EPÍLOGO

1.4K 77 5
                                    


La espalda de Lauren me cubre y al asomarme veo como Román cae al suelo con un orificio de bala entre ceja y ceja.
-Lauren.- suspiro y la abrazo fuerte.
-Camila.- susurra.
Alzo la vista y veo su bella mirada verde, clavada en mí. Su brazo cae, arrojando la pistola al suelo, y segundos después se desploma ella. -¡Lauren!- grito y me agacho a su lado.
Su blanca camiseta se torna roja por momentos. Román ha conseguido herirla en el abdomen.
-¡No, por favor!- chillo, taponando su herida -Camila.- musita.
-¡No, Lauren!- sollozo agarrando su cara, como ella lo hizo en su día conmigo.
-Te dije... que me interpondría...- tose y convulsiona.
-¡No me dejes, por favor!- suplico.
-Entre tú y una bala.
Los disparos han dejado de sonar en la parroquia y me yergo de rodillas.
-¡Ayuda!- grito.- ¡Ayuda, por favor!
Rasgo un trozo del vestido y hago una bola con él para taponar la herida de mi chica, mi novia, mi futuro esposa, el amor de mi vida.
-¿Qué ha ocurrido?
La agente Vives, Lucia, entra en la sacristía y se acerca corriendo. -¡Le ha disparado, pide ayuda!- exclamo.
-¡Agente herida!- grita por su manga.- ¡Que venga la ambulancia!
Se arrodilla junto a Lauren y le acaricia la cara.
-Esto es por tu culpa.- me dice mirándola.- Laur, resiste, aguanta. -Camila.- musita Lauren, con rostro ceniciento.
Lucia me mira furiosa y cuando creo que me va a atacar, otro de sus compañeros entra en la habitación.
-¡Oh, Dios mío!- musita el chico.
Se acerca corriendo a Sorel y se arrodilla junto a él.
-Jaime, ¡¿qué haces?!- grita Lucia, pero el chico la ignora.- ¡Barreda, Lauren está herida!
-Sei morto.- murmura su compañero en italiano.
Me tenso al escucharlo.
-¿Jacomo?- musito nerviosa.
El joven me mira por encima del hombro y contrae el gesto. Es él, es igual que su padre.
-¡Es el hijo de Román!- le digo a Lucia.- ¡Dispárale!
Ella me mira confusa y después a Jacomo. Éste se levanta cabreado, nos apunta con su arma y yo me tumbo sobre Lauren para protegerla.
-¡No, no, no!- grita Lucia.
Chillo y boto del susto cuando escucho un disparo, y me agarro fuerte a mi inerte novia.
-Por favor, Lauren, por favor no me dejes.- susurro contra su pecho. Una mano tira fuerte de mi pelo hacia atrás.
-Tú tampoco te vas a librar, puta.- gruñe Jacomo.
De soslayo veo a Lucia, muerta en el suelo.
El hijo de Román me levanta por la fuerza y me lleva contra una pared llena de túnicas eclesiásticas.
-Jacomo, por favor.
-¡Cállate, zorra!- gruñe.- Mi padre ha muerto por tu culpa.
Exhalo temblorosa y cierro los ojos cuando me pone el arma en la cabeza. Cuando creo que me va a disparar, me arroja con fuerza al suelo, junto a Lauren.
-¡Mírala, está muerta!
Niego con la cabeza y me acerco. Le agarro la cara y la beso.
-¡Y ahora vas a morir tú!- ruge.
-¡Hey!- grita alguien.
Empieza a sonar un disparo tras otro, seis en total, y Jacomo cae derribado al suelo. Segundos después, tengo al novio de Normani a mi lado. -¡Joder!- musita.
-Le ha disparado Sorel.- sollozo.
-Déjame.
Me aparto y Pablo comprueba si tiene pulso, si respira y empieza con los masajes cardio-pulmonares.
Las lágrimas corren sin control por mis mejillas. Se ha muerto, el amor de mi vida se ha muerto.
El resto de policías empiezan a llegar y se sorprenden con lo que ha sucedido entre estas cuatro paredes del templo religioso. Uno de ellos, el moreno que reconozco de mi intento de secuestro, me levanta del suelo.
-Lo siento, pero... quedas detenida.
Yo no puedo apartar los ojos de Lauren, de Pablo que se esfuerza a su lado, y apenas siento que me esposa y me saca de allí.
-¡Laureeeeeeen!- chillo al salir de la sacristía.
---------
Despierto con una sensación de ahogo, de falta de aire, y me caigo del camastro. Exhalo con fuerza sobre el frío y desconchado cemento e intento calmarme.
-¡Camila!- se alarma mi compañera.
Sale de la cama y corre hasta mí.
-Déjame que te ayude.
Me coge de un brazo y me levanta para sentarme en la cama. Ella lo hace a mi lado.
-¿Otra pesadilla?- pregunta acariciando mi pelo.
Asiento y me cubro la cara con las manos.
-Sí, otra vez.- musito.- No entiendo porqué han vuelto, después de tanto tiempo.
-Es porque estás nerviosa, porque hoy por fin quedas libre y dejarás atrás todo esto.
Levanto la vista hacia Mariana y le sonrío con ternura. Es estupenda, no me podía haber tocado mejor compañera de celda.
Tiene 38 años, es murciana y madre de dos niñas preciosas de 6 y 8 años, y está en prisión porque la cazaron cuando transportaba en su coche, un gran cargamento de cocaína y heroína. Es un poco más baja que yo, un poco gordita, morena de pelo rizado como un caniche y unos ojos negros como el carbón. Entró en la cárcel de mujeres de Valencia al año siguiente de estar yo.
26.304 horas, es decir, 3 años y un día, es el tiempo que llevo aquí y como bien ha dicho mi compañera, hoy me dan la libertad. No veo el momento de que vengan a sacarme. A ella todavía le queda un año más.
A las siete se abren las celdas y vamos a las duchas. Por suerte estoy en un pabellón... light, por así decirlo, sin grescas entre las reclusas. A las ocho tenemos el desayuno, que siempre me hace pensar en los que me hacía Adela y que tantas mañanas rechacé. A las nueve gimnasia en el patio. A las diez, hora libre que yo empleo en la biblioteca. A las once, hora de trabajo que la pasas donde te asignen las funcionarias: lavandería, limpieza, cocina... A las doce, vuelta a la celda con pase de lista. A las doce y media, escucho el sonido de una puerta abrirse y me levanto de la cama, nerviosa. Me he cambiado el chándal rutinario por unos vaqueros y una camiseta corta granate que mi abogada, María Beso, me trajo el último día de visita, cinco días atrás.
Los pasos se oyen cercanos y miro a Mariana. Ésta me sonríe desde su camastro.
He recogido las fotos y cartas que he recibido durante este tiempo de la vida exterior. Porque la vida sigue corriendo mientras la tuya parece en stand by. También he guardado los pocos objetos personales que tenía en la celda, dentro de la bolsa de plástico, y la estrujo nerviosa. Cuando la funcionaria de prisión hace acto de presencia frente a los barrotes de nuestra celda, exhalo con el corazón bombeando frenético. -Abran la seis.- dice por un walki-talki.
La verja empieza a abrirse automáticamente y la guardia me sonríe. -Felicidades, Camila, estás libre.
Me giro hacia Mariana, ella se levanta del camastro de hierro y nos fundimos en un fuerte abrazo.
-Cuidate, cariño.- me dice.
Sonrío mientras unas lágrimas resbalan por mi rostro.
-Tú también.- le pido.- Y sácate el título de secretariado y después ven a verme. Ya sabes dónde encontrarme, te daré trabajo.
-Lo haré. Te voy a echar de menos.
Le doy varios besos y salgo de la que ha sido mi "casa" durante estos tres años y un día.
Recorro el pasillo central sonriente y despidiéndome del resto de reclusas que me gritan "felicidades" o "enhorabuena" a mi paso.
Cuantas cosas he vivido aquí dentro, durante todo este tiempo. He pasado por lo más maravilloso de mi vida y lo más doloroso que jamás he tenido que hacer. De noches en vela, a un amor experimentado por primera vez, a días de lloros incontrolados... Pero todo eso ya pasó. Aunque siempre los tendré en mi memoria.
Firmo todos los formularios que debo firmar y me despido de las guardias, que se han portado genial conmigo.
Temblando de los nervios, atravieso las puertas de hierro y cristal hacia el exterior, y me detengo a mirar el cielo azul. Es extraño, pero desde dentro se ve de distinta manera.
Bajo trotando los cuatro escalones de piedra y corro hacia la esquina izquierda del centro penitenciario, hacia el aparcamiento. Al llegar, sonrío ampliamente al verlos esperándome. A Mylo y a...
-¡Michael!- grito.
Corro hacia ellos y río con lágrimas en los ojos cuando Mylo suelta su mano y el pequeño viene hacia mí.
-¡Cariño!
Me arrodillo y lo espero con los brazos abiertos.
-¡Mami!
Se lanza a mis brazos y lo abrazo tan fuerte que me da miedo hacerle daño, pero es que le he echado tanto de menos.
Me enteré de mi embarazo cuando ya estaba en prisión y a los pocos días me trasladaron al ala de maternidad. Allí pasé los nueve meses de gestación y tras dar a luz en el hospital central de Valencia un 14 de Febrero, continué en maternidad hasta que Michael cumplió un año. Lloré a mares cuando se llevaron a mi niño porque no podía seguir dentro del centro penitenciario.
Me lo como a besos, literalmente.
-¡Mi niño, qué grande estás!
Ya tiene dos años y cuatro meses, y está tan bien cuidado como sabía que estaría. Es la misma imagen que Lauren de pequeña, exactamente igual a la de las fotos que vi en su casa. De cabello negro como el ébano y bastante largo, y unos ojos verdes hechizantes, bellísimos. Es ver a Michael y veo a Lauren. Y se llama así porque ese nombre representa lo mejor que me pasó en la vida, que fue conocer a Lauren.
Lo cojo en brazos y camino hacia Mylo mientras sigo besando y acariciando a mi hijo. Cuando estoy junto a él, saca de su espalda un ramo de flores y nos fundimos en un fuerte y cálido abrazo.
A Mylo le dieron la condicional hace varios meses y nada más salir de prisión, vino a verme. Parece que por él no pasan los años, porque está tan guapo como siempre o incluso más, ahora que lleva el pelo negro más largo.
-Qué alegría, Camila.- murmura contra mi cabeza.
-Sí.- musito emocionada.
Nos separamos y Mylo retira unas lágrimas que corren por mi rostro. Sus ojos grises también están vidriosos.
-¿Qué tal estás?- le pregunto.
-Yo bien, pero lo importante es qué tal estás tú.
-Estoy feliz.- sonrío con los ojos aguados.
Sin soltarnos, caminamos hasta su coche, un Ford Kuga azul eléctrico, y me abre una de las puertas de atrás para que acomode a Michael en su sillita, mientras él guarda mi bolsa en el maletero. Una vez montados, me entrega el ramo de flores y nos agarramos fuerte de la mano.
-¿Vamos?- me pregunta.
-Sí.- asiento nerviosa.
Mylo arranca el coche y yo miro a mi niño una vez más.
Dejo las flores sobre el oscuro mármol y deslizo la mano por las letras talladas, hasta la parte baja de la lápida, hasta la imagen grabada. La imagen de mi querido y adorado Júpiter.
Las lágrimas brotan de mis ojos por no poder despedirme de él, ya que falleció cuando estaba en prisión. Ahora sus cenizas descansan en la tumba con mis padres.
Sorbo por la nariz, me limpio las mejillas y me levanto de la tumba para regresar junto a Mylo, que se encuentra a un metro de mí con mi hijo en brazos.
-¿Estás bien?
-Sí, es solo que los echo de menos.
Cojo a Michael, le beso en su preciosa carita y nos marchamos del cementerio.
Mylo detiene su Ford Kuga en el aparcamiento para empleados y bajamos. -¿Qué tal te apañas?- le pregunto mientras suelto a Michael de su sillita.
-Buff.- resopla él.- Bien, pero me alegro que ya estés aquí para encargarte tú. No me gusta mucho estar al mando.
Río, dejo a Michael en el suelo y cierro la puerta.
-No digas bobadas, yo no puedo hacerme cargo todavía.
Mylo abre el maletero y se pone una americana gris sobre la camisa blanca de manga corta. Los ajustados vaqueros que lleva, completan su sexy look. -Te has sacado el título de empresariales, claro que puedes hacerte cargo.
-No es como un título universitario.- debato.- Además, lo hice porque tengo prohibido acceder a un puesto relacionado con la química.
-El concesionario es tuyo y tú serás la jefa.- finiquita.
Se encamina hacia la entrada y Michael y yo lo seguimos.
No venía aquí desde hacia mucho tiempo y me alegra ver que sigue igual de elegante y limpio: suelos de mármol, columnas de piedra, lámparas de cristal, coches exclusivos...
No paro de sonreír al ver al pequeño Michael tan emocionado con los carísimos vehículos. Cuando llegamos al mostrador, la chica que lo atiende sonríe de oreja a oreja a Mylo. Habré estado presa, pero sigo reconociendo la atracción a kilómetros.
La chica es mona y luce un elegante traje de dos piezas, blanco marfil. Es rubia de media melena, unos 35 años y tiene unos dulces ojos castaños claros.
-Laura, ésta es Camila.- presenta Mylo.- No sé si se habrán visto en alguna ocasión.
Siento a Michael en el mostrado y sonrío a la chica.
-Sí, hace bastantes años.- responde ella.- Bienvenida, señorita Cabello. -Gracias.- respondo estrechando su mano.
Sinceramente, yo no me acuerdo de ella. Aunque tampoco venía mucho por el concesionario.
-¿Cómo va todo por aquí?- le pregunta Mylo.
Pasa detrás del mostrador con ella y ambos hablan sobre algunos papeles. Da igual, ignoro lo que hablan y me centro en como se miran los dos. -¿Qué tal le va al señor Pons?- pregunto.
-Genial.- me sonríe Mylo.- Tu idea del concesionario de barcos ha funcionado de maravilla.
-¿En serio?- me emociono.
Valencia es una de las ciudades con el mejor puerto marítimo del mundo y con la mayor concentración de yates y barcos. Sabía que el señor Pons lograría el éxito con un negocio como ése.
Mientras Mylo se ocupa de las labores de dirección, yo juego y mimo a Michael sobre el mostrador de recepción. ¡Ay, cuánto lo quiero! Y me encanta hacerle reír, tiene la sonrisa de Lauren.
Las campanas de la entrada suenan y miro por encima del hombro para ver quién entra.
-¡Dinah!- alzo la voz, sorprendida.
Mi amiga sonríe y se acerca casi corriendo, con la bolsa de alguna tienda de marca en la mano. Yo voy a su encuentro, con Michael en brazos, y nos fundimos en un fuerte abrazo.
-¿Qué haces aquí?
-Quería darte una sorpresa. Te he echado mucho de menos.
-Y yo a ti.- musito sin apenas voz.
Reímos y lloramos a partes iguales, y cuando nos separamos, mi querida amiga besa cariñosa a Michael.
Dinah está guapísima, hasta la veo más mujerona. Lleva el pelo sujeto en coleta y bajo ese buzo verde tan veraniego, luce una hermosa barriga. -¿Ya estás de siete meses?- pregunto emocionada y le acaricio el tripón. -Sí.- sonríe ella.- Y ya tengo unas ganas de que salga la peque.
Ambas reímos. Entiendo muy bien esa sensación.
-¿Ya has elegido el nombre?
-Que va, y Héctor me tiene frita a nombres desde que sabemos que es niña.
Sonrío y niego con la cabeza. A mí eso no me pasó porque en cuanto supe que estaba embarazada, sabía cómo se llamaría.
-Bueno, vamos, que se hace tarde.
-¿Ir adónde?- pregunto perpleja.
-Las chicas te están esperando.
-Iba a comer con Mylo.- le cuento.
-Mírale.- dice y señala con la cabeza.- ¿Crees que le importará que vengas conmigo?
Me doy la vuelta y lo veo sentado en la mesa de Laura, charlando muy sonriente con ella.
-No, creo que no mucho.- murmuro.
Nos dirigimos hacia allí y los dos silencian cuando nos ven llegar.
-Mylo, voy a ir a comer con las chicas, ¿te importa?
-No, claro que no. Luego nos vemos.
-Entonces vámonos.- le digo a Dinah.- Creo que aquí estamos de más -Pero antes...- musita Dinah y me enseña la bolsa que trae. -¿Qué es eso?
-Un regalo.- sonríe.- ¿Algún lugar donde puedas cambiarte?
Suspiro, me agarro a la barandilla de acerco y cristal, y empiezo a bajar las escaleras desde los despachos del concesionario.
El regalo de Dinah ha constado de un precioso vestido blanco veraniego, de corte asimétrico con un lado de la falda más largo que el otro y un único tirante que se abrocha sobre mi hombro izquierdo con un elegante broche plateado. Además de eso, me ha regalado unas bonitas sandalias a juego con poco tacón.
Laura se encuentra hablando por teléfono, Mylo corretea detrás de mi niño por el hall de la recepción y Dinah ríe al verlos. Todos se giran al escuchar mis pasos.
-¡Ay, Dios mío!- exclama Dinah.- ¡Ésta es mi chica de siempre!
Río y voy hacia ella, balanceando en mi mano la bolsa donde llevo la ropa que me he quitado.
-Estás preciosa, Mila.- piropea Mylo.- Michael, mira que guapa está mamá. Mi pequeño, que está apoyado en el morro de un Ferrari, se gira y sonríe. -¡Mamí!
Corre hasta mí y lo abrazo cuando se tira a mis piernas.
-Estoy muy pálida para llevar un vestido blanco y mi pelo es un desastre. -¡No digas tonterías, estás perfecta! Estoy por preguntarte si de verdad has estado en la cárcel o en un spa.- me reprende mi amiga y yo me carcajeo.- Venga, vamos.
-¿Me guardas esto, Mylo?- pregunto tendiendo la bolsa con mi ropa.
-Sí, dame.
Dinah me agarra del brazo, yo agarro a Michael de la mano y nos vamos de allí.
-¡Te veo luego!- alza la voz Mylo mientras salimos.
A esto me refería cuando decía que al estar presa es como si tu vida estuviera en pause mientras que la de los demás sigue corriendo. He sido consciente de todo lo que ha pasado en mi ausencia, pero verlo en directo... me ha dejado un poco en shock.
Ally, Ariana y Dinah están casadas. Sufrí por no poder asistir a sus bodas, pero no sería justo ni correcto que hubiesen esperado por mí, debían seguir con sus vidas.
A cambio me enviaron unos preciosos videos de los enlaces, que el director del centro me permitió ver. Lloré, lloré muchísimo, de emoción, de alegría, de pena... de ver como gritaban a cámara que se acordaban de mí en ese día tan especial y que ojalá estuviera allí con ellas.
Ariana y Marc tienen una preciosa niña de 18 meses, Vanesa, que es clavadita a su madre. Dinah y Héctor tendrán a su primera hija dentro de unos meses. Ally y Raúl fueron los primeros en casarse del grupito, al año de estar yo en prisión, y por lo que leí en las cartas de mi amiga, viven en una constante luna de miel, sin prisas en aumentar la familia. Observo a los tres matrimonios, sonrientes, riendo y charlando, y me siento desubicada, sin saber qué decir, como si acabara de conocerlos a pesar de los fuertes abrazos que me han dado y las lágrimas de alegría que han soltado mis amigas.
Arrodillada en la playa, bajo la vista a mi niño y lo veo hundir sus pequeños dedos en la arena. Sonrío y le acaricio la melena negra. -Mila, ¿estás bien?
Levanto la vista hacia Ally y me percato que todos me miran preocupados.
-Sí.- sonrío falsamente.- Es que estoy hambrienta, ¿saben si Normani va a tardar mucho en venir?
-Debe estar al caer.- contesta Ariana.
El claxon de un coche suena varias veces y todos miramos hacia el aparcamiento de la playa.
-Hablando de la reina de Roma...- murmura Dinah.
Normani y Pablo bajan de un todoterreno negro y tras saludar con la mano, se encaminan hacia nosotros.
Me levanto, me sacudo la arena de piernas y vestido, y espero sonriente a la pareja. La primera en llegar es Normani, con la que me fundo en un fuerte abrazo.
-Qué guapa estás, Mila.
-Tú también.- le digo.
Al igual que Marisa y Raquel, Ally luce un bonito y colorido vestido veraniego.
Después abrazo al guapo de Pablo y nos mantenemos así de unidos varios minutos. Le estoy tan agradecida, sin él hoy no estaría aquí.
El testimonio de Pablo fue decisivo en el juicio. Iban a condenarme por pertenencia a banda armada y por tráfico de drogas, con una pena entre 8 y 10 años. Gracias a él y a su declaración, en la que aseguró y confirmó que mi colaboración policial fue importantísima para destapar el mercado más importante de drogas, la condena se redujo a 3 años y un día.
Me separo y le sonrío.
-Me alegra verte.
-Lo mismo digo. ¿Cómo te encuentras?
-Algo desubicada.- me sincero.
-Es lógico. Desaparecerá esa sensación.
Asiento y me giro hacia mis amigos. Normani está saludando eufórica a todos. -Pero qué guapo está mi Michael.- dice, revolviendo el cabello de mi niño.-¿Y mi princesita, cómo está?
-Fabulosa.- presume su madre.
-¿Y la gordi?
-¡Oye!- se queja Dinah.
Normani se carcajea y le toca la barriga.
-Entonces, ¿nos vamos a comer?- insisto.
-¡Ay, espera un poco, chica! ¡Aún es pronto!- exclama Normani.- Déjame que disfrute un poco de la playa que desde que estoy en la capi, apenas la piso.
Miro a su pareja y éste sonríe. Desde hace algo más de un año, Normani se ha mudado a Madrid con Pablo. Parece que les va bien. ¿Será la siguiente en pasar por el altar?
Michael se levanta de la arena y se acerca a mí con los brazos estirados. Antes de que toque mi pulcro vestido nuevo, le cojo en volandas y lo llevo a la orilla para lavárselas. También juego con él a escapar de las pequeñas olas que reptan por la arena y él ríe divertido. Mañana vendré preparada para poder bañarme con él.
Agachada frente a mi precioso Michael, le arreglo la camiseta y limpio su pantalón corto. También intento peinar su cabellera con los dedos.
-Voy a cortarte este pelaje, ¿eh?.- le digo.
-No, no quiero.- niega con la cabeza.
Rompo a reír al recordar que Lauren tampoco quería cortarse el pelo de pequeña. ¡Es igual a ella hasta en eso!
Lo abrazo fuerte y me lo vuelvo a comer a besos.
-Mira, la abu.- señala por encima de mi hombro.
Me doy la vuelta y abro la boca, sorprendida de ver a mis seres queridos acercándose a nosotros.
Mis abuelos son los primeros en abrazarnos muy fuerte, a mi pequeño y a mí, y no puedo evitar sollozar de la inmensa alegría. Me emociona tenerlos enfrente, abrazarlos, besarlos, pero sobretodo ver como cogen en brazos a Michael, a su bisnieto, y le hacen carantoñas.
La familia de Lauren también me recibe con los brazos abiertos, aunque a mí me da algo de vergüenza que sepan que he estado en prisión. Saludo a Clara y Michael, que son tan cariñosos como el día que los conocí. Saludo a Tere, la hermana mayor de Lauren, que sostiene por los hombros a Gito, hecho ya un hombrecito de siete años, y saludo a Jorge, que lleva en sus brazos a la nueva miembro de la familia, Gabriela. Paula me abraza eufórica y su novio Charlie, que está irreconocible sin las rastas y con el pelo cortito, me alza entre sus fuertes brazos.
Mis ojos expelen lágrimas y más lágrimas cuando me dirijo hacia Adela, Graciela y su marido Mario, que están acompañados por Mylo. Hacía mucho tiempo que nos
los veía y me alegra enormemente ver que están bien.
El señor Pons con su mujer e hijos, el doctor Martínez con su mujer e hijas, incluso Rubén, amigo de Lauren y Pablo, está aquí, acompañado por una hermosa joven.
No paro de retirarme las lágrimas de las mejillas, pero éstas no cesan de brotar.
-¡¿Qué hacen todos aquí?!- exclamo emocionada.
Es entonces cuando veo junto a Mylo, a un señor que no conozco y que lleva una carpeta negra en las manos. Tendrá alrededor de 50 años, el pelo le escasea y viste de oscuro, pantalón y camisa.
-¿Y usted quién es?- curioseo.
-Ella te lo dirá.- contesta el hombre, señalando a mis espaldas.
Me doy la vuelta, me pongo la mano en la frente para que el sol no me impida ver y sonrío de oreja a oreja cuando veo a Lauren acercarse por la orilla de la playa.
Vestida de blanco, con unos pantalones de tela y una camisa remangada y apenas abotonada, me mira sonriente mientras esquiva a parejas que juegan con la raqueta o a niños que entran y salen del agua.
Salgo corriendo hacia ella y ella empieza a correr hacia mí. Como si estuviéramos en una de esas películas romanticonas. Me lanzo a sus brazos y Lauren me coge muy fuerte, para después darme vueltas en el aire. Cuando me deja en el suelo, me agarra del rostro y me besa. Yo rodeo su cintura y me entrego a ella.
-Mi amor, por fin estás aquí.- susurra junto a mi boca.
-Sí.- exhalo temblorosa.
-Las visitas eran tan cortas.
-Lo sé.- asiento.
-Y las llamadas tan breves.
-Lo sé.- vuelvo a asentir.
Volvemos a abrazarnos y a besarnos.
En su día, Lauren llegó al hospital con parada cardíorespiratoria, pero gracias a Dios, a un milagro y a los médicos, logró resistir. Vino a la cárcel cada día de visita, hablábamos por teléfono siempre que podíamos, estuvo a mi lado en el parto y se encargó de Michael cuando yo ya no podía hacerlo.
Acaricio el rostro que tantas fuerzas me ha dado allí dentro y sonrío. -¿Qué haces aquí?- pregunto sonriente.- Me dijiste que hoy trabajabas todo el día. Te han trasladado hace unos meses, ¿y ya te estás escaqueando?
Lauren sonríe y frota su nariz con la mía.
-Quería darte una sorpresa.
-Pues lo has conseguido.
Me estiro y la beso. Aunque estemos rodeadas por docenas de personas. -Camila, tengo algo para ti.
Suelto su cuello y le sonrío.
-¿Qué es?
Lauren mete la mano en uno de sus bolsillos y saca un precioso anillo de oro con pequeños diamantes incrustados alrededor.
-Lauren.- musito alucinada.
-Quise dártelo hace unos años, pero no pudo ser. Así que ahora te lo ofrezco y te lo pregunto. ¿Quieres casarte conmigo?
-Sí.- respondo veloz y emocionada.- Por supuesto que quiero.
Ella sonríe feliz e introduce el anillo en mi dedo corazón.
-Menos mal que has dicho que sí.- suspira.- Porque nos vamos a casar ahora mismo.
-¿Qué?- pregunto perpleja.
Lauren me gira entre sus brazos y veo a todos nuestros seres queridos de pie y al hombre desconocido, a un par de metros frente a ellos.
Me llevo las manos a la boca y mis ojos vuelven a aguarse. ¡Por eso están aquí!
-No puedo esperar más a que seas mi mujer.- susurra en mi oído.
La miro por encima del hombro y niego con la cabeza mientras lágrimas de alegría corren por mi rostro.
-Yo tampoco.

Bulletproof Romance (camren gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora