un cúmulo de todo, pero me pongo a llorar sin poder contenerme.
-Camila.- se alarma Mylo y viene junto mí.- ¿Te hicieron algo?
Niego con la cabeza porque no puedo hablar.
-Ella... ella me protegió.- digo entre sollozos.- Si no iba con ellos la mataban y...
Levanto el rostro hacia papá e intento secarme las lágrimas que ruedan por mis mejillas sin control.
-Michelle se hizo con el arma y los mató.- finiquito.
Papá y Mylo la miran con los ojos como platos, sin poderse creer lo que están escuchando.
-Se la iban a llevar.- es lo único que dice Michelle.
El jefe de seguridad se apoya en la mesa, pensativo.
-A ver.- dice pasándose las manos por su pelo corto moreno.- Retrocedamos y empezar otra vez. Salisteis del Buccata di Cardinale.
-Pero antes.- hablo secándome los ojos.- Entraron al restaurante detrás nuestro, estaban en el bar donde yo me tomaba un refresco mientras Michelle se entrevistaba.
-¿Escuchaste algo, dijeron algo que recuerdes?
-No, Mylo.- contesto y miro a papá que está con la vista perdida.- Reían aunque no sé de qué. Los noté en tensión, pero no pensé...
-Y salieron detrás de ustedes.- murmura papá.
-Unos minutos antes.- relata Michelle.- Debían estar esperando fuera.
-¿Y las llevaron a un callejón?- pregunta Mylo.
¡Ay, Dios! ¡Vamos a tener que decirles que nos estábamos besando! ¡Me muero!
-No exactamente.- responde Michelle.
-¿Qué quieres decir con eso?- pregunta papá, serio.
Michelle y yo nos miramos. Después me cubro la cara con las manos, deseando que la tierra se me trague.
-Entramos nosotras.- confieso sin poder mirarlos.
-¡Joder!- bufa Mylo que ya sospechaba.
-Explícate, jovencita.
Mala señal. Papá me llama princesa siempre, jovencita cuando está cabreado.
-Estamos... juntas.- balbuceo nerviosa.
A pesar de tener las manos sobre los ojos, los cierro fuerte, esperando alguna exclamación de papá. Pero pasan los segundos y no dice nada. Decido descubrirme la cara y veo que sigue apoyado en la mesa mirándonos.
-Ustedes...- dice al cabo de unos segundos.- ¡Oh! Ni siquiera voy a preguntar desde cuando.
-Vale, continua.- musita Mylo con ganas de cambiar de tema.
Michelle toma las riendas y relata como fue después de los besos: las amenazas, los forcejeos, los golpes, los tiros y por último que salimos corriendo.
-¿Y por qué no llamaste a la policía?- pregunta papá. Mylo y yo nos miramos y después a ella.
-Señor Cabello, ojalá no hubiese tenido antecedentes para poder hacerlo.- responde Michelle.- Pero... temí...
Papá resopla, se levanta y camina hasta el gran ventanal de su despacho que da a las hectáreas verdes de la Villa.
-Camila, vete a cenar, se hace tarde.
-Pero papá...
-¡Haz lo que te digo y no me cabrees más!- gruñe.
Miro a Mylo y éste asiente. Después a Michelle que tiene la vista clavada en el suelo. Recojo mi bolso y salgo del despacho.
Entro en la cocina agotada, desganada y con el dolor de cabeza aumentado por diez. ¿Qué le dirán a Michelle? ¿La echarán de casa?
-Hola, corazón mío.- saluda Adela.- Pero, ¿qué te pasa, mi vida?
Rodea la isla de la cocina y viene a mí, asustada.
-Tranquila, solo me duele la cabeza. Me di un golpe.
-¡Ay, mi niña! ¿Quieres un analgésico?
-Sí, por favor.
-Vale, siéntate que ahora te lo doy.
Marcho a la mesa y apoyo la cabeza sobre mis antebrazos. Cuando me lo trae, lo tomo del tirón con un vaso de agua.
-Y ahora te voy a traer la cena.
-No tengo mucha hambre, Adela.
-Tienes que comer, chiquilla.
Resoplo y asiento.
He cenado, lentamente, y he aguardado más tiempo en la cocina por si papá, Michelle o Mylo daban señales de vida, pero nada, no han aparecido.
-Deberías irte a la cama, cariño.- dice Adela.- Pareces cansada.
-Sí.- musito.
Cojo mi bolso y subo antes de que me lo piense mejor y vuelva al despacho.
Puesto el pijama, me meto en la cama y me quejo cuando mi chichón toca la almohada. ¡Oh, vaya huevo tengo en el cogote! Me pongo de lado, hacia las ventanas e intento relajarme para dormir.

Bulletproof Romance (camren gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora